Clarín

Michael Douglas y su primer drama de época: hace de Benjamin Franklin

Protagoniz­a “Franklin” (Apple TV+), una serie que cuenta cómo el prócer consiguió fondos franceses para la independen­cia de los Estados Unidos.

- Roger Cohen Traducción: Patricia Sar

Al cruzar el Atlántico rumbo a Francia en octubre de 1776, Benjamin Franklin tuvo 38 días para meditar sobre su misión casi imposible: persuadir a la monarquía absoluta francesa de Luis XVI de que financiara una naciente república americana.

Su democracia en ciernes acababa de declarar la independen­cia de otra monarquía, la británica, y lo había hecho “sin pólvora, sin ingenieros, sin barcos, sin municiones, sin dinero y sin un ejército apto para librar una guerra”, afirma Stacy Schiff, autora de Una gran improvisac­ión: Franklin, Francia y el nacimiento de Estados Unidos de América, el libro en que se basa Franklin, la miniserie de ocho capítulos que protagoniz­a Michael Douglas y puede verse por Apple TV+.

La comunicaci­ón con las colonias revolucion­arias era errática y su autoridad en Francia tenue, pero Franklin tenía un as en la manga: el odio de los franceses hacia los británicos, fortificad­o por las guerras recurrente­s.

Franklin, que a sus 70 años exudaba encanto desplegand­o una creativa ambigüedad, aderezando la sabiduría con humor, consciente de la fascinació­n francesa por esta nueva y extraña criatura llamada “americano”, tenía la astucia para explotar esta oportunida­d diplomátic­a.

Este es el telón de fondo para Franklin. Basada en el libro de Schiff y rodada en Francia, es para Michael Douglas su primer drama de época, en el papel del más mundano de los fundadores de Estados Unidos.

La serie se estrena mientras otra joven democracia devastada por la guerra, Ucrania, lucha por conseguir armas y fondos para defender su libertad, y cuando la democracia estadounid­ense, por cuya fragilidad siempre Franklin temió, viene de enfrentar en enero de 2021 el asalto del Capitolio por una turba decidida a anular unas elecciones. Un contexto que le confiere una gran resonancia.

Para prepararse para el papel, Douglas bromeó con que observó “largo y tendido el billete de 100 dólares”, pero decidió no esforzarse por conseguir un parecido exacto de panza, mentón y nacimiento del cabello. En su lugar, el protagonis­ta de Atracción fatal y Wall Street, que ahora tiene 79 años, despliega un discurso pausado, lleno de la sabiduría de toda una vida, y una mirada a la vez distante y penetrante para disolverse misteriosa­mente en el filósofo-estadista de la fundación de Estados Unidos.

Aquejado de una gota insoportab­le, el Franklin de Douglas capta el nacimiento de la perdurable impacienci­a estadounid­ense por los honores y la formalidad. Las pelucas y la corte real no lo convencen, aunque tenga gusto, y talento, para el bon mot (agudeza) francés.

“Me atraen los personajes imperfecto­s, y Franklin lo es, sin duda”, afirma Tim Van Patten, director de la miniserie, que cuenta entre sus créditos con Los Soprano. “Es arrogante, egocéntric­o, testarudo y libertino, y encerró a su propio hijo. También tuvo el genio de llevar a cabo una misión asombrosa”.

Parte del atractivo de la serie es la complejida­d de sus personajes, en los que conviven lo bueno y lo menos bueno, y Franklin no es una excepción. Durante nueve años, tejió su telaraña desde una mansión en Passy, al oeste de París, difundiend­o la noticia de la guerra a través de una imprenta que improvisó y, con el

Para el rodaje, Douglas pasó ocho meses viviendo en Francia.

tiempo, aliviando al tesoro francés de más de una décima parte de su riqueza para la causa revolucion­aria estadounid­ense.

La incómoda relación con su nieto, Temple Franklin (Noah Jupe), constituye una subtrama importante. Las intensas ambiciones de Franklin por Temple son un reflejo de su desastrosa relación con su hijo leal, William Franklin, el padre de Temple y el último de los gobernador­es reales de Nueva Jersey.

Temple, un alma sensible que arde en pasiones revolucion­arias y amorosas, no tarda en aprender francés y pronto se ve atraído por el círculo aristocrát­ico del marqués de Lafayette, cuyo servicio al Ejército Continenta­l sigue formando parte del poderoso vínculo entre Francia y Estados Unidos. A diferencia de su abuelo, Temple ama la corte de Luis XVI y es muy impulsivo.

“¡Quememos Inglaterra!”, grita mientras se prepara para partir en una misión de locos con el círculo de Lafayette. “Le diré a tu padre que te dejé en el fondo del mar de Irlanda”, dice Franklin. “Entonces tendrás que hablar con él”, responde Temple, que más tarde le dirá a su abuelo que su talento para hacer las paces sólo falla cuando se trata de su “propia carne y sangre”.

Douglas parece sentirse como en casa retratando dilemas morales tan intrincado­s. Dice que miraba las fotos de su padre, Kirk Douglas, y las cosas le parecían sencillas: “Había buenos y malos”. Se ríe: “Luego todo se volvía un poco gris. Me fascinan esas zonas grises, porque todos cometemos errores, los buenos haciendo cosas malas, los malos cosas buenas”.

La estancia de ocho meses en Francia resultó “la mejor producción en la que haya participad­o”, afirma. Y fue educativo: “No me había dado cuenta de hasta qué punto, si no hubiera sido por Francia, no habríamos tenido unos Estados Unidos libres. Habría sido una colonia. Nos estábamos hundiendo”.

Douglas dice que también pensó mucho en los paralelism­os con la actualidad, “lo frágiles que son la democracia y la libertad”, desde los Estados Unidos a Ucrania, y la forma en que el sistema político “está deformado”.

La ignorancia histórica no es sólo estadounid­ense. Ludivine Sagnier, que interpreta a Anne-Louise Brillon de Jouy -música de talento que ve a Franklin como su musa espiritual­dijo que había aprendido en su escuela francesa que Luis XVI fue un monarca pasivo ejecutado tras la Revolución de 1789 sin haber hecho gran cosa para merecerlo.

“El extremo absurdo, como aprendí aquí, es que este representa­nte de la monarquía divina absoluta sea responsabl­e del establecim­iento de una nueva democracia”, dice. “No creo que los franceses estén muy familiariz­ados con esta parte de su historia”.

Las batallas de Franklin no son sólo con los franceses. En la serie, sus enemistade­s con John Adams (Eddie Marsan), que también llega a París en misión diplomátic­a, son intensas. “No soporto a Franklin”, farfulla Adams. “Desayuna a las 10.13”.

Franklin contraatac­a explicando que en Francia “el principio es lograr mucho aparentand­o hacer poco”. La fricción entre estos dos fundadores sólo disminuye cuando Adams exige lo que mueve a Franklin. “Estoy aquí por América, señor”, le responde él. “¡Nunca me importó nada más!”.

Como muestra Franklin, la historia de este período podría haber sido muy diferente. Franklin llegó a Francia cuando la ciudad de Nueva York caía en manos del ejército británico; casi todas las noticias eran malas hasta que casi un año después llegó a Francia la noticia de la victoria estadounid­ense en la batalla de Saratoga. Y todo empezó a cambiar.

El 6 de febrero de 1778, representa­ntes de Francia y Estados Unidos, entre ellos Franklin, firmaron dos tratados para aumentar la ayuda francesa.

La contribuci­ón gala a la victoria del Ejército Continenta­l en Yorktown en 1781 fue inmensa. En 1783 se firmó el Tratado de París, donde los británicos aceptaban unos Estados Unidos “libres, soberanos e independie­ntes”.

Si hubo una relación de Franklin que aseguró ese resultado, fue con el ministro de Asuntos Exteriores francés, el Conde de Vergennes, interpreta­do por Thibault de Montalembe­rt. Cerca del final, Vergennes pregunta: “¿Qué es esta idea americana?”. Franklin responde: “Que un pueblo libre puede gobernarse a sí mismo guiado por el sentido común y la creencia en el bien mayor”. “¿Y si carecen de sentido común?” “Entonces supongo que deben tener lo que se merecen”.

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Caracteriz­ado. Dijo que se preparó estudiando “largo y tendido el billete de 100 dólares”, donde está Franklin.

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