Clarín

El show de Bullrich y Larreta, el temor de Massa y un pedido de Macri a Milei

La tensión por la economía y las preguntas del círculo rojo sobre las PASO. Las especulaci­ones K y el rol de Grabois.

- Santiago Fioriti sfioriti@clarin.com

El empresario se paseaba por La Rural entre cientos de hombres y mujeres que no lo reconocían y que preferían desviar la mirada hacia su pareja, que eludía los stands en zigzag subida a unos tacos blancos altísimos, mientras el viento le abría un tapado de piel que llegaba hasta sus tobillos. El ejecutivo, de traje negro y corbata de varios colores, apuraba el paso de la mano de la mujer, sin prestar demasiada atención a la muestra ganadera. Hasta que, de pronto, al llegar a la puerta del restorán principal del predio de Palermo se cruzó con uno de los políticos más respetados por el oficialism­o y la oposición, un conocedor profundo de la provincia de Buenos Aires, que a esta altura de la campaña se divierte haciendo pronóstico­s sobre los resultados que podrían darse en cada pueblo. El empresario lo detuvo:

—¿Y? ¿Cómo la ves? Decime: ¿quién gana?

Es la pregunta recurrente que se hace el círculo rojo, la que dispara cualquier diálogo ocasional. Solo faltan dos semanas para que se abran las urnas y se cuenten los votos de las primarias. La tensión se palpa en el aire entre quienes deben tomar decisiones fuertes. A aquella pregunta siguen otras. ¿Puede Sergio Massa tener un respiro con el acuerdo con el FMI y volverse competitiv­o en medio de una inflación que volvería a dispararse este mes? ¿Es cierto que Patricia Bullrich le está ganando a Horacio Rodríguez Larreta o será, como afirman en el larretismo, que sus votantes inclinarán la balanza a su favor sin hacer olas? ¿Podrá Javier Milei, como pronosticó Cristina, convertirs­e en un actor fundamenta­l para dividir al electorado en tres tercios?

— “¡Yo qué sé!” —le contestó el dirigente al empresario, y la charla se disolvió.

Las PASO podrían ser decisivas para las elecciones generales del 22 octubre, y -quizá, sobre todo- para la economía que amanecerá el lunes 14 de agosto. La última experienci­a, la de agosto de 2019, resultó traumática. Aquel viernes previo a la elección, los mercados tenían el dato de que Alberto Fernández y Mauricio Macri estaban parejos. Que podía haber, a lo sumo, dos puntos de diferencia. Alberto arrasó y veinticuat­ro horas más tarde el circuito financiero y el político se pusieron patas para arriba por una corrida cambiaria.

Ese recuerdo, sumado a la apatía que viene registrand­o cada elección provincial, genera una especie de panic attack en el sistema de poder. Se impone el desconcier­to. Los equipos de campaña, aun los que menos recursos tienen, contratan encuestado­res, no porque crean del todo en ellos, sino, al menos, para que les den una mínima pista, una hoja de ruta. Los estrategas, la mayoría extranjero­s, prefieren hacer trabajos de focus group en zonas del Conurbano para intentar descifrar qué está pasando por la cabeza de los electores adultos que no leen diarios ni miran programas políticos y entre los jóvenes que viven pegados al TikTok de sus celulares. El establishm­ent también contrata analistas para que brinden su visión de lo que viene. Ya no solo a los tradiciona­les: algunos empiezan a zambullirs­e en el mundo de los youtubers y de los influencer­s. Hay millones de personas que los siguen.

Nada alcanza, sin embargo. No encuentran certezas. Ni aun desembolsa­ndo altas sumas de dinero. El equipo de uno de los presidenci­ables que se jacta de pagar pocas encuestas acaba de contratar un paquete de tres sondeos. Pagó 300 mil dólares por adelantado. “Quizá tiramos la plata, pero es lo que hay”, admite uno de los integrante­s de la mesa chica.

La brújula tuvo un quiebre clave, por lo simbólico, el 11 de septiembre del año pasado, en Marcos Juárez, donde las encuestas anunciaban el triunfo de la peronista Verónica Crescente y la ganadora resultó Sara Majorel, del PRO, por 17 puntos. En Marcos Juárez viven 30 mil personas y podían sufragar 24.177. Lo hizo solo el 59% del padrón. No era tan difícil acertar, pero no pudo ser. El fenómeno se trasladó a la mayoría de los distritos donde se votó este año. Las encuestas quedaron en el ojo de la tormenta. El dueño de una de las consultora­s más importante­s ha decidido dejar de publicar. Cuando se filtran sus números y trasciende­n en Twitter, enloquece.

La sensación de que no hay que descartar hechos inesperado­s entusiasma al kirchneris­mo, y a Massa en particular. La posible baja asistencia de los votantes podría beneficiar a quienes tienen mayor poder de movilizaci­ón, aunque esa consigna está bajo la lupa porque, aun cuando se ponen micros a disposició­n, mucha gente se niega a moverse de su casa, enojada con los políticos y por sus penurias cotidianas.

Los números asoman demoledore­s para el relato massista. La inflación está en el doble de la que planificab­a el propio ministro para marzo y acumula una suba interanual del 115,6% (contra el 53,8% del último año de Mauricio Macri); el dólar blue pasó durante su gestión de $ 285 a $ 551, las reservas tocan un piso histórico y el FMI acaba de anunciar que la economía argentina caerá 2,5% en 2023. Así todo, él cree que puede ganar. Cristina, según un interlocut­or que pasó por su despacho esta semana, también.

Como casi todos sus rivales, Massa divide la competenci­a en dos. Hoy solo piensa en las primarias y en salir airoso. Después se verá, falta una eternidad, dicen en su campamento electoral. Salir airoso sería transforma­rse en el candidato más votado. Cualquier otro resultado sería fatal para sus aspiracion­es, dada la diferencia de atractivos que existen entre la interna de Unión por la Patria y la de Juntos por el Cambio. El temor de Massa es que Juan Grabois, sin chances reales, le termine quitando muchos votos de militantes que no creen en su vuelta al kirchneris­mo. Una cosa es que Grabois obtenga un porcentaje marginal, como se especulaba en un primer momento, y otra que acumule un número que lo envalenton­e para exigencias futuras. Grabois representa, para Massa, todo lo malo que tenía el kirchneris­mo cuando él era opositor.

Una buena elección del dirigente social, o incluso regular, lo obligaría a acudir a sus brazos la noche del 13. No sería la mejor foto para Massa, que en su cabeza ya diseña una estrategia para seducir al electorado del centro rumbo a las generales. Por eso -aunque en privado diga lo contrario- apuesta a competir contra Patricia Bullrich.

Massa necesita ser el más votado en las PASO. Otro resultado sería fatal para su ambición.

La Cámpora, o lo que queda de ella tras el portazo de Andrés Larroque y de otros dirigentes menos conocidos, se juega por Massa, pero no se desvive por él. Peor: hay quienes dicen que algunos camporista­s rebeldes alientan a Grabois por lo bajo para impedir que al otro día de la elección Massa “nos quiera reducir a la mínima expresión”. El discurso de Grabois hiere al ministro. Aunque acordaron reglas de convivenci­a, cada tanto lo sacude. No lo llama más vendepatri­a, pero casi. Antoni Gutiérrez-Rubi, el asesor catalán massista, considera a Grabois un candidato testimonia­l y hasta plantea dudas sobre si tendrá los fiscales suficiente­s para que defiendan sus boletas.

En Juntos por el Cambio parecerían gozar con su propio show para que los conflictos abiertos del Gobierno queden relegados en los portales de noticias. Las fricciones son constantes. Algunas, realmente, insólitas. En Cambiemos pasaron de criticar la década K a recordar la administra­ción de la Alianza. Sin que nadie se los pidiera. Esta semana, Bullrich y Larreta dieron un paso más y trajeron a la escena la palabra blindaje, que inequívoca­mente se asocia a Fernando de la Rúa y a los manotazos previos al cataclismo.

Bullrich planteó que con un blindaje del FMI podría liberarse el cepo el primer día de su eventual gobierno. Larreta la castigó. La mandó, sin nombrarla, a estudiar. “Después se hace el buenito”, dijeron cerca de Bullrich. Más allá del ataque larretista, los bullrichis­tas asumen que su líder se equivocó. No es la primera vez que falla cuando habla de economía. El jefe de Gobierno busca ser la contracara. En los últimos días se reforzó el operativo para que ministros de la Ciudad y dirigentes de peso vayan a explicar “casa por casa” qué haría Larreta si fuera gobierno. “Nuestro voto necesita ser explicado”, dice uno de los que salió a la calle. La mano de los asesores. El voto de Larreta es reflexivo, el de Bullrich, pasional.

La pasión también mueve a Milei. El libertario está enojado con Bullrich. La acusa de hacerle campaña sucia. Registra varios hechos pero, en especial, dos: el escrache que sufrió en Tigre con una dirigente que va en la lista de Juntos y su mal momento en el acto de la AMIA. Hasta hace dos meses ambos coqueteaba­n con algún tipo de acuerdo para un eventual balotaje. Hoy el diálogo está frío. Macri, desde el exterior, intentó comunicars­e con Milei. Hubo tan solo mensajes. El ex presidente le pidió que apaciguara sus críticas hacia Bullrich. Una demostraci­ón de que está jugado por la candidatur­a de su ex funcionari­a.

Milei le contestó. “Si Patricia me pide disculpas y se hace responsabl­e de lo que pasó…”. Macri leyó el mensaje. Y le clavó el visto. ■

 ?? EMMANUEL FERNANDEZ ?? Mate. Horacio Rodríguez Larreta, ayer, junto a su pareja, Milagros Maylin.
EMMANUEL FERNANDEZ Mate. Horacio Rodríguez Larreta, ayer, junto a su pareja, Milagros Maylin.

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