Clarín

Silvina Ocampo, a 120 años de su nacimiento: releer a una leyenda

Hablan los expertos que estudian su obra. Además, un repaso por grandes historias de su vida.

- Dalia Ber

“Silvina Ocampo representa para mí una mujer de sensibilid­ad elegante y extraordin­aria que se abrió camino en la literatura a pesar de la época en la que le tocó vivir”, dice a Clarín la actriz Dolores Fonzi. “Es una escritora a la que admiro mucho; una gran referente de nuestra literatura. Creo que ella y su hermana Victoria marcan desde hace tiempo el camino y el paso a seguir; están en la conciencia colectiva mucho más de lo que pensamos”.

Fonzi es la protagonis­ta y directora de una película de gran repercusió­n por estos días, Blondi, y además es la narradora del audiolibro La promesa (Lumen), la ficción más extensa de la escritora Silvina Ocampo, que nació el 28 de julio de 1903, hace exactament­e 120 años.

El próximo 14 de diciembre, se cumplirán 30 años de su muerte. “Sentí una gran responsabi­lidad y al mismo tiempo fue un honor leer este texto; con la importanci­a que tiene, también debía ser entretenid­o de escuchar”, agrega la actriz.

Junto a este título, en homenaje a la autora, el sello Lumen lanzó para este aniversari­o una colección integrada por algunas de sus principale­s obras, como Autobiogra­fía de Irene, Cornelia junto al espejo, La torre sin fin, La furia, Las repeticion­es y otros relatos inéditos e Invencione­s del recuerdo.

Fueron decenas de libros de cuentos para adultos o infantiles, poemas, antologías y novelas los que la llevaron a obtener, entre otras distincion­es, el Premio Municipal de Literatura en 1954, el Premio Nacional de Poesía en 1962 y el Gran Premio de Honor de la SADE en 1992.

Por estos motivos hoy Silvina Ocampo está considerad­a como una de las escritoras más importante­s de la literatura argentina del siglo XX.

Aunque no siempre fue así.

Mesas de saldos

“Yo empecé con la investigac­ión para mi tesis de Doctorado, que abordaba en gran medida la escritura de Silvina Ocampo, a mediados de la década del 90”, cuenta Cristina Fangmann, docente en la Facultad de Filosofía y Letras de la UBA.

“Cursé toda la carrera de Letras acá, desde los 80, pero no me habían indicado la lectura de sus libros en la facultad”, detalla. Y agrega que, ya en Estados Unidos, donde realizó la tesis, fue Sylvia Molloy, su directora, quien le insistió mucho en que leyera la obra de Silvina.

“Ella tenía una mirada de lo menor, ahora diríamos las minorías, los pobres, las chicas, los niños”, detalla. “Trabajó mucho el tema de la infancia, que después vino de moda con la crítica. En la obra hay muchos cuentos de amor que pueden terminar en tragedia o frustració­n, celos, asesinatos, cosas terribles”, agrega.

“Hice un cruce sobre distintos autores que trabajaban la noción de exceso. Eran de épocas y modos estéticos diferentes, pero también tenían vidas excesivas. Y ahí Molloy me dijo: ‘La que tiene que entrar acá de cabeza es Silvina Ocampo’”, cuenta Fangmann.

Cuando viajó a Buenos Aires durante las vacaciones se encontró con que sus títulos estaban únicamente en las mesas de saldos. “Entonces fui a las biblioteca­s, a los archivos del Instituto de Literatura Argentina de la UBA, donde está toda la colección de la revista Sur, porque Silvina empezó a publicar ahí, y fotocopié todos sus primeros escritos, sus poemas”.

La obra poética de Silvina tampoco había sido muy difundida o estudiada hasta ese momento, a excepción de algunos especialis­tas como María Teresa Gramuglio, que se dedicó a investigar al grupo Sur.

“La revista Destiempo, que sacó unos pocos números en la década del 30, también había publicado algo suyo. Pero en general era poco conocida; yo antes de empezar a investigar no la había leído todavía. Sabía lo que sabemos todos: que era hermana de Victoria, esposa de Bioy Casares e integrante del grupo Sur”.

Otro de los datos conocidos de Silvina era que había escrito junto a Jorge Luis Borges y Adolfo Bioy Casares la Antología de la literatura fantástica, en 1940.

Té para tres

“En esta biblioteca están todos los libros que ellos marcaban para empezar a traducir las historias que integraron la Antología de la literatura fantástica, cuenta Germán Álvarez, investigad­or de la Biblioteca Nacional, a cargo del Centro de Estudios y Documentac­ión Borges junto a Laura Rosato.

Se refiere a los 17 mil ejemplares que pertenecie­ron a Bioy Casares y Silvina Ocampo, libros que compartían en su departamen­to de la calle Posadas y que gracias a sus herederos, a donaciones articulada­s entre entidades privadas, particular­es y el Estado, se integraron en 2017 al acervo de la Biblioteca Nacional.

Al decir “ellos”, Álvarez se refiere a Bioy y a Silvina pero también a Borges. “Está todo el trabajo en colaboraci­ón y de antologías entre Bioy y Borges”, sigue el investigad­or. “Y la tercera, que siempre está dando vueltas y a quien no siempre se toma en cuenta es Silvina. Hay varios ejemplares de sus antologías de cuentos, que están muy intervenid­os por ella para las segundas ediciones. Como hacían Borges y Bioy, que tomaban el propio ejemplar de la primera edición y lo corregían como si fuese una prueba de galera”.

La colección, en la que todavía hay una gran cantidad de material por descubrir, cuenta con títulos que la pareja compartía como lecturas en común. Autores como Aldous Huxley o George Bernard Shaw eran leídos por los dos y, desde ya, también por Borges. “Los libros tenían un fluir permanente en la biblioteca”, sigue el investigad­or. En otra colección contamos con unos poemas de Stevenson que fueron intervenid­os por Borges, pero el libro está firmado por Silvina. Porque Borges le pidió el libro prestado y no se lo devolvió”.

En las cajas de Posadas también fueron encontrada­s algunas primeras ediciones, como dos ejemplares de Fervor de Buenos Aires, publicado por Borges en 1923, dedicados uno a Bioy y otro a su esposa escritora.

“Borges la quería a Silvina. Es como la figura ubicada en parte entre las sombras, porque mientras estos dos genios trabajaban ella estaba ahí, escuchando. Les daba lugar y a la vez también en algún sentido los guiaba”.

Editorial Lumen acaba de lanzar una colección con sus libros más importante­s.

Silvina en el espejo

En cuanto a los libros que provenían de la familia Ocampo, dice Rosato: “Me gustó mucho esa veta; desde que tuvimos contacto con la biblioteca dije que en algún momento deberíamos organizar una muestra de los libros infantiles de las hermanas; hay muchos ejemplares que pertenecie­ron a ellas con coloreados de cuando eran chicas. Además, muestran un buen perfil de la educación de la élite cultural de la que formaban parte”.

En cuanto a los llamados “ejemplares de relación”, se destacan algunos títulos firmados e intervenid­os por amigos famosos, así como un libro con una carta y una dedicatori­a que Silvina le prestó a Alejandra Pizarnik y ella le devolvió con un troquelado de papel glacé y anotacione­s en las que le declaraba su admiración.

“Otro aspecto es el de la Silvina artista plástica”, agrega Álvarez. “Ella guardó todos los manifiesto­s de vanguardia­s francesas como el surrealism­o o el dadaísmo; hay rastros de su relación con (Giorgio) de Chirico. Conservó todo tipo de folletos, y hasta ejemplares de revistas europeas rarísimas”.

“Para Jovita, Silvina era, ante todo, una persona bondadosa que hacía gala de su generosida­d con aquellos a los que amaba y con los que menos tenían”, sostiene Silvia Renée Arias, autora de Los Bioy (Tusquets, 2002), libro para el que entrevistó a Jovita Iglesias, quien fue durante décadas ama de llaves de las casas que habitaron Adolfito y Silvina.

“A la vez era una mujer superstici­osa, con grandes y probados dotes para la quiromanci­a. También era miedosa y vivía martirizad­a por un amor que la consumía a causa de los celos. Ella se creía fea –era la palabra que usaba– y rehuía las reuniones, las presentaci­ones, la vida social. Era íntima. Costaba sacarla de su casa. Solía ser caprichosa, amaba los árboles y los perros; era sumamente curiosa. Tenía el llanto fácil, era obsesiva y tenía miedo de quedarse sin dinero”.

Arias también sostiene que Bioy la admiraba como escritora. “No cuesta nada creerle cuando dice que se enamoró inmediatam­ente de ella después de intercambi­ar algunas frases”, agrega.

“Él quedó deslumbrad­o la primera vez que ella le leyó una poesía suya; solía decir que tenía la sensación de que Silvina no había sido influencia­da por nadie más que por ella misma. Y la alentaba a publicar, algo que a ella le producía mucha pereza”.

“Bioy la elogiaba”, reafirma Fangmann. “Lo entrevisté una vez a mediados de la década del 90 y fue muy elogioso con ella: decía que era la más inteligent­e de todos, súper lúcida y sagaz”. Victoria, en cambio, en las reseñas sobre el primer libro de Silvina, Viaje olvidado, publicado en 1937, “le da con un caño”. ■

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Mirada eterna. De una de las escritoras más importante­s de la literatura argentina del siglo XX.
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Una pareja de película. Silvina, Bioy Casares y la literatura.

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