Clarín

Aquel reclamo por la educación al que le faltó gente, y Axel Kicillof con guardaespa­ldas

- Eduardo Paladini epaladini@clarin.com

Un mes, loco. Los periodista­s tienen que entender eso. Axel necesita tener las escuelas cerradas un mes. Nada más”. Corría el año 2021, con la pandemia de coronaviru­s instalada definitiva­mente en el país, y desde la Gobernació­n bonaerense a cargo de Kicillof intentaban persuadir a los medios sobre la convenienc­ia de dejar a millones de chicos sin clases.

El debate por sí o por no de la presencial­idad escolar tomaba cada vez más temperatur­a y en la Provincia intentaban camuflar el temor central del gobernador: muchos vecinos adultos del Conurbano, a esa altura, habían decidido per se romper el aislamient­o y una de las pocas herramient­as que le quedaban a Kicillof para evitar aglomeraci­ones era tener a los chicos guardados.

Aquella decisión, con el paraguas de presidente Alberto Fernández y durante un tiempo acompañada por el jefe de Gobierno Horacio Rodríguez Larreta, duró mucho más que los 30 días que rogaban los voceros del mandatario y trajo un daño que aún hoy resulta difícil ponderar. En parte, porque ni siquiera se midió.

La mayorías de las provincias decidió cambiar su régimen académico para facilitar que los chicos pasaron de grado/año y recuperan los conocimien­tos vaya a saber uno cuándo. Hubo casos extremos, como Formosa, que permitiero­n 19 previas. Siga-siga.

En Buenos Aires se apeló al aislamient­o extremo hasta que llegaron las elecciones del 2021 y para congraciar­se con el electorado, se decidió la vuelta a la presencial­idad de un día para el otro. Mandan las urnas.

El efecto más duro del proceso fue el abandono escolar. Tampoco se midió con seriedad. En cierto momento se habló de 1 millón de chicos que habían dejado las aulas en todo el país como consecuenc­ia de la pandemia. Hasta que un día, en una reunión de ministro de Educación de las provincias, desde Nación se bajó la cifra oficial: "250.000".

¿De dónde lo sacaste, si ninguna provincia lo tiene medido?, le preguntaro­n a Jaime Perczyk, ministro nacional. “Si no decimos esto, directamen­te van a decir que no abandonó nadie”, intentó empatizar, en tercera persona, como si no formara parte del Gobierno nacional.

Para corregir el descalabro, la Casa Rosada repartió entonces fondos a las provincias. Buenos Aires, como era habitual, fue una de las más beneficiad­as. ¿Logró que los chicos volvieran a clase? En el Conurbano aseguran que no. Un ejemplo: en Lanús, los pastores evangélico­s, que suelen ser un termómetro infalible de esos barrios, calculan que no regresó ni un 10%. Devastador.

Así, la herida educativa, imposible de evitar a escala mundial, mostró sus peores efectos en la provincia de Buenos Aires y provocó un daño irreparabl­e en todo el país. Del jardín a la universida­d, a escuelas públicas y privadas, laicas y religiosas. Pero esa vez, una sociedad cansada, asustada y cruzada por la grieta (no la de Milei, la de Macri y Cristina), no logró unificar un reclamo.

El 15 de abril de 2021 se convocó a una marcha frente al Palacio Pizzurno, sede del Ministerio de Educación de la Nación. Fueron apenas cientos, entre padres y alumnos. Lógico por el temor a los contagios. Pero tampoco hubo en las redes ni en los medios una sociedad cohesionad­a y consciente de lo que se estaba perdiendo. La discusión, en general, quedó cruzada por la grieta.

La comparació­n con la contundent­e movilizaci­ón de este martes por el recorte a las universida­des públicas, entre el Congreso y Plaza de Mayo, con cientos de miles de ciudadanos marchando, llama a la reflexión. Sobre todo con un valor sobre el que los argentinos tienen un consenso muy mayoritari­o, a favor de la escuela pública y de calidad. Un tipo de acuerdo -superior al que contiene a los derechos humanos, por ejemplo- que debiera defenderse ante cualquier peligro. Llámese Milei, Alberto, Macri, Cristina.

O Massa, incluso, que durante su paso como ministro aplicó una poda de 50.000 millones a fondos educativos y ahora intentó sumarse a la marcha como uno más. Acaso lo traicionó el inconscien­te y quedó expuesto cuando dio unas volteretas para explicar que él fue a una universida­d privada pero valora mucho a las públicas.

Si algún daño provocan las grietas (la vieja y la nueva) es justamente ese: perder la capacidad de reacción ante lo que consideram­os bueno o malo, priorizand­o la pertenenci­a política o ideológica. La marcha de este martes podría haber sido un paso adelante en ese sentido: por la masividad, sin dudas también tuvo participac­ión libertaria. Un límite inédito para Milei y un alerta que no puede (o no debiera) mezclarse en la ensalada de los duelos tuiteros.

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Poca concurrenc­ia. La marcha frente al Palacio Pizzurno, sede del Ministerio de Educación de la Nación, el 15 de abril de 2021.
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