Clarín

Robinson Crusoe y la fantasía de mi isla desierta

- Escritora Betina González

Quién no sueña con su propia isla desierta? Yo la imagino desde que leí Robinson Crusoe, a los doce años. No es que me seduzca dormir en la arena, vencer a la naturaleza haciendo fuego con dos ramitas o la utopía de fundar una forma de sociedad diferente. Mi sueño es absolutame­nte miserable: quiero escapar de las ciudades y vecinos ruidosos, una especie de karma personal. Empezó con una vecina en Texas que trabajaba de moza en un bar y volvía de su turno a las 3am, hora en la que empezaba su libertad –de poner música a todo volumen, hacer fiestas con amigos o mover muebles– y se acababa la mía. Continuó con mi regreso a Buenos Aires: el primer año me mudé nueve veces, siempre perseguida por obras en construcci­ón, ventanas abiertas a avenidas en las que los bocinazos y frenadas de colectivos no se apagaban nunca, y peleas a los gritos al otro lado de paredes cada vez más delgadas.

Me di cuenta de que no era algo personal cuando leí Silencio, de John Biguenet, que analiza el silencio como uno de los bienes más escasos (y por eso más caros) de la actualidad. Las salas VIP de los aeropuerto­s, los auriculare­s que bloquean el sonido por completo, los clubes exclusivos, los materiales aislantes y los barrios cerrados son formas (caras) de conseguir la preciada ausencia de ruido, lo cual, según este autor, prueba que las personas con menos recursos son las más expuestas a la contaminac­ión sonora.

Claro que mi sueño de la isla desierta no implicaba silencio total. No pensaba suprimir el canto de los pájaros o el oleaje del mar, ya de chica se trataba más bien de prescindir de la compañía de ciertas personas. Para alguien con este tipo de fantasía, es sorprenden­te descubrir que Inglaterra tiene un Ministerio de la Soledad. Se creó en 2018, luego de un estudio que probó que nueve millones de británicos se sentían solos y que eso es un factor de riesgo para la salud peor que fumar quince cigarrillo­s por día. Otros países reportan datos similares, al punto que la Cruz Roja ya considera que la soledad es una “epidemia silenciosa” y global. Según la cadena alemana DW, uno de cada tres franceses adultos vive solo y 12% de la población de ese país carece de relaciones sociales de cualquier tipo. Las estadístic­as de Berlín son tan altas que se la empieza a llamar “la Capital de la Soledad”: 50% de las viviendas de esa ciudad están habitadas por una sola persona. En Europa, los que más sufren la soledad son los mayores; en EE UU, son los jóvenes: la generación Z reporta índices muy bajos de interacció­n social en real life y muy altos de depresión y ansiedad. Incluso hay analistas que piensan que el auge de las derechas en el mundo se debe al predominio de este tipo de aislamient­o.

Escapar al bosque o a una isla es una fantasía anticuada y egoísta, lo sé. Nadie sobrevive solo. Pero de vez en cuando, releo el poema de William Wordsworth “El mundo está demasiado con nosotros” y sonrío.

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