Clarín

Puentes entre chicos y grandes

- dulanovsky@clarin.com Daniel Ulanovsky Sack

LA AUTORA

Laura Duschatzky es magister en educación especializ­ada en acompañami­ento pedagógico. Le gustan tantas cosas que hace tiempo adoptó una frase: todo tiene que ver con todo. Eso le permitió articular sus múltiples pasiones: pintura, literatura, música, docencia. Se considera una entusiasta por naturaleza. Hace culto a la amistad y es muy familiera. Tarda en superar algunas trabas pero como toda taurina insiste. Aprendió a conducir a los 50 años después de cuatro cursos. Le gusta viajar y da talleres en el exterior y en el país. Actualment­e trabaja en una Universida­d de Chile y coordina junto a una poeta, talleres de escritura. Escribió “Una cita con los maestros” y “¿Cómo disfrutar de mis clases? Cartas del siglo XXI entre dos profesoras españolas y una asesora pedagógica argentina.”

Estamos errados: la amistad es más de lo que creemos. De manera casi natural pensamos que un amigo es alguien que tiene una actitud ante la vida similar a la nuestra, que su carácter compatibil­iza con el propio, que se recorren experienci­as en común. Y que más o menos tiene nuestra edad y hasta nuestro sexo. ¿No es acaso un clásico el de las chicas -chicas de los 15 a los 90- tomando el té o el de los varones conversand­o luego del fulbito? La amistad es eso, sí, pero también mucho más.

La Real Academia Española define la amistad como el “afecto personal, puro y desinteres­ado, compartido con otra persona, que nace y se fortalece con el trato”. Así podemos pensar en amistades de edades muy distintas pero en el que cada uno encuentra algo que lo hace crecer. O tener una visión del mundo más rica, vasta.

A mí me pasó una vez con una profesora de escritura creativa en Estados Unidos. Yo asistía a su seminario y “pegamos onda”. Ella, más de veinte años mayor que yo y con recorridos vitales diferentes. Por ejemplo, su familia era judía -la mía también- pero ella se había convertido al catolicism­o en Sudáfrica en parte por las acciones de algunas iglesias contra el apartheid.

Era curioso cómo podíamos compartir experienci­as cuando ella ya tenía nietos y yo empezaba a tener hijos. ¿Había alguna receta? Una sola: a los dos nos gustaba ver qué había detrás de lo aparente, no nos quedábamos con lo dado. Y nos escuchábam­os sin juzgar pero sin temor a decir lo que pensábamos. Sencillo pero no tanto cuando pienso en otras relaciones de amistad que con el tiempo se almidonan y para no herir -porque la vida nos hizo tomar caminos diferentes- se evaden los temas de fondo. Y no, no todo se salva con un cafecito.

Cuando uno analiza las relaciones entre gente de distintas edades parece que alguien siempre cuida al otro. Ahí radica el problema. Respetando las diferencia­s, hay que encontrar algo que enriquezca a ambos, no que implique mera caridad: esa no es una buena base sobre la cual edificar. meterse en uno de los agujeros de la medianera. De una maceta de mi patio, creció bien alto, esparciend­o sus ramas hacia el patio de Luchi.

Desde hace cuatro años festejamos juntos cuando gana River. Desde hace cuatro años jugamos al fútbol y me gana. Desde hace cuatro años, cada vez que hay tormenta Luchi piensa en mí porque sabe que le tengo miedo a los truenos.

Ahora estoy en el escritorio con mi música. Y aunque sé que ya no es mi vecino, la crisis económica los obligó a irse a otro lado, imagino que está ahí, al otro lado de la medianera y grita mi nombre y yo el suyo.

Luchi ya sabe leer. Ya recibe correos en su tablet.

Esta es una historia chiquita y grande a la vez. La historia de una amistad entre una mujer adulta que es abuela y un niño.

Una amistad que resumí en un WhatsApp que le mandé el primer día del niño que compartimo­s en aquel año 2020:

Había una vez una que siempre hablar a un a través de la pared. El cantaba, jugaba, corría por el patio. Y siempre la lo escuchaba. Se preguntaba: ¿quién será ese ? ¿Será rubio ?, tendrá marrones o celestes, tendrá pelo corto, como se llamará?

Hasta que un día se gritaron y se enteraron los dos que la se llama Laura y el Luchi.

Y empezaron a pasar por unos agujeros de la pared que separa las dos una de color .

Desde ese día se hicieron muy amigos y empezaron a jugar a los súper héroes, a buscar Fiat, Toyota, Peugeot y a los ladrones.

Laura es feliz jugando con Luchi. Y Luchi también es feliz jugando con Laura.

Así que esta historia es muy linda. Feliz Día, Luchi.w

Podés escribirno­s para compartir tu historia a mundosinti­mos@clarin.com

 ?? EMMANUEL FERNÁNDEZ ?? Menos difícil. “Agradezco a Luchi -dice Laura- que me haya acompañado a transitar esos momentos de encierro”.
EMMANUEL FERNÁNDEZ Menos difícil. “Agradezco a Luchi -dice Laura- que me haya acompañado a transitar esos momentos de encierro”.

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