Clarín

Los padres argentinos que exigen justicia por la muerte de su hija en Kosovo

Clara Urdangaray, de 27 años, vivía en Europa. Su familia acusa al novio, un arquitecto suizo, de haberla empujado desde el piso 6 de un hotel en 2023.

- Federico Ladrón de Guevara flguevara@clarin.com

Pristina, capital de Kosovo. Hotel en la calle Madre Teresa. A la 1.59 de la madrugada del martes 1 de agosto de 2023, María Clara Urdangaray ( 27), platense, mudada a Europa nueve meses antes, cae por el balcón del sexto piso. Acababa de regresar a su habitación junto a su novio, el arquitecto suizo Endrit Nika (31). Gravemente herida en la cabeza, a Clarita la llevaron en ambulancia al Centro Clínico de la Universida­d de Kosovo, donde muere. La Policía detuvo a Nika.

Ahora, Magdalena Delmonte (51), madre de la joven, está en Kosovo. “A mi hija la asesinaron”, dice desde allí esta mujer de City Bell, empleada en el Ministerio de Desarrollo de la Comunidad de la Provincia, convencida de que su hija no se cayó del balcón sino que fue arrojada por su novio. “Para dar testimonio ante el fiscal y que la causa sea elevada a juicio”, Magdalena llegó el martes 7 a la península balcánica, en el sudeste de Europa. En su trabajo le dieron una “licencia excepciona­l” para que pudiera recorrer los tribunales de Pristina y acelerar el expediente.

La acompaña su ex marido Facundo Urdangaray (53), vidriero y papá de Clarita. En Kosovo estarán doce días. Antes de llegar a Pristina e instalarse en el Hotel Sirius visitaron a una amiga en Madrid.

“La causa está en la fase de investigac­ión y recolecció­n de pruebas. Los peritos encontraro­n lesiones que no se correspond­en con una caída de altura, María Clara tenía moretones en los brazos y eso indica que hubo un forcejeo con su pareja. Con las evidencias, la Justicia de Kosovo cambió la carátula de la causa. Primero la calificó de ‘presunción de homicidio’ y luego de ‘homicidio’, directamen­te”.

¿Se sabe si Clara había discutido con su novio en el hotel?

Hay versiones que indican que se escucharon gritos. Habían ido a la fiesta de casamiento del hermano de su novio. Nika era muy celoso.

En Kosovo son las 19, cinco horas más que en Argentina. Magdalena habla y no logra dominar el llanto. Siente un un dolor inmenso en medio del pecho. “No voy a parar hasta que este sujeto se pudra en la cárcel. Clarita era nuestra única hija y ya no va a volver. Se cortó nuestra descendenc­ia. Lamentable­mente, ya no voy a ser abuela, pero no voy a parar”, repite sin consuelo. Los padres de María Clara se casaron hace treinta años: Magdalena tenía 21 años y Facundo 23. Se separaron en 2021 y volvieron a estar unidos a partir de la tragedia que les tocó vivir.

“Con Facundo estamos divorciado­s, pero nos acompañamo­s. En casos así, las diferencia­s que hubo en el matrimonio quedan de lado, por supuesto. Facundo fue siempre un gran padre y Clarita tenía una relación maravillos­a con él”, describe Magdalena y llora otra vez.

En 2022, la joven se mudó con su papá. Pero, más allá de que tenían un vínculo muy estrecho, no estaba feliz en la Argentina. “En busca de un futuro mejor” -definió ella-, el 1 de noviembre de aquel año viajó a Barcelona. “La despedida en Ezeiza fue muy dolorosa. Era la primera vez que Clarita se subía a un avión”, recuerda la mamá.

Para juntar fondos, la joven vendió el auto que le habían regalado sus padres, un Chevrolet Smart. Aunque le sobraba entusiasmo, no tenía

claro a qué se dedicaría. Su currículum decía que había estudiado tres años de Abogacía en la Universida­d Nacional de La Plata y después, en la misma institució­n, había avanzado en el Traductora­do de Inglés. También había hecho el curso de azafata.

Magdalena estaba de acuerdo con que su hija se fuera a Europa. “Yo la apoyaba en todo. Le dije: si no te va bien, si extrañás, te volvés y listo”, comenta la mujer y agrega que Clara no llevaba documentac­ión en regla para trabajar.

Como Clarita debía operarse de un pólipo en el útero, su mamá pensaba visitarla. La cirugía estaba prevista para diciembre de 2022. A los pocos días de llegar a Barcelona, María Clara consiguió trabajo en un bar. “Mi hija era un sol, linda, dócil y empática. Se hacía querer rápidament­e. Siempre estaba dispuesta a ayudar. No competía con otras mujeres. Y le encantaban los animales”, la define Magdalena.

Inquieta, “con ganas de vivirla”, Clara aprovechab­a sus ratos libres para subir al tren y conocer otras ciudades: París, Atenas, Madrid, donde visitó el estadio Bernabeu del Real Madrid, entre otros paseos.

Lo que más valoraba Clarita en esas salidas era sentirse segura. “Qué lindo es poder caminar de noche y no pensar que me pueden matar por un celular”, publicó en las redes sociales. Una vez, en La Plata, le anularon la alarma de su auto y le robaron lo que guardaba en el baúl: un par de rollers, un bolso con planchita, secador y maquillaje. “A mí también me robaron en la puerta de mi casa ¡y a punta de pistola! Eso dejó muy mal

a Clarita”, recuerda Magdalena. A principios de 2023, cada vez más habituada a la vida catalana, la chica fue a una fiesta organizada por una amiga española y conoció a Endrit Nika. Se pusieron de novios. Al poco tiempo, el joven suizo sugirió que estaba dispuesto a casarse con Clara: en su cuenta de Instagram publicó su nombre en medio de un corazón blanco y un anillo de compromiso. Además mostraba su simpatía por la Selección argentina de fútbol.

En marzo del año pasado, María Clara y Endrit se mudaron a Berna, Suiza. Estuvieron un mes en la casa de los padres del joven y después se instalaron en un departamen­to. En julio viajó a Kosovo para participar de la fiesta de casamiento del hermano de Nika. “Al parecer, algo desató los celos de él y pasó lo que pasó”, refuerza Magdalena.

La pareja ya había tenido otras discusione­s. Clarita le contó a su mamá que Nika era mujeriego y

muy celoso. Una vez, ella tardó en volver del supermerca­do y él la recibió a los gritos. También la había obligado a bloquear los contactos de algunos amigos en su celular. “Yo le decía que eso no podía ser, que las parejas se construyen desde la confianza”, plantea la madre.

Últimament­e, la joven no se comunicaba con su mamá con la frecuencia habitual: a veces, más de una vez por día. “Me decía que no le pasaba nada, que estaba todo bien, pero yo la veía muy ojerosa, más delgada. La tristeza se le notaba en la cara y el mayor cambio se dio en su color de pelo, de rubio a moreno”, cuenta la madre.

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Dolor. Facundo y Magdalena viajaron a Pristina para activar la causa.

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