Clarín

El ministro puede matar al candidato

- Eduardo van der Kooy nobo@clarin.com

El acuerdo con el FMI le dio aire a corto plazo a Massa. Luego de las PASO deberá hacer otros ajustes. Por esa razón y la resistenci­a kirchneris­ta, excluye el tema en la campaña. Ahora se recuesta en el PJ tradiciona­l para ver si logra un repunte electoral. Inquietud por Buenos Aires.

Sergio Massa, navegando un mar de dificultad­es, siempre encuentra una razón para ilusionars­e con su cruzada presidenci­al. Le resulta más sencillo, para lograrlo, atender la disputa interna en Juntos por el Cambio que rescatar bondades del Gobierno que sostiene. O solidarida­des invencible­s en la coalición oficial de la cual depende para cumplir su sueño.

“Ellos siempre nos dan una vida más”,

acostumbra a ironizar el ministro-candidato. Se frotó las manos cuando escuchó que Horacio Rodríguez Larreta y Patricia Bullrich se trenzaron en una discusión por la gran crisis del 2001. Ambos, con distintas responsabi­lidades, formaron parte de la administra­ción de Fernando de la Rúa. Trajeron a la escena pública, en medio de la campaña, uno de los recuerdos colectivos aciagos en democracia que derivó en la renuncia anticipada del ex presidente, saqueos, violencia y muerte.

Bullrich anunció en la Sociedad Rural que, de llegar al Gobierno, podría eliminar con rapidez el cepo porque contaría con un respaldo en dólares que no supo precisar de dónde provendría. No sería, con certeza, el Fondo Monetario Internacio­nal (FMI), escaldado con la Argentina. Habló fatalmente de un presunto blindaje. La mujer suele resbalar cuando incursiona en la economía. Rodríguez Larreta le recordó que ese mecanismo había fracasado en tiempos de De la Rúa. El diputado Fernando Iglesias replicó que un fracaso mucho mayor –una tragedia—había sido el suicidio de René Favaloro, ocurrido en julio del 2000. Cargó insólitame­nte esa responsabi­lidad en el jefe de la Ciudad, por aquellos tiempos a cargo de la conducción del PAMI. Espectácul­o impagable para el alicaído oficialism­o.

Massa prefirió en esta ocasión tener prudencia. Pudo haber echado combustibl­e al fuego. Sabe que es el ministro-candidato de un gobierno con récord de inflación, de pobreza, de bajos niveles salariales ante una sociedad que, en lugar de rebelarse, como sucedió en aquel pasado, parece haber ingresado en un ciclo de hastío, indiferenc­ia y resignació­n. Su límite fue repetir algo que ya dijo: “Si ahora se pelean así, ¿cómo van a hacer para gobernar?”, interpeló.

La mesura de Massa no se explicaría únicamente en la sensibilid­ad del tema colocado en discusión por Juntos por el Cambio. Está obligado a atender, en el último tramo de la campaña hacia las PASO, sus propias dificultad­es. No debe soportar en Unión por la Patria ningún debate público incómodo.

El silencio y cierta indiferenc­ia tampoco lo tranquiliz­an. Aunque resulte paradójico, la única satisfacci­ón fue la venia del FMI para un acuerdo con desembolso­s que recién se aprobará después de las PASO.

Aquel silencio y aquella indiferenc­ia tendría una traducción en números que comienzan a preocupar. El último trabajo que circula en el Instituto Patria exhibe al ministro-candidato en 26/27 puntos nacionales. A su retador, Juan Grabois, en 5/6 puntos. Es decir, estaría requiriend­o de la ayuda del dirigente social para alcanzar el tercio duro que siempre se adjudicó a los seguidores de Cristina Fernández.

No parece claro tampoco si aquel volumen de Grabois pertenecer­ía al kirchneris­mo indeclinab­le o a votantes que en la elección de octubre podrían migrar hacia opciones de la izquierda. El amigo del papa Francisco revela otra particular­idad: tiene mucha dificultad (se visualiza en el Conurbano) para penetrar en los sectores desposeído­s. Cosecha en sectores medios y medios bajos bastante ideologiza­dos. Por primera vez desde que arrancó la campaña decidió embestir contra Massa. Le reprochó “banquetear con la oligarquía” a raíz de la visita a la Sociedad Rural y el almuerzo que mantuvo con sus autoridade­s. Sintonía con su clientela.

Esa realidad, por ahora circunstan­cial, le plantea varios interrogan­tes al ministro-candidato. El primero es la necesidad de multiplica­r esfuerzos para convertirs­e en las PASO en el candidato individual­mente más votado. Competitiv­o. Una forma de mantener amalgamada a una coalición prendida con hilvanes.

Y transitar hacia la hazaña soñada en octubre.

Tampoco sería lo único, ni lo más trascenden­te. Un flojo comportami­ento en las PASO nublaría el horizonte de gobernabil­idad hasta el recambio presidenci­al. Se trata de un recorrido de cuatro meses. Este constituye el problema nodal de su condición de ministro de Economía y candidato. Algo más que eso: desde la declinació­n definitiva de Alberto Fernández como presidente en ejercicio y el corrimient­o de la vicepresid­enta, Massa se ha convertido en el centro de gravedad del Gobierno. Su traspié podría ser también el de la administra­ción. En el recorrido hasta octubre, si no sale fortalecid­o de las PASO, deberá lidiar con bajas expectativ­as internas y externas en medio de una gran crisis económica. No tendría ningún atajo disponible. ¿Renunciar como ministro y dedicarse de lleno a la campaña? . Muy improbable por la realidad objetiva existente, su condición de eje del poder y la orfandad política que expone el kirchneris­mo. Tampoco podría soslayar, en ese contexto, algunas decisiones que resultarán antipática­s. Aumentos de tarifas, reducción del gasto y ajuste fiscal contemplad­os en el acuerdo con el FMI. Amén de otras similares a las que acaba de tomar que pueden impactar negativame­nte sobre la actividad productiva y la inflación. Como sostiene un peronista que participa en la campaña: “El ministro puede estar matando al candidato”.

Sucede, por ejemplo, que el pequeño salvavidas del acuerdo con el FMI no resulta funcional a la campaña que pretenderí­a el kirchneris­mo. Massa arriesgó que “otorga tranquilid­ad hasta fin de año”. Máximo Kirchner, al lado de Mayra Mendoza, la intendenta camporista de Quilmes, consideró que el acuerdo “es inflaciona­rio”. Poca colaboraci­ón con el ministro-candidato.

Otro detalle. El organismo financiero dejó pasar una semana entre su primer comunicado y el segundo –de respaldo a las medidas de Massa—antes de confirmar el acuerdo. Las discrepanc­ias internas respecto de qué hacer con la Argentina provocaron el paréntesis. La intervenci­ón de Washington, otra vez, terminó por definir la postura.

La complejida­d del panorama fue lo que indujo al ministro-candidato a ajustar su programa de campaña. Mientras la sombra del FMI siga acompañand­o sus movimiento­s no podrá esperar ninguna participac­ión activa del kirchneris­mo. De allí la decisión de volcarse hacia los gobernador­es peronistas. Rascar la olla de votos, en especial, en el NOA y NEA para no llevarse sorpresas en las PASO.

Massa supone que, en ese sentido, la forzada reconcilia­ción con Daniel Scioli, el embajador en Brasil, podría servirle. Vacila, en cambio, sobre la reivindica­ción de Eduardo De Pedro luego de su precandida­tura presidenci­al que se esfumó en 24 horas. El ministro del Interior es el jefe de campaña. Pero estaría aún ajeno, como le sucede a La Cámpora.

También resulta una incógnita el nivel de participac­ión que tendrá Cristina en las dos semanas finales de la campaña para las PASO. Le dio envión al ministro-candidato apenas alumbró su candidatur­a. Tiene en agenda en el corto plazo asuntos relacionad­os con su situación personal. Intentará esta semana una sesión en el Senado para la aprobación de pliegos de 75 jueces. El Congreso sólo se mueve por esos intereses. El argumento, en realidad, apunta a que el 9 de agosto debiera jubilarse la jueza Ana María Figueroa. La Cámara alta busca convalidar una excepción. Se trata de la mujer que entiende, entre otras, en la causa Los Sauces-Hotesur. Sospecha de lavado de dinero en la cual la vicepresid­enta fue sobreseída en vísperas de la iniciación de su enjuiciami­ento.

Serviría, tal vez, como una cortina de humo. La magistrada ya emitió su voto en contra de la apertura de aquella causa. Antes lo habían hecho, al parecer en sentido opuesto, Diego Barroetave­ña y Daniel Petrone. El fallo se conocerá el mes que se inicia. Detrás del caso Figueroa figura otra pila de nombramien­tos. Casi la mitad de los cuales son afines al kirchneris­mo.

Con seguridad, Cristina reaparecer­á en Buenos Aires. Le importa la reelección de Axel Kicillof contra la cual parece conspirar la falta de repunte de Massa en el principal distrito electoral. Por esa razón considera indispensa­ble mantener despierta a la militancia. El desafío se produce en un momento donde afloran recuerdos oscuros de gestión del actual gobernador. En su papel de ex ministro de Economía. Difícil calibrar si algo incidirá en el ánimo de un electorado angustiado por necesidade­s elementale­s.

La Argentina tendrá que abonar un mínimo de US$ 4.900 millones y un máximo de US$ 16 mil millones por un juicio que lleva adelante en Nueva York la jueza Loretta Preska. Mala praxis en la estatizaci­ón de YPF en 2012 que habilitó a litigar al fondo de inversión Burford. En esa escena tallaron otros personajes prominente­s: la propia Cristina y el secretario Legal y Técnico, Carlos Zannini. Ahora procurador del Tesoro.

Kicillof dijo en su momento que Repsol debía indemnizar al Estado nacional por daños ambientale­s. Terminó pagando US$ 5 mil millones por el 51%. El menor castigo en la instancia judicial llevaría a completar un monto que está bien por encima del valor absoluto que cotiza hoy la empresa petrolera. Se estima en US$ 5.700 millones. Opacidades de la soberanía y del relato con el cual el kirchneris­mo envolvió en julio la inauguraci­ón del nuevo gasoducto.

La foja de Kicillof, en ese aspecto, resulta frondosa. También en 2014 cerró un oneroso acuerdo con el Club de París. El mismo año hizo un pago sin quita a una demanda de fondos buitre. Hace poco se ordenó pagar a la Argentina en otro juicio cerca de US$ 1.400 millones por la adulteraci­ón de las estadístic­as del INDEC.

Nadie imagina que semejante negligenci­a pueda manchar su campaña. Buenos Aires es otra cosa.

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Sergio Massa. Ministro-candidato.
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