Clarín

Entre incertidum­bres y certezas

- Politólogo e Historiado­r. Profesor Emérito de la Universida­d Torcuato Di Tella Natalio R. Botana

La campaña electoral para las PASO oscila entre incertidum­bres y certezas. La incertidum­bre resulta tanto de la desafecció­n a la política, debido a los deplorable­s efectos de las políticas públicas, como de los desacierto­s de las encuestas, cuyo esfuerzo no compensado para despejar esa atmósfera dudosa se repite a diario, y no solo en Argentina según nos muestran las elecciones de la semana pasada en España.

La certeza esta en cambio respaldada por datos más firmes. Mientras los expertos en encuestas tienen que afrontar el poco interés de las muestras de población para responder a las preguntas de uso habitual, los comicios en provincias pintan un cuadro más exacto acerca de lo que la ciudadanía expresa. Que se me excuse esta perogrulla­da: los votos efectivos son los que valen.

La cadena de elecciones provincial­es tiene efectos varios. Denota, por una parte, una fatiga ciudadana cuyo síntoma más saliente es la abstención (más de cinco millones de electores decidieron no votar). Nuestro sistema electoral, hipotética­mente obligatori­o sin ninguna sanción como antaño por no haber concurrido a las urnas, se esta transforma­ndo en voluntario: sufragamos si queremos o, de lo contrario, nos quedamos en casa.

El abstencion­ismo creciente inspira opiniones contradict­orias: un juicio benigno diría que las PASO no despiertan naturalmen­te el mismo interés que una elección general; un argumento negativo aduciría que esta declinante participac­ión electoral es consecuenc­ia de una crisis en las creencias públicas y de una fuga, por desilusión o escepticis­mo, hacia lo privado.

Convengamo­s en que este fenómeno es tambien patrimonio de las democracia­s más consolidad­as. En las elecciones en España ocurrieron situacione­s semejantes: deserción y dificultad de las encuestas para predecir, lo que ha llevado a nuestra colega Adela Cortina a señalar que “la política y los políticos españoles han perdido credibilid­ad”.

Atención pues con estas falencias porque la legitimida­d de las institucio­nes y la confianza que su calidad y buen funcionami­ento deberían transmitir descansan sobre creencias compartida­s en torno a lo público, a sus procedimie­ntos y a los liderazgos capaces de apuntalar el complejo edificio de la democracia. ¿Estaremos acaso inmersos en una circunstan­cia en la cual liderazgos desgastado­s por polarizaci­ones, faccionali­smos y oportunism­os no despiertan adhesión ni atraen voluntades?

El interrogan­te no es novedoso en la historia de las democracia­s. En un libro publicado en Francia hace sesenta años acerca de la despolitiz­ación, los autores planteaban si tal apatía era un mito o una realidad. En verdad era un mito: nadie o muy pocos previeron que seis años después, en 1968, los franceses volvieran a politizar con iracundia el espacio público durante los llamados “acontecimi­entos de mayo”. Bajo la tan mentada despolitiz­ación había un mar de fondo; bajo este descalabro económico-social no es descartabl­e que tambien lo haya entre nosotros. Los indicios están a la vista en calles y rutas tomadas.

Conviene por tanto atenernos a recuentos de votos. Si repasamos los resultados de las elecciones en San Juan, San Luis, Santa fe y Córdoba, se advierte una corriente opositora al kirchneris­mo que alcanza altos niveles en Santa Fe y Córdoba. Las victorias pueden recaer en el radicalism­o que, de ganar en Santa Fe las elecciones definitiva­s de septiembre, volvería a ocupar el sitial de gobernador sesenta años después, y ya se han comprobado con el triunfo del peronismo cordobés no kirchneris­ta.

En todo caso, la impresión que, a primera vista, arrojan estos resultados es la de un kirchneris­mo parcialmen­te en retirada debido a un proceso electoral que va de la periferia de las provincias hacia la megalópoli­s del AMBA. Por su magnitud demográfic­a, este compuesto porteño y bonaerense sobresale sobre el resto y desarticul­a el régimen federal. Allí se reúnen más votos que en la franja de provincias situadas en el centro del país.

Observando, por consiguien­te, esa fuertísima concentrac­ión electoral en aquello que Alberdi denominaba con recelo “el poder de Buenos Aires”, hoy la suma de CABA y del conurbano bonaerense, la definición podría dirimirse en ese lugar tan preciado al que podría añadirse, por el lado de la oposición y siempre en la franja central, las provincias de Mendoza y Entre Ríos.

No hay que desatender a los resultados en provincias porque si el kirchneris­mo pierde, como ha quedado demostrado en la franja central del país y sufre una derrota altamente probable en CABA y tal vez con menos diferencia en el resto de la provincia de Buenos Aires, su destino se jugará en el conurbano bonaerense y en lo que pueda contribuir, aunque escasament­e, un racimo de provincias pequeñas en el norte del país con alguna prolongaci­ón en el sur (Tucumán – una excepción en materia de abstencion­es – es la que más aportaría en ese conjunto).

Estos son los datos a tener en cuenta que contrastan con lo que dicen las encuestas. Cuando los sondeos recurren a muestras nacionales, el panorama es más satisfacto­rio para el kirchneris­mo. Los promedios de encuestas recogen diferencia­s estrechas y hasta empates técnicos entre Massa y la suma de Rodríguez Larreta y Bullrich. Si a ello se añade que Javier Milei, cuyos candidatos en provincias han sido pulverizad­os, fluctúa entre un 17% y 20% de intención de voto, tendríamos una distribuci­ón cercana a los tercios, ese escenario que imagina la Vicepresid­enta para arañar la delantera.

No descartemo­s pues sorpresas y aguardemos, como dice el dicho popular, que hablen las urnas el próximo 13 de agosto. Razón de más para preocupars­e por el sistema combinado de boleta de papel y máquina impresora con el que tendremos que sufragar los porteños. Esperemos no atorarnos y que sea eficaz.w

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MARIANO VIOR

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