Puentes entre chicos y grandes
LA AUTORA
Laura Duschatzky es magister en educación especializada en acompañamiento pedagógico. Le gustan tantas cosas que hace tiempo adoptó una frase: todo tiene que ver con todo. Eso le permitió articular sus múltiples pasiones: pintura, literatura, música, docencia. Se considera una entusiasta por naturaleza. Hace culto a la amistad y es muy familiera. Tarda en superar algunas trabas pero como toda taurina insiste. Aprendió a conducir a los 50 años después de cuatro cursos. Le gusta viajar y da talleres en el exterior y en el país. Actualmente trabaja en una Universidad de Chile y coordina junto a una poeta, talleres de escritura. Escribió “Una cita con los maestros” y “¿Cómo disfrutar de mis clases? Cartas del siglo XXI entre dos profesoras españolas y una asesora pedagógica argentina.”
Estamos errados: la amistad es más de lo que creemos. De manera casi natural pensamos que un amigo es alguien que tiene una actitud ante la vida similar a la nuestra, que su carácter compatibiliza con el propio, que se recorren experiencias en común. Y que más o menos tiene nuestra edad y hasta nuestro sexo. ¿No es acaso un clásico el de las chicas -chicas de los 15 a los 90- tomando el té o el de los varones conversando luego del fulbito? La amistad es eso, sí, pero también mucho más.
La Real Academia Española define la amistad como el “afecto personal, puro y desinteresado, compartido con otra persona, que nace y se fortalece con el trato”. Así podemos pensar en amistades de edades muy distintas pero en el que cada uno encuentra algo que lo hace crecer. O tener una visión del mundo más rica, vasta.
A mí me pasó una vez con una profesora de escritura creativa en Estados Unidos. Yo asistía a su seminario y “pegamos onda”. Ella, más de veinte años mayor que yo y con recorridos vitales diferentes. Por ejemplo, su familia era judía -la mía también- pero ella se había convertido al catolicismo en Sudáfrica en parte por las acciones de algunas iglesias contra el apartheid.
Era curioso cómo podíamos compartir experiencias cuando ella ya tenía nietos y yo empezaba a tener hijos. ¿Había alguna receta? Una sola: a los dos nos gustaba ver qué había detrás de lo aparente, no nos quedábamos con lo dado. Y nos escuchábamos sin juzgar pero sin temor a decir lo que pensábamos. Sencillo pero no tanto cuando pienso en otras relaciones de amistad que con el tiempo se almidonan y para no herir -porque la vida nos hizo tomar caminos diferentes- se evaden los temas de fondo. Y no, no todo se salva con un cafecito.
Cuando uno analiza las relaciones entre gente de distintas edades parece que alguien siempre cuida al otro. Ahí radica el problema. Respetando las diferencias, hay que encontrar algo que enriquezca a ambos, no que implique mera caridad: esa no es una buena base sobre la cual edificar. meterse en uno de los agujeros de la medianera. De una maceta de mi patio, creció bien alto, esparciendo sus ramas hacia el patio de Luchi.
Desde hace cuatro años festejamos juntos cuando gana River. Desde hace cuatro años jugamos al fútbol y me gana. Desde hace cuatro años, cada vez que hay tormenta Luchi piensa en mí porque sabe que le tengo miedo a los truenos.
Ahora estoy en el escritorio con mi música. Y aunque sé que ya no es mi vecino, la crisis económica los obligó a irse a otro lado, imagino que está ahí, al otro lado de la medianera y grita mi nombre y yo el suyo.
Luchi ya sabe leer. Ya recibe correos en su tablet.
Esta es una historia chiquita y grande a la vez. La historia de una amistad entre una mujer adulta que es abuela y un niño.
Una amistad que resumí en un WhatsApp que le mandé el primer día del niño que compartimos en aquel año 2020:
Había una vez una que siempre hablar a un a través de la pared. El cantaba, jugaba, corría por el patio. Y siempre la lo escuchaba. Se preguntaba: ¿quién será ese ? ¿Será rubio ?, tendrá marrones o celestes, tendrá pelo corto, como se llamará?
Hasta que un día se gritaron y se enteraron los dos que la se llama Laura y el Luchi.
Y empezaron a pasar por unos agujeros de la pared que separa las dos una de color .
Desde ese día se hicieron muy amigos y empezaron a jugar a los súper héroes, a buscar Fiat, Toyota, Peugeot y a los ladrones.
Laura es feliz jugando con Luchi. Y Luchi también es feliz jugando con Laura.
Así que esta historia es muy linda. Feliz Día, Luchi.w
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