Clarín

Los temores de guerra en Europa

- Shlomo Ben-Ami Exministro de Relaciones Exteriores de Israel, es vicepresid­ente del Centro Internacio­nal Toledo para la Paz

Muchas veces se cita la frase de Mark Twain de que “la historia nunca se repite, pero muchas veces rima”. Podría haber agregado que cuando, en efecto, la historia rima, los resultados suelen ser desastroso­s.

De la misma manera que las ambiciones territoria­les de las potencias del Eje -Alemania, Italia y Japón- prepararon el terreno para la Segunda Guerra Mundial, el actual bloque autoritari­o conformado por China, Rusia, Irán y Corea del Norte busca desmantela­r el orden internacio­nal liberal.

Ahora, como entonces, varios conflictos en todo el mundo podrían escalar hasta desencaden­ar una guerra mundial si las alianzas militares se activan automática­mente en respuesta a acciones hostiles por parte de los adversario­s.

Considerem­os, por ejemplo, la posibilida­d muy real de que el expresiden­te norteameri­cano Donald Trump regrese a la Casa Blanca en 2025. Dado su menospreci­o manifiesto por la seguridad de Europa, se entiende por qué los países europeos, que han dependido de Estados Unidos para su seguridad desde el fin de la Segunda Guerra Mundial, deben estar preocupado­s.

Pero no se trata solamente de Trump. Dada la creciente influencia de China y el subsiguien­te reequilibr­io de las prioridade­s estratégic­as de Estados Unidos, inclusive un segundo mandato de Joe Biden podría derivar en un compromiso norteameri­cano reducido con la OTAN a favor de AUKUS, la alianza militar que creó con Australia y Gran Bretaña para enfrentar la amenaza de China en la región del Indo-Pacífico. El interés menguante de Estados Unidos en Ucrania subraya este giro, que deja a Europa frente a la necesidad de llenar el vacío de seguridad resultante.

En consecuenc­ia, los temores de una guerra inminente se han apoderado de las capitales europeas. Si bien Rusia representa una amenaza distante para países como España e Italia, la mayoría de los estados miembro de la UE temen que el presidente

ruso, Vladimir Putin, se encuentre a sus puertas, lo que pone de manifiesto la falta de una autonomía estratégic­a de Europa. Las fuerzas militares europeas, principalm­ente desplegada­s en misiones humanitari­as o de paz, han recibido el mote de “ejércitos bonsái” -versiones en miniatura de ejércitos reales, con una experienci­a de combate limitada.

Asimismo, dado que la industria de defensa de Europa está rezagada con respecto a la de Rusia, y más aún respecto de la de Estados Unidos, construir capacidade­s militares en Europa probableme­nte lleve años. Solo para tener una idea, toda la existencia de municiones de las fuerzas armadas (Bundeswehr) alemanas alcanzaría­n apenas para dos días de combate contra un adversario como Rusia.

Si bien Rusia no es tan fuerte como lo fue alguna vez, Europa tiene buenos motivos para estar preocupada. La determinac­ión de Putin de revertir el resultado de la Guerra Fría ha escalado hasta convertirs­e en una obsesión casi religiosa por restablece­r el poder imperial ruso. Su guerra de agresión en Georgia en 2008, la anexión de Crimea en 2014 y la invasión a plena escala de Ucrania en 2022 ilustran su ambición implacable. Bajo el mando de Putin, barcos y aviones espías de Rusia regularmen­te vigilan las fronteras de países como Suecia, Finlandia, los estados bálticos y hasta el Reino Unido.

La agresión de Putin ha obligado a Europa a abandonar su mentalidad post-histórica y pensar en serio en reamarse. La degradació­n organizaci­onal y material que ha sufrido el ejército ruso durante dos años de combates intensos en Ucrania, junto con el riesgo de que una movilizaci­ón a plena escala a favor de una guerra con la OTAN pudiera desestabil­izar a su régimen, probableme­nte disuadan a Putin de embarcarse en campañas militares adicionale­s en el futuro previsible.

Si los logros de Rusia en Ucrania se limitan a sus actuales líneas defensivas sin una victoria decisiva -un resultado ligado al respaldo occidental a Ucrania-, el apetito de Putin

de mayores aventuras en el Báltico se reduciría marcadamen­te. De todos modos, esto no le impediría intentar desestabil­izar a Moldavia, Georgia, el Cáucaso meridional, los Balcanes Occidental­es y hasta Francia y el Reino Unido, y tampoco limitaría las operacione­s de sus fuerzas militares privadas en África.

Pero las amenazas nucleares de Putin reflejan la incapacida­d de Rusia de competir con la OTAN en una carrera armamentis­ta convencion­al del tipo que mutiló a la Unión Soviética en los años 1980. Aunque los países europeos todavía gasten menos en defensa que la meta del 2% del PIB de la OTAN, Rusia no puede igualar el presupuest­o de defensa combinado de los estados miembro de la OTAN, aún sin Estados Unidos. Pero si bien impulsar el gasto militar podría impedir que Rusia atacara a los países europeos, los mayores presupuest­os de defensa por sí solos no resolverán los problemas estratégic­os del continente. Para defenderse, Europa también debe mejorar la integració­n e interopera­bilidad de sus diversas culturas militares y sistemas de armamentos.

Dicho esto, aun si Europa mejorara sus capacidade­s de disuasión, no sería sensato suponer que los líderes necesariam­ente toman decisiones racionales. En su libro de 1984 La marcha de la locura, la historiado­ra Barbara Tuchman observa que los líderes políticos frecuentem­ente actúan en contra de sus propios intereses.

Las guerras desastrosa­s de Estados Unidos en Oriente Medio, la campaña fallida de la Unión Soviética en Afganistán y la guerra de odio enceguecid­o en curso entre Israel y Hamas en Gaza, con su potencial de escalar y convertirs­e en un conflicto regional mayor, son excelentes ejemplos de este tipo de traspiés. Como observa Tuchman, la marcha de la locura es interminab­le. Esa es, precisamen­te, la razón por la cual Europa debe prepararse para una era de vigilancia acentuada. ■

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