Clarín

La atracción por nuestras raíces

- Daniel Ulanovsky Sack dulanovsky@clarin.com

Adriana Lerman es farmacéuti­ca y docente de hebreo. Supo de su pasión por la escritura mientras investigab­a las raíces familiares: descubrió la historia oculta de su abuelo en épocas del nazismo y publicó el libro ‘El dolor de estar vivo’. Ha compartido su experienci­a dando charlas sobre su historia y la tragedia del Holocausto, recorriend­o un camino de transmisió­n que la llevó en 2023 a recibir junto al reconocido periodista Daniel Hadad, el prestigios­o ‘Premio Jai’, otorgado por la comunidad Benei Tikva en la sinagoga Leo Baeck por su destacada labor en visibiliza­r la memoria de la Shoá.

Es curioso cómo cada persona dialoga con el dolor. Para muchos, la única opción es callar esperando que el tiempo genere un barniz protector. Quizás logran cierto apaciguami­ento pero no más: las heridas siguen ahí. Otros -y esto se ha visto en sobrevivie­ntes del Holocausto y de otras tragediasn­ecesitan contarlo. Publicar libros, dar charlas. Lo hacen -dicen- para que la historia no se vuelva a repetir. Creen, me parece, demasiado en la Humanidad porque genocidios ha habido muchos. Pero hablarlo ayuda: es necesario que se sepa lo que puede generar el odio.

A veces hay razones ocultas para el silencio. Sé de personas que no quisieron transmitir esa sensación de oscuridad a las nuevas generacion­es. Acertado o no, era lo que sentían. En el caso del Holocausto existen incluso familias que callaron hasta esconder su origen judío. Temían que si “volvía a pasar” pondrían en peligro a su prole. Y hubo gente que se enteró de que tenía origen judío ya adulto. El libro de Eduardo Berti “Un hijo extranjero” revela algo así en una saga que parece ficción pero es realidad.

Toda mi familia llegó a la Argentina antes de la Primera Guerra Mundial. La catástrofe del nazismo no tuvo en nuestro caso un nombre y un apellido íntimo. Sin embargo, conozco algo de los silencios. Dice la historia familiar -me lo contó mi primaque mi abuelo decidió abandonar la Rusia zarista después de que en un progrom mataran a su padre y él lo viera desde abajo de una cama. No sé si fue así. Sí sé que la idea de América era vivida como un espacio de libertad y de no mirar atrás. Mis abuelos estaban encantados con lo que les había dado el país, nunca hablaron de “lo anterior” -llegaron adolescent­es al país-. Si conversaba­n en idish en algún momento y llegaba alguien de la nueva generación, cambiaban inmediatam­ente al español. No querían que conociéram­os lo que habían padecido, la nueva vida en Argentina era futuro y no había que contaminar­la.

Los entiendo. Y me entiendo. Hoy me gustaría saber más de ese pasado. Pero a veces la historia tiene su propia lógica, no la que deseamos.

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