Clarín

El Vaticano en Venecia y lo que la sociedad tapa tras los muros

La bienal de arte abre oficialmen­te mañana. Clarín recorrió el pabellón de la Santa Sede, que visitará el Papa y ocupa parte de una cárcel de mujeres.

- Susana Reinoso seccioncul­tura@clarin.com

A las 9.30 nos reunimos puntuales en la puerta de la cárcel de mujeres de la Giudecca. Somos un grupo de periodista­s extranjero­s e italianos

citados para una recorrida por la exhibición que, en el marco de la 60º

Bienal de Arte que abrirá oficialmen­te este sábado, el Dicasterio para la Cultura y la Educación del Vaticano ha encargado a los curadores

Chiara Parisi y Bruno Racine.

La exhibición lleva por título Con

mis ojos. Y en breve, con nuestra mirada desde el exterior entraremos a vivir una experienci­a única.

El servicio de policía del centro de detención nos retiene con amable rigurosida­d nuestros objetos personales. Dejamos también los teléfonos móviles y los pasaportes. El papa Francisco visitará esta muestra, en la que no ha participad­o personalme­nte, el 28 de abril. El desangelad­o y frío edificio que

aloja a 80 reclusas que cumplen largas condenas abre sus rejas para permitirno­s el ingreso luego de un largo pasillo de paredes peladas. En un patio interior nos esperan los curadores junto a las reclusas Manuela y Paula, cuya edad promedio es entre 65 y 70. Vestidas con un guardapolv­o mitad azul y mitad blanco, nos reciben nerviosas y con reprimido entusiasmo: llevan escritas a mano varias hojas en letras de imprenta con la descripció­n de las obras que veremos. Los ocho artistas convocados por el Dicasterio y los curadores son Maurizio Cattelan, Bintou Dembélé, Simone Fattal, Claire Fontaine (son dos artistas), Sonia Gomes, Claire Tabouret, Marco Perego y la actriz Zoe Saldaña, y Corita Kent, la única ya fallecida.

Manuela y Paula son parte de un grupo de 20 presas que acompañará a los distintos grupos que visitarán el Pabellón papal. Todo es una puesta de escena austera, minimalist­a, muy controlada por los policías que nos acompañan. Por fuera del guion previament­e pautado, ambas reclusas no

hablan de sí mismas ni de sus condenas. Nos iremos de allí luego de una hora y media sin saber nada de ellas. Aunque quizá el documental de Marco Perego, basado en la historia real de una reclusa que salió libre tras cumplir condena, que nos proyectan más adelante en la visita, contenga todas las palabras no dichas, las angustias, la larga agonía de esperar la libertad.

Lo primero que nos cuentan es que la prisión funciona en un convento del siglo XVI que acogía a cortesanas y prostituta­s ancianas, y dos siglos más tarde se convirtió en una cárcel para mujeres.

Entramos a un pequeño café donde se exhibe obra gráfica en lenguaje pop de la monja Corita Kent, activista contra la violencia y la guerra de Vietnam, entre otras buenas causas, realizada durante los años 60 y 70. Kent fue allegada al círculo de Andy Warhol. Saldrepais­aje mos, siempre custodiado­s, a un extenso pasillo con trabajos pictóricos de Simone Fattal, quien compuso, con versos y palabras de las detenidas, sus piezas cerámicas. Procuran vivificar muros exteriores despojados de belleza y abrigo.

Al fondo del pasillo un ojo cruzado con una barra, del dúo Claire Fontaine, es clave para entender lo que el papa Francisco, con la sutileza que lleva adelante las reformas en el Vaticano, quiere contarle al mundo mediante esta propuesta inédita. En esta cárcel viven las personas a quienes la sociedad oculta, ignora, invisibili­za, hasta convertirl­as en lo que está tras el siempre seductor de Venecia. Manuela y Paula lo expresan: “Este ojo cerrado es el de la sociedad que invisibili­za a la gente juzgada. Es el ícono de Internet cuando no nos permite acceder a algunas imágenes”.

Pero hay más en este mensaje que los curadores coordinaro­n con los artistas: que las prisionera­s estén reflejadas y contenidas en las obras expuestas, que desde afuera se sepa que hay vidas adentro y se produzca una resignific­ación de nuestra mirada, la de aquellos que “disfrutamo­s de la libertad”.

Al continuar, una mesa donde se han dispuesto postales con frases versos de las prisionera­s. son anónimos. No todos los

“Hanno il tuo nome le mie ferite ” (“Mis heridas tienen tu nombre”). / “Coraggio non significa avere la forza / di andare a anti, ma è andare avanti / Aunado non se he ha forza” / Susanna. (El coraje no significa tener la fuerza para seguir adelante, sino avanzar cuando ya no tienes la fuerza”). “…un po’ di me sarà per sempre triste…”. Vemos cerca el huerto biológico que trabajan las reclusas. Cultivan de todo y lo venden “afuera, en el mercado”, nos cuenta Manuela.

Cruzamos un patio inmenso. Allí vemos la segunda obra de Claire Fontaine. Una frase en neón que se ilumina al caer la tarde, como el ojo cerrado. “Siamo con voi nella notte” (“estamos contigo en la noche”), un homenaje a los familiares que sostienen a lo largo de los años la prisión donde viven estas mujeres.

Llegamos a la capilla consagrada a Santa María Magdalena de Los Ángeles. Desde los ‘90 este espacio es un museo y no se celebran misas allí. En la capilla, la artista brasileña Sonia Gomes le ha sumado color con una vibración a la vez ancestral y muy contemporá­nea. Son piezas textiles vinculadas con la memoria afroameric­ana.

Claire Tabouret ha tomado fotografía­s de las mujeres presas para convertirl­as en obras pictóricas. Manuela, la que más habla con la prensa, señala conmovida una foto de una madre con su hijo. “La madre siempre es la madre”, dice sin aclarar si es la suya mientras la abraza, a sus 11 meses.

Tras atravesar un patio, llegamos al final de esta experienci­a conmovedor­a: el cortometra­je de Marco

Perego y la actriz Zoe Saldaña. Se filmó en esta cárcel y hay panorámica­s generales de los pabellones y del sector de las duchas, y primeros planos de las prisionera­s. El documental pone el cuerpo femenino en el centro, con un verismo audaz para el Vaticano. Hay ancianas desnudas en las duchas, mientras la reclusa pronta a salir en libertad -que interpreta Saldaña– va despidiénd­ose de sus compañeras, recibiendo regalitos simbólicos, un improvisad­o relicario de pelo.

Están también los cuerpos tatuados de muchas de ellas, de pie y en fila en un pasillo, para verla partir. Y la protagonis­ta, un caso real, intercambi­a con su mejor compañera el suéter al dejar la prisión.

Un dato revelador, que no pudo escapar al cálculo: al recibir de vuelta sus objetos personales, la liberada deja en la caja el crucifijo con el que entró. ¿Ya habrá visto el Papa este documental? Ojalá que sí. Sabe Francisco que la fe puede perderse en situacione­s límite. Pero el mensaje es ambiguo: quizá ella lo esté dejando para otra mujer que todavía necesite anclar su fe en un objeto ritual.

 ?? MARCO CREMASCOLI, BIENAL DE VENECIA ?? Mural en la entrada. Fue realizado por el italiano Maurizio Cattelan en el edificio del siglo XVI.
MARCO CREMASCOLI, BIENAL DE VENECIA Mural en la entrada. Fue realizado por el italiano Maurizio Cattelan en el edificio del siglo XVI.
 ?? MARCO CREMASCOLI, BIENAL DE VENECIA ?? La vieja capilla. Hoy museo, parte del recorrido con obras.
MARCO CREMASCOLI, BIENAL DE VENECIA La vieja capilla. Hoy museo, parte del recorrido con obras.
 ?? ?? El ojo tachado. Del dúo Claire Fontaine.
El ojo tachado. Del dúo Claire Fontaine.

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