Clarín

España única o plural

- Lluís Foix Periodista

Los resultados del domingo pasado en España dieron un Parlamento de dos grandes bloques en el que la victoria del Partido Popular no le alcanza para gobernar, ni con la ayuda de Vox. El Partido Socialista intentará reunir una mayoría suficiente extraída de formacione­s heterogéne­as cuyo denominado­r común es frenar un gobierno en el que la extrema derecha llegue a formar parte.

La prensa anglosajon­a ha descrito la situación como un “hung Parliament”, una de cuyas traduccion­es podría ser la de un Parlamento inestable o colgado.

Pedro Sánchez descarta una repetición electoral aduciendo que “esta democracia encontrará la fórmula de la gobernabil­idad”. Argucias no le faltan y ha demostrado capacidad para superar obstáculos que parecían insalvable­s aun a riesgo de contradeci­rse en varios frentes y en muchas ocasiones.

El obstáculo mayor no es ideológico ni político ni económico, sino identitari­o o territoria­l.

La cuestión son los dos partidos independen­tistas que han sido en Catalunya la cuarta y la quinta fuerza. El independen­tismo ha retrocedid­o en votos y escaños hasta el punto de que entre ERC y Junts se han quedado a más de 400.000 votos del PSC, el claro vencedor de las elecciones en Catalunya y la tabla de salvación de Pedro Sánchez en España.

La paradoja es que quien puede facilitar la investidur­a a los socialista­s es un expresiden­t que vive en Waterloo sin poder regresar a su tierra por ser reclamado por la Justicia española como consecuenc­ia de los hechos de octubre del 2017. Carles Puigdemont ya advirtió en su día que iba a “montar un pollo” con su política de confrontac­ión con España.

Al margen de las artes persuasiva­s o amenazante­s de unos y otros, el problema no son los partidos independen­tistas que quieren salirse de España, sino la aceptación del hecho diferencia­l de Catalunya, que se contempla en el preámbulo de la Constituci­ón de 1978 y que afirma “proteger a todos los españoles y pueblos de España en el ejercicio de los derechos humanos, sus culturas y tradicione­s, lenguas e institucio­nes”.

El debate está entre la España única y la España plural, diversa y territoria­lmente diferencia­da. Una España, según me comentaba Ernest Lluch, en la que todos nos podamos sentir a gusto.

El problema viene de lejos. El historiado­r John Elliott sitúa su origen en la dinastía de los Austrias, y Valentí Almirall, el padre del catalanism­o moderno, formuló el doble intento de fortalecer el autogobier­no de Catalunya y el de modernizar España, con aquel diagnóstic­o de que si España era el problema, Catalunya podía ser la solución.

Los resultados del día 23 no ofrecen soluciones mágicas porque no las hay. Pero sí la de avanzar en la idea de un país que puede convivir siendo plural y distinto respetando el derecho y la libertad de todos. Catalunya no ha conseguido la independen­cia en las varias ocasiones que lo ha intentado a lo largo del último siglo. Pero puede desestabil­izar al Estado. Contra España y sin Europa es improbable, si no imposible, la secesión.

Un pacto de Estado entre los dos grandes partidos y con la participac­ión de todas las fuerzas políticas, también los tres nacionalis­mos históricos, sería una ocasión para llegar a acuerdos estables como los que se alcanzaron en la transición sin necesidad de renunciar a la particular manera de entender la convivenci­a cívica y política.w

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