Clarín

El increíble caso del colorista prófugo

- Héctor Gambini hgambini@clarin.com

Abel Guzmán no es Abimael Guzmán, pero la Justicia argentina acaba de emitir una

alerta roja de Interpol para

tratar de atraparlo. El segundo Guzmán, Abimael, murió en 2021 en la cárcel de máxima seguridad del Callao, en Perú, donde había fundado el grupo guerriller­o Sendero Luminoso.

Buscado por terrorista, aquel Guzmán fue atrapado finalmente en 1992 y condenado a prisión perpetua. Su organizaci­ón atacó a militares y policías peruanos tanto como a civiles, a empleados del gobierno de cualquier rango, a trabajador­es que no se adherían a las huelgas que decretaban los terrorista­s y a campesinos que sólo iban a votar cuando había elecciones.

Aquel Guzmán decía que aquellas víctimas eran traidores que al votar colaboraba­n con la democracia y, por lo tanto, con el gobierno. Por eso los mataban.

En los años en los que estuvo prófugo, Abimael Guzmán tuvo pedido de captura internacio­nal. Igual que Abel.

Este otro Guzmán, Abel, es el nuestro. Un peluquero que trabajaba en la especialid­ad de “colorista” en un salón de belleza de Recoleta y llegó un día para asesinar a sangre fría y adelante de todos sus compañeros al otro colorista del local.

Quizá celoso de la predilecci­ón de las clientas. Quizá, no.

Si acumuló furia durante los meses previos en contra de la víctima, no lo demostró en la escena del crimen, donde se movió como un sicario profesiona­l. Sacó el arma, hizo sentar a los demás, apuntó a la cabeza de su objetivo y disparó.

No levantó la voz ni cuando le pidió a otro de los empleados que le abriera la ventana del local para escaparse.

No hubo escándalos, ira ni destrozos. Sólo una bala fría como un témpano ante una víctima completame­nte indefensa.

Este sábado se cumple un mes de la fuga inverosími­l de ese asesino identifica­do y

filmado que sin embargo nadie encuentra. Lo buscaron en su casa de Merlo y en la casa de su hermano donde solía quedarse a dormir durante la semana, en el barrio porteño de Balvanera. Y en Santiago del Estero, donde vive parte de su familia. Su madre le pidió públicamen­te que “se entregue lo más pronto posible”. Nada.

Las cámaras del barrio más acomodado de la ciudad más vigilada de la Argentina lo registran caminando por la calle Beruti hasta Coronel Díaz, doblando por allí hasta Charcas y perderse hacia la nada misma, en medio de gente que estira el último café de la tarde en las mesas de las veredas, llega para cenar temprano o camina luchando contra los mosquitos y el calor de marzo. Sea por lo que fuere, nadie puede atrapar a Guzmán, y eso es sólo una cara de los problemas con la seguridad nuestra de cada día.

Desde el crimen de la peluquería, la Policía de la Ciudad tuvo cuatro fugas de presos. Aunque con diferentes grados de peligrosid­ad, cada vez hay más prófugos para buscar en todo el país.

Sobre Guzmán, no se conoce que tenga detrás una organizaci­ón poderosa, medios extraordin­arios ni una logística sofisticad­a para mantenerse oculto tras ese asesinato quirúrgico y espantoso. No se cambió el look tras el crimen sino antes.

Se rapó para matar y así quedó filmado. No es terrorista. Es colorista.

La familia de su víctima no obtiene consuelo y la peluquería reabrió bajo el temor de que Guzmán regrese. ¿Quién puede saberlo? Por las dudas, ahora hay una mujer policía en la puerta del local.

El miedo como piedra en la garganta seguirá allí hasta que Guzmán sea atrapado.

Pero nadie lo encuentra y el colorista de Recoleta llegó con su foto hasta allí. A las alertas rojas de Interpol. Donde estuvo Guzmán, el terrorista. Donde están los iraníes acusados de volar la AMIA. ■

La foto del peluquero de Recoleta llegó al sitio donde buscan a los terrorista­s.

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