Clarín

El secuestro de Carlee Russell

- Alejandra Pataro alepataro@clarin.com

En la noche del 13 de julio, Carlee Russell, de 25 años, manejaba por la autopista I-459 de regreso a casa en Hoover, Alabama, cuando para su sorpresa y horror vio a un niño con pañales caminando junto a la ruta. Llamó al 911 y avisó. Llamó a un familiar y le contó. Sin cortar la comunicaci­ón, la joven se bajó del auto y se acercó al menor, intentando resolver el enigma. Del otro lado de la línea, lo último que se escuchó fue el grito aterrador de Carlee, a quien nadie volvió a ver. En el lugar quedó el auto, su cartera y el celular.

Una mujer afroameric­ana había desapareci­do en una autopista de Alabama. Y las redes sociales estallaron. Famosos con tilde azul salieron a replicar la informació­n de la desaparici­ón, que fue noticia nacional y trending topic. Una maquinaria de alertas rojas pocas veces vista se había puesto en marcha.

La desaparici­ón de mujeres negras en Estados Unidos no suele recibir este tipo de “inversión” informativ­a, especialme­nte si se la compara con casos de mujeres blancas perdidas. No por nada existe “el síndrome de la mujer blanca desapareci­da” para marcar la disparidad.Otra chica negra, Nakyla Williams, tenía 24 años cuando desapareci­ó en Indianápol­is, en 2021. Cámaras de seguridad captaron el momento en que se subía a una camioneta gris. Nunca apareció. Nadie la busca. Más de 30.000 personas negras en Estados Unidos seguían desapareci­das a fines de 2022, según datos del Centro Nacional de Informació­n Criminal. Y la mitad de esos casos, son mujeres y niñas.

En el caso de Carlee, en Alabama, la respuesta de la gente fue masiva. Hubo posteos en redes sociales y títulos hasta en The New York Times. Carteles de “MISSING” en letras rojas, con la foto y descripció­n de Carlee Nichole Russell, empapelaro­n Instagram. La desilusión llegó cuando Carlee reapareció dos días después “maltrecha” en la puerta de su casa, relatando una historia de secuestro inverosími­l, un conjunto de fabulacion­es pueriles, que la llevaron este lunes a confesar su mentira y a pedir perdón.

Pero el daño ya estaba hecho. En un pestañeo, la solidarida­d viral se convirtió en lapidación virtual. El engaño de Carlee, cualquiera que sea su motivo, fue otra vez alimento de la misoginia, el racismo y el desdén que suelen rodear las denuncias de mujeres negras desapareci­das, a las que ahora quizá costará mucho más pedir que sean buscadas.w

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