El Papa y el Presidente: del abrazo a las insalvables diferencias
Cuando hace dos semanas el papa Francisco y el Presidente se abrazaron dieron un ejemplo de convivencia después de las severas descalificaciones de Javier Milei hacia el pontífice y alguna que otra alusión muy crítica de Jorge Bergoglio al libertario, aunque sin nombrarlo. Un gesto que también cobró realce por tratarse de dos personas con posiciones en muchos aspectos en las antípodas, que en el caso del Papa quiso conocer de la propia boca del visitante y, por eso, le concedió un tiempo inusual para este tipo de audiencias oficiales: una hora.
¿Alguien podía esperar que de aquella charla el Presidente se alineara con el pensamiento del Papa o viceversa? Milei es un libertario que se define como un anarco capitalista. Y Francisco -con los acentos propios- sigue la Doctrina Social de la Iglesia. No debería llamar la atención, entonces, que el pontífice reivindique el papel del Estado y que, a su vez, el vocero presidencial ratifique la crítica de Milei al Estado por considerarlo la fuente de todos los males económicos y sociales, como ocurrió.
No debería llamar la atención, pero llama la atención. Quizá la explicación radique en los tiempos políticos. Acaso se pensó que la cordial recepción del Papa conllevaba un cierto crédito político a Milei. Que no habría discrepancias inicialmente. Mucho menos en una cuestión central para el libertario: el papel del Estado. Pero Jorge Bergoglio, así como sorprendió por su cordialidad, ahora sorprende porque considera que en este momento no debe callar su pensamiento.
Es difícil desentrañar lo que piensa un jesuita, suele decirse. Bergoglio no escapa a esa consideración. Pero evidentemente cree útil hacerlo en los comienzos del Gobierno y de un modo bien potente y radicalmente opuesto a la postura de Milei, que no sólo critica al Estado, sino al concepto de justicia social. Palabras textuales de Francisco: “El Estado, hoy más importante que nunca, está llamado a ejercer ese papel central de redistribución y justicia social”.
En una lectura más fina habría que detenerse en la pregunta que Francisco les formula a los magistrados acerca de "hasta que punto el ejercicio del poder público es legítimo (...) si le aleja de la construcción de sociedades justas y dignas".
No es intrascendente el ámbito en el que el Papa dijo lo que dijo. Si bien fue en un mensaje a jueces latinoamericanos organizados en instituciones inspiradas en el pensamiento de Francisco, se produjo durante un encuentro que se realizó en la Argentina.
Tampoco es irrelevante quienes estaban en el estrado, más allá de que la procedencia ideológica de los magistrados presentes era diversa. Estaba el juez de la Ciudad Andrés Gallardo, famoso por sus polémicas decisiones judiciales, en calidad de presidente del comité. Y el ex ministro de la Corte Suprema Eugenio Zaffaroni, abierto simpatizante del kirchnerismo.
Desde las cercanías del Papa se dirá que Francisco no sólo quiere dar señales de convivencia en las diferencias, sino de incluir a todos. Aunque ello no le es gratis. Figuras como Zaffaroni -o Gallardo- le resultan política e ideológicamente indigeribles a una porción importante de la sociedad. Tal como sucede con Juan Grabois. Pero lo importante para Francisco -dicen- es que el Estado cumpla el papel de garante del bien común. Y si algún área no está bien, que se corrija, pero no que se la elimine. En la Iglesia ponen el ejemplo del fondo fiduciario para mejorar los barrios populares que tenía al frente a una dirigente muy cercana a Grabois, y que acaba de ser recortado, sospechado de poco transparente. ■