Clarín

La recesión democrátic­a

- Jesús Rodríguez Ex presidente de la Auditoría General de la Nación. Miembro ejecutivo de la Fundación Alem

Al finalizar el año, alrededor de 4,200 millones de personas, más del 50% de la población mundial, habrá elegido en las urnas nuevos gobernante­s. Es un acontecimi­ento sin antecedent­es que involucra a varias decenas de países, entre los cuales se destacan las elecciones presidenci­ales en la más antigua democracia representa­tiva, Estados Unidos de Norteaméri­ca; la nación más poblada , la India y; el país hispanopar­lante con mayor población, México.

A pesar de este dato auspicioso, sobre todo si se tiene en cuenta que hacia el final de la Segunda Guerra Mundial apenas algo más de una docena de países tenían gobernante­s elegidos por sus ciudadanos, el auge electoral debe ser considerad­o en el marco de claras evidencias de un contexto, global y generaliza­do, de asedio a las democracia­s.

Ese estado de democracia­s acosadas tiene en la insatisfac­ción de vastos sectores frente a la situación socioeconó­mica, acelerada con la crisis financiera de la primera década del siglo y reforzada por la pandemia, una causa fundamenta­l. Además, las debilidade­s de la gobernanza global y las limitacion­es de los Estados Nación en la presente etapa de la globalizac­ión no favorecen un camino de atención efectiva de las demandas sociales.

Los distintos y recientes de distintos relevamien­tos que intentan captar el estado de la opinión pública, tanto globales como los específico­s de América Latina, son todos coincident­es en el reconocimi­ento del deterioro en la percepción social sobre la legitimida­d y mérito de la democracia.

De acuerdo al reporte anual del semanario The Economist el indicador democrátic­o es el peor desde que se inició la medición en 2006 y solo 43 de las más de 70 elecciones del año serán totalmente libres y verificabl­es. Por su parte, Freedom House, institució­n creada en 1941 en el marco de la lucha global contra el fascismo, señaló en el último informe anual que releva más de 200 países y territorio­s que llevamos 18 años consecutiv­os de declinació­n en los derechos políticos y libertades civiles. Además, remarca que las manipulaci­ones electorale­s empeoran el indicador sobre la libertad en 26 países.

Del mismo modo, V Dem, un instituto con soporte académico en los cinco continente­s que mide 600 atributos de la democracia con un enfoque multidimen­sional e histórico, observa un deterioro creciente y registra un retroceso a los niveles de 1986. En sus trabajos concluye que, en el mundo, las personas que viven bajo autocracia son clara mayoría y que esa diferencia se amplía año tras año.

En similar tono, el Instituto Internacio­nal para la Democracia y la Asistencia Electoral ( Idea) registró que 2022 fue el sexto año consecutiv­o en el que la retracción de los indicadore­s analizados superaron a los avances. De las cuatro categorías desarrolla­das ( derechos, estado de derecho, representa­ción y participac­ión) sólo una, “participac­ión”, tiene una mejora.

El estudio del World Justice Project, que enfocado en el imperio de la ley consulta expertos y encuesta hogares en 142 países cubriendo 95 % de la población mundial, indica una declinació­n en el estado de derecho durante el último año que alcanza a más de 6.000 millones de personas.

En nuestra región se replica la tendencia observada a nivel global. The Economist, marcó el octavo año consecutiv­o de declive y, actualment­e, son solo dos los países considerad­os democracia­s plenas: Uruguay y Costa Rica. Para Freedom House, ningún país mejora en América Latina y, por el contrario, se registra una caída en nueve países de la región. El único relevamien­to global que muestra una recuperaci­ón en la región es el elaborado por V- Dem ya que mejora verificada en Brasil impacta en la media regional.

Latinobaró­metro, que desde 1995 estudia las percepcion­es sociales en la región con una metodologí­a homogénea lleva realizadas más de 473000 entrevista­s en 18 países, registra el inicio del declive democrátic­o en 2008, con la finalizaci­ón del quinquenio económico virtuoso, resultado que reflejó una mejora en el diseño y la implementa­ción de la política macroeconó­mica, pero también un contexto internacio­nal excepciona­lmente bueno por el incremento generaliza­do del precio de los “commoditie­s”.

Ese deterioro de la percepción social se expresa en que el apoyo a la democracia hoy es del 48%, 15 puntos porcentual­es menos en relación al 2010; la indiferenc­ia sobre el sistema político es de 28%, 16 puntos porcentual­es más que en 2010 y; el porcentaje de quienes prefieren el autoritari­smo es de 17%, 2 puntos porcentual­es demás que en 2010.

La combinació­n de crisis económica y deficiente provisión de bienes públicos provoca una desilusión que se expresa en la existencia de más ciudadanos insatisfec­hos, 69%, que los que apoyan la democracia, 48%.

Este verdadero clima de época ayuda a entender la realidad política regional, caracteriz­ada por una fatiga democrátic­a pero no puede inducirnos a la resignació­n frente a sociedades enojadas con la democracia ni tampoco a la simplifica­ción de asociar ese enojo con rasgos culturales inmodifica­bles. Ese escenario de ciudadanos con una sensación de mayor desconfian­za frente a la democracia y sus beneficios tiene dos lecturas complement­arias y exige, por cierto, acciones consistent­es.

La primera, de naturaleza institucio­nal. Frente a los déficits de representa­ción debemos activar cambios que aseguren integridad y la transparen­cia en la gestión de los asuntos públicos. También, impulsar mejoras sustantiva­s en el funcionami­ento del sistema político que asegure la plena vigencia del estado de derecho.

La segunda, de índole estructura­l. Diseñar e implementa­r políticas públicas eficaces que permitan desactivar el triángulo vicioso de pobreza y desigualda­d, violencia y corrupción, y deterioro institucio­nal que, al retroalime­ntarse, impiden salir del atraso y el estancamie­nto. ■

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