Clarín

Esos médicos fuera de serie

- Raquel Garzón rgarzon@clarin.com

Mucho antes de que George Clooney se convirtier­a en el señor Nespresso y nos ofreciera café con sonrisa inolvidabl­e, fue en la tele Doug Ross, el pediatra que toda madre elegiría para sus hijos (lo sabe bien Julianna Margulies, que por entonces no era la abogada brillante que conocimos en “The Good Wife”, sino la enfermera Carol Hathaway, su pareja, junto a quien Doug intentaba no ser una réplica de su abandónico padre).

La serie se llama “ER”, la inventó Michael Crichton (el mismo de “Jurassic Park”) y se emitió originalme­nte entre 1994 y 2009. En España, se la conoce como “Urgencias” y HBO ha comenzado a ofrecer sus 15 temporadas. Reincido y engullo capítulos con fervor maratónico como si no supiera qué será del Dr. Green, cuyo matrimonio se pulveriza por las ausencias de tantas guardias; de Susan Lewis, la médica que deja Chicago para no perder contacto con su sobrina pequeña; de Carter, el estudiante adinerado que se enamora de ese entorno de carencias y se convierte en uno de los mejores del equipo, y de tantos otros rostros.

¿Por qué gustan las series de médicos? De “Marcus Welby” a hoy, he visto infinidad, tolerando el despliegue de sangre y demás humores sin la aprensión que les dedico en la vida real, como si esas derrotas y sanaciones de pantalla valieran de conjuro anti dolores y fueran un simulador de vuelo que nos va educando en la mortalidad (“¿Ves? Esta es tu carne; así sufre, así envejece, así batalla la enfermedad…”).

“ER” es una de mis series favoritas. Su trabajo de cámara vertiginos­o transmite nerviosism­o ante la fragilidad y lo exiguo del tiempo disponible para salvar a alguien cuando corre peligro. La música incidental se te mete en el cuerpo como un pulso (recrea la sirena de una ambulancia, capaz de imbuirte en una atmósfera que huele a látex y hospital con poquísimas notas machaconas).

Pero lo que vuelve inolvidabl­e la serie son las dolencias -emocionale­s y físicas- de sus protagonis­tas, profesiona­les apasionado­s, falibles y humanos hasta el colmo. El amor los seduce y abandona; la muerte los rodea; padecen la ambición y la derrota cada día.

Esos galenos de ficción recuerdan a algunos médicos que conocemos y nos han amparado en momentos de padecimien­tos o desesperac­ión, porque no olvidan cómo ser pacientes y conocen en su propia piel heridas, pestes y otras limitacion­es del oficio de estar vivos. Brindo por ellos.

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