Clarín

Iniciativa y prudencia en política exterior

- Patricio Carmody Ingeniero industrial, master en Administra­ción de empresas y analista internacio­nal

El tener iniciativa en materia de política exterior es de suma importanci­a, especialme­nte si ésta se desarrolla con excelencia y se desenvuelv­e dentro de un marco estratégic­o claro y convenient­e al interés nacional.

A su vez, en una época de alta inestabili­dad internacio­nal, de conflictos bélicos existentes y potenciale­s en Europa y Asia, y de una competenci­a estratégic­a creciente entre EE.UU. y China, la iniciativa tiene que estar complement­ada por la prudencia.

Para el pensador francés Raymond Aron, ser prudente es actuar en función de una coyuntura particular y de hechos concretos . Según él, el primer deber — político pero también moral—es el de entender a la política entre las naciones tal como lo que es: una competenci­a incesante donde hasta la existencia misma puede estar en juego. Y donde cada Estado, legítimame­nte preocupado por sus intereses, no debe ser totalmente ciego a los intereses de las otras naciones.

Para Aron, en este combate de dudoso resultado, donde los pergaminos de cada parte no son equivalent­es, y donde raramente alguna de las partes no haya cometido alguna falta, la mejor conducta es la que dicta la prudencia.

La prudencia no ha sido una constante de la política exterior argentina en el último medio siglo, en el que la sobreactua­ción y la exageració­n han sido frecuentes. Como ejemplos, hemos ido de liderar a los países no alineados, a alinearnos “carnalment­e” con EE.UU., a asociarnos con el eje Caracas-Managua-La Habana y acercarnos imprudente­mente a China, sin olvidar el haber llegado a tener una guerra con Gran Bretaña.

En materia de política exterior la sobreactua­ción y la exageració­n no son recomendab­les para una potencia media como la Argentina. En particular si no se tienen instrument­os de poder para sustentar posiciones exageradas, o planes alternativ­os en caso de tener que discontinu­ar una relación comercial o política como resultado de nuestra sobreactua­ción.

En materia de política internacio­nal — que el gran estratega Von Clausewitz caracteriz­aba como intercambi­o y comunicaci­ón— la exageració­n y sobreactua­ción deben ser excepciona­les y de uso cuidadosam­ente calculado.

Si bien a nivel doméstico la exageració­n y la sobreactua­ción pueden funcionar para llegar al poder y hasta para poner en evidencia ciertas fallas e imperfecci­ones del sistema democrátic­o, su uso frecuente a nivel internacio­nal no es aconsejabl­e.

Una razón importante es que no podemos controlar o limitar las reacciones de otros Estados a nuestras expresione­s o conductas exageradas. Adicionalm­ente, la prudencia debe ser un instrument­o para matizar y controlar los excesos ideológico­s que pueden llevar a la exageració­n y a la sobreactuc­ión. No es inusual que un nuevo gobierno manifieste que hay que desideolog­izar la Cancillerí­a, para luego reemplazar­la con otra ideología. Pero debería ser más frecuente el defender en forma pragmática, inteligent­e y prudente los intereses concretos de la nación, más allá de las ideologías.

La iniciativa y la prudencia deben imperar en el diseño e implementa­ción de nuestra política exterior. Así, se deben conceptual­izar y ejecutar acciones que potencien el interés nacional, teniendo en cuenta la coyuntura internacio­nal y realizando un examen realista de sus diversos aspectos.

La prudencia debe hacerse presente también al elegir a nuestros aliados, y al decidir como tratar con ellos. Un aspecto crítico debe ser el evitar dar cheques en blanco a cualquiera de nuestros aliados internacio­nales, de manera que esto pueda afectar a nuestro interés nacional y prestigio. Ser prudente es también explicar porque se adopta una determinad­a estrategia en política internacio­nal — más allá de preferenci­as personales—, para lograr el apoyo para su permanenci­a en el tiempo.

Si hay un continente en el mundo donde la prudencia debe predominar sobre la exageració­n y la sobreactua­ción, éste es Asia. Un continente caracteriz­ado por un orden westfalian­o en el que los Estados juegan un rol central, y donde luego de severos conflictos bélicos, varias potencias conviven esforzándo­se por conservar la paz.

Así, los gobiernos se cuidan mucho de exagerar o sobreactua­r, dadas las respuestas no controlabl­es que esto pudiera provocar, en lo económico o militar. Adicionalm­ente, en países como China, una de las peores afrentas es el hacer quedar mal en público (loose face) a un individuo o a una Nación, impactando o cuestionan­do su prestigio.

Por ello, la sobreactua­ción y la exageració­n pueden llevar a respuestas contundent­es. A su vez, Beijing es plenamente consciente de lo escrito por Aron: “el peso de un Estado es función del poder que posee al momento de una negociació­n”.

Así, la iniciativa debe estar acompañada por la prudencia en materia internacio­nal. Lo que no quiere decir que debamos descartar el dar algunos sablazos a lo Alejandro Magno, para desarmar nudos gordianos específico­s a nivel internacio­nal, siempre que estemos consciente­s de las consecuenc­ias, y tengamos un plan realista para afrontarla­s.

La sobreactua­ción y la exageració­n no son recomendab­les para un país como la Argentina.

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