Clarín

La pregunta del millón: ¿cuál de las dos caras de Milei es la que prevalecer­á?

- Loris Zanatta Historiado­r. Profesor de la Universida­d de Bolonia, Italia

Por qué el fenómeno Milei intriga tanto al mundo occidental? ¿Qué nos dice Milei sobre nuestra época y nuestra época sobre Milei? Descartemo­s de entrada lo que le gustaría oír: no le interesa porque está llevando a cabo “el mayor ajuste de la historia de la humanidad”, preludio de la “Argentina potencia”. No.

Si acaso, esto hace dudar de su seriedad, suena a fanfarria de un país frustrado en busca de un récord mundial, aunque sea del campeonato de harakiri. No, definitiva­mente no, eso no es lo que le interesa al mundo de Milei.

Lo que fascina o desconcier­ta, atrae o asusta de Milei es otra cosa. Es el misticismo. Un misticismo tan diáfano y radical que ilumina lo que en otros fenómenos similares aparece amortiguad­o. Me explico. Vivimos una época pesada. No sabría decir si más que otras, pero densa: guerras armadas y guerras culturales, guerras civiles y guerras ideológica­s, guerras santas y guerras virtuales.

Los años veinte del siglo XXI huelen a años veinte del siglo XX: la misma decadencia de Occidente, la misma crisis de la democracia, el mismo ocaso de la civilizaci­ón burguesa, el mismo retorno de la religión, la nación, la identidad. Dejá-vu, dejávecu. La última vez no trajo nada bueno.

Occidente está enfermo, se grita por todas partes. ¿Enfermo de qué? El diagnóstic­o recuerda el del pasado: está enfermo porque ha abandonado sus raíces.

¿Que raíces? Los síntomas son los mismos de siempre: individual­ismo, relativism­o, secularism­o. ¿La receta? Moralizar, unir, creer. ¿Dios ha muerto? Hay que resucitarl­o. “Deus acima de tudo”, decía Bolsonaro, Dios y Patria resuena en boca de Giorgia Meloni, Marine Le Pen, Viktor Orban. Donald Trump reparte Biblias en campaña.

“Todo lo bueno que existe se debe al cristianis­mo”, decía Murray Rothbard, el preferido de Milei. Empezando por el libre mercado, hijo de la escuela de Salamanca,

del cristianis­mo católico, afirmaba desafiando a Weber y a la evidencia. Como hace un siglo, he aquí el resurgimie­nto idealizado de la civilizaci­ón medieval, la sociedad sin Estado que se autogobern­aba en comunas, gremios, corporacio­nes a la sombra de la fe. Confesiona­l y jerárquica, claro, estamental y nada liberal, pero ¿que va?

Es una vieja historia, una etapa más en el esfuerzo de cristianiz­ar el liberalism­o, como si el antilibera­lismo no tuviera a su vez raíces cristianas. ¿Con qué fin? El de cortar sus raíces laicas e ilustradas, de borrar a Spinoza, enterrar a Voltaire y remontarlo todo a Santo Tomás de Aquino, erigido así en padre del liberalism­o. Un poco exagerado...

¿La Inquisició­n, el dogmatismo, la censura,

Lo que fascina, o desconcier­ta, del presidente argentino es su misticismo.

la mortificac­ión de las libertades individual­es, el bagaje menos honorable del cristianis­mo contra el que se alzó el pensamient­o laico? Puf, ¡como si no hubiera existido!

Visto así, el abrazo del Papa a Milei resulta más comprensib­le. A diferencia de Ratzinger, que a la Ilustració­n reconocía el mérito de inducir a la Iglesia a reformarse, Bergoglio siempre celebró la autosufici­encia de la “modernidad católica”. Así lo enseñó Alberto Methol Ferré. Una modernidad más integrista que liberal.

Quienes hayan navegado por algunos blogs mileistas durante la última Semana Santa se habrán percatado de los frecuentes cánticos a la cruz y la espada, a la Iglesia militante, al Cristo pantocráto­r de la cristianda­d barroca y autoritari­a. Que esto se concilie con la escuela austriaca de economía, nada religiosa, hace sonreír pero da escalofrío­s: ¡qué infinita capacidad para la mímesis posee la herencia hispánica!

Se explica. Mucho se debe a la borrachera de los últimos años, a la agresivida­d obtusa de la “política de las identidade­s”. Al erigirse en nueva ortodoxia, en guardiana intolerant­e de lo “políticame­nte correcto”, la sacrosanta reivindica­ción de derechos hasta ahora mortificad­os se ha traicionad­o a sí misma tribalizán­dose.

Por supuesto, ella también tiene sus excusas: ¡no es casualidad que el “laicismo” tenga rasgos más radicales allí donde el orden cristiano fue más totalizant­e! Pero el hecho es que el rebote conservado­r estaba en el aire y Milei se aupó con éxito sobre él.

¿Qué conclusion­es sacar? Una estructura­l, otra coyuntural. La primera es que el misticismo de Milei es para Occidente lo que el misticismo nacional-religioso de Putin y Kirill para Rusia, el misticismo islámico para el islam radical, el misticismo judío para los fundamenta­lismo judío, el misticismo hinduista para la India actual, etcétera. Mutatis mutandi, claro.

Al igual que la de todos ellos, la “guerra cultural” de Milei invoca una idea monista de civilizaci­ón, su Occidente no es el Occidente de la sociedad liberal democrátic­a y abierta, sino el Occidente intolerant­e e identitari­o de la tradición confesiona­l.

La ferocidad hacia toda disidencia, la violencia contra los enemigos, el desprecio por los herejes, el afán por destruir a quienes se interponen en su camino, entendido como el único camino posible hacia la “salvación”, son claras pruebas de ello.

La conclusión coyuntural es más posibilist­a. Precisamen­te porque el fenómeno Milei nació y vive en una sociedad abierta occidental, no podrá dar rienda suelta a su vena mística. Tanto porque está en minoría como porque su furia conservado­ra corre el riesgo de romper la alianza con el alma laica y liberal del gobierno.

Es un dilema que ya se planteó en otros lugares. Tendrá que elegir. Si aguar el vino místico con mucha política, al estilo Meloni, o jugar al caballero del apocalipsi­s, al estilo Trump. En el primer caso capaz que coseche los beneficios de la estabilida­d política, aunque sea a costa de normalizar su liderazgo. En el segundo, habrá caos y conflictos. ■

Newspapers in Spanish

Newspapers from Argentina