Clarín

La literatura en el horóscopo

- Natalia Zito Escritora

Nunca creí en el horóscopo, no sabría decir de qué signo son mis hijos. Sin embargo, a mis veintipico, tenía la costumbre de buscar en la revista del domingo lo que el destino tenía preparado para los virginiano­s esa semana. Recuerdo mi ligera desesperan­za cuando la fortuna estaba reservada para los de sagitario o capricorni­o. No sabría explicar qué buscaba en esas dos o tres líneas que en cualquier caso se desvanecía­n en mi memoria antes de que llegara el lunes.

Creo que dejé de buscarlas cuando escuché que escribía el horóscopo cualquiera.

En un capítulo del libro La risa y el olvido, Milan Kundera cuenta que, en 1968, poco después de que los rusos ocuparan Republica Checa, lo despidiero­n de su trabajo como a muchos otros. Pero en su caso, además, hicieron que nadie tuviera derecho a emplearlo. Fue entonces que muchos amigos le prestaron el nombre a sus textos, obras de teatro, reportajes, guiones de cine o televisión para que pudiera ganar lo necesario para vivir.

Entre los amigos, había una editora de una revista de gran tirada y dirigida a la juventud checa que, ante el nuevo régimen, estaba sometida a publicar loas al pueblo ruso. La amiga decidió, entonces, inaugurar una sección de astrología y confiarla a Kundera que, durante largo tiempo, escribió clandestin­amente millares de horóscopos, haciéndose pasar por un discreto físico atómico.

Lo notable, cuenta Kundera, no eran los textos, desde luego, sino que un hombre que había sido borrado de la historia, de los manuales de literatura, de la guía de teléfonos, volviera a la vida predicando sobre la vida de los otros. Un día, el jefe de la revista, puesto en el cargo por los rusos, pidió que el autor de los horóscopos le escribiera especialme­nte su destino, de acuerdo a las coordenada­s de su nacimiento. Kundera conocía a ese jefe porque había hecho daño en la vida de muchos de sus amigos.

Por eso, no solo aceptó el reto, sino que escribió un texto de diez páginas en las que detallaba el pasado del jefe y sobre todo su temible futuro, recomendan­do ciertos actos para prevenir posibles catástrofe­s.

El texto tuvo un efecto sorprenden­te, del que la amiga pudo dar cuenta casi de inmediato: el jefe gritaba menos y estaba mucho más propenso a desconfiar de su propia severidad.

Esta historia de Kundera trajo mi ritual de los domingos y devolvió las vestiduras a mi ilusión de los veintipico, pero esta vez, porque me hizo pensar en la potencia de la literatura. No solo por la fantasía de que podría haber un Kundera detrás, sino por lo que deja en evidencia.

La magia de las palabras no está en su valor de verdad sino en lo que son capaces de crear más allá de ellas.

Lo sagrado es la lectura y nunca la escritura, porque para escribir el horóscopo o una novela siempre hay que ensuciarse las manos.

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