Clarín

El electricis­ta que abrazó la actuación y brilla en las series

Liam Cunningham protagoniz­a “El problema de los tres cuerpos”, tras destacarse en “Game of Thrones”.

- Chris Vognar The New York Times y Clarín

Nacido y criado en Dublín, Liam Cunningham habla en un torrente de conciencia que a menudo no tiene ni principio, ni medio, ni final discernibl­es. Habla con las manos y da golpecitos con los pies, salpica sus anécdotas con simpáticos comentario­s y recupera el aliento sólo el tiempo suficiente como para dar una pitada a su cigarrillo electrónic­o de aroma inconfundi­ble. No son muy populares en el estudio.

“Huelen como si tomaras el papel que viene con una camisa de la tintorería y lo pusieras sobre un quemador”, dice D.B. Weiss, que, con su socio de producción David Benioff, le dio a Cunningham papeles selectos en Game of Thrones y ahora en El problema de los tres cuerpos, flamante estreno de Netflix, una embriagado­ra serie de ciencia ficción basada en una trilogía de novelas de la escritora china Liu Cixin.

En ella, Cunningham interpreta a Thomas Wade, un maestro del espionaje sin pelos en la lengua que lidera un equipo de físicos elegidos para salvar al mundo de una invasión alienígena muy lenta, pero siniestra. A diferencia de Davos Seaworth, el caballero emocionalm­ente vulnerable que Cunningham interpretó en Game of Thrones, Wade es rudo, belicoso y reservado, una enigmática figura de autoridad, cuya historia de fondo dejó incluso a Cunningham con preguntas.

“Se sabe muy poco de él, y todo el mundo que lo vio se pregunta: ‘¿Cuál es su historia?’”, dijo Cunningham en el patio de un hotel de Austin durante el Festival de Cine South by Southwest, donde la serie tuvo su estreno mundial. “Tiene al secretario general de la ONU del otro lado del teléfono y la gente hace lo que él le dice, y uno se pregunta: ‘¿Quién le da esa autoridad?'’. Y lo curioso es que nunca sentí la necesidad de hablar con los chicos -en relación a Weiss y Benioff, se entiende-, ellos nunca se ofrecieron y yo nunca pregunté, lo que probableme­nte no sea bueno decir, y probableme­nte debería decir a todo el mundo, es: ‘Lo sé todo sobre él, pero no se los voy a contar’”. Respira. Resopla. Cunningham, de 62 años, pelo rubio y ojos azules brillantes, llegó a la interpreta­ción relativame­nte tarde. Trabajó como electricis­ta hasta los 29 años, y pasó parte de su veintena en Zimbabue llevando electricid­ad a comunidade­s rurales. “¿Conoces la canción 'Wichita Lineman'?”, pregunta, refiriéndo­se al éxito country de los años ´60 de Glen Campbell. Ése era yo, pero en Zimbabue. Para un irlandés, un duende de piel pálida de Dublín, era alucinante”. Durante un tiempo trabajó en un parque nacional, “del tamaño de Bélgica y con 16.000 elefantes”.

Eso era nuevo y emocionant­e, y cuando regresó a Dublín y volvió a conducir de un trabajo a otro en una pequeña furgoneta amarilla, descubrió que extrañaba la carga de su vida en África. Siempre interesado por el cine y la televisión, vio un anuncio en el diario de una escuela de interpreta­ción y pensó que podría dedicarse a un nuevo hobby. Cuando empezó a conseguir papeles en el teatro, comenzó a sentirlo más como una vocación. Se enamoró del proceso y de cómo alimentaba su sentido natural de la curiosidad.

“Era la resolución de problemas, el ‘¿cómo hacemos que esto funcione?’. Todo eso me parecía fascinante”.

Entonces llegó el momento de darle la noticia a su familia. “Quiero

Hasta los 29 años se dedicó a su trabajo anterior.

a mi pobre mujer”, dice. “Le dije: ‘Puede que pasemos hambre el resto de nuestras vidas: estoy a punto de decir adiós a un trabajo bien pago, semigubern­amental, en el que la única forma de que te despidan es si le disparas a alguien’. Y lo dejé”.

Ella le dio su bendición. Luego se lo contó a su padre, un estibador de mentalidad práctica.

Cunningham no tardó en encontrar trabajo estable en cine y televisión, consiguien­do papeles en películas como Una princesita (1995), de Alfonso Cuarón, Jude (1996), de Michael Winterbott­om, y junto a Cillian Murphy en El viento que acaricia el prado (2006), de Ken Loach.

Benioff y Weiss se enamoraron de Cunningham cuando lo vieron en Hunger (2008), la película de Steve McQueen sobre la huelga de hambre del mártir del Ejército Republican­o Irlandés Bobby Sands. Incorporar­on a Cunningham a Game of Thrones a partir de la segunda temporada, y Davos se convirtió en uno de los favoritos de los fans de esa serie.

Cuando los autores-productore­s volvieron a Cunningham para El problema de los tres cuerpos, estuvieron a punto de no contar con él. “Éramos como Dustin Hoffman al final de El graduado”, como dijo Benioff, rogándole a Cunningham, que ya se había comprometi­do con una película, que se uniera a su proyecto.

“Recibí una llamada de Dave y Dan, que obviamente habían hecho sus averiguaci­ones”, recuerda Cunningham. “Me dijeron: ‘No vas a ir con esos tipos, vas a venir con nosotros’. Y yo les dije: ‘Sí, de acuerdo, gracias’. Colgué el teléfono y, entonces, la parte profesiona­l de mi cerebro se puso en marcha y pensé: ‘Eso fue un poco estúpido, esto podría ser una semana de trabajo o un par de días’. Ni siquiera les pregunté por el proyecto’”.

Tal y como lo describen los colegas de Cunningham, contratar al actor no sólo significa conseguir un intérprete ferozmente concentrad­o cuando las cámaras están rodando. También obtienen un cuentista incansable para las horas muertas.

“Le encanta contar historias largas”, dice Benioff. Y agrega: “También hace un número con una servilleta”. ¿Un acto con una servilleta? Sonaba intrigante. “No voy a hacerlo”, dijo Cunningham. “Es una de esas cosas para las que hay que tomarse unas copas. Es espantoso y dura 15 minutos”.

Jess Hong, que interpreta a la física Jin Cheng en la serie, comparte varias escenas con Cunningham, cuando Wade intenta convencer a Jin de que aporte sus habilidade­s a la lucha por salvar a la Tierra. Dice que el vigor de Cunningham también resulta útil cuando llega el momento de poner manos a la obra. “Es increíble verlo trabajar porque, en cuanto filma la cámara, toda esa energía loca, casi infantil, se concentra en el objetivo”, dijo en una videollama­da desde Londres

Cunningham se muestra más intuitivo que sistemátic­o, sobre todo a la hora de elegir papeles. “Intento no analizarlo demasiado porque te pones parámetros y, si lo analizas, tus parámetros se hacen un poco más pequeños cada vez”, dice: “Empiezas a encontrar un nicho y eso implica repetición, y yo me aburro muy, muy fácilmente”.

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Una popularida­d en alza. El actor de 62 años, en su papel de Thomas Wade, un maestro del espionaje.

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