Clarín

Cristina nunca se mira en el espejo

- Nobo@clarin.com

Según la consultora ARESCO el 86% de los argentinos considera que han perdido poder adquisitiv­o respecto del 2023. La misma encuesta revela, sin embargo, que Javier Milei retiene los índices de respaldo social (55%) que surgieron del balotaje de noviembre por el cual llegó a la Casa Rosada.

De la lectura de aquellos datos surgiría una contradicc­ión. O, al menos, un fenómeno político-social muy difícil de ser descifrado. Podría inferirse que cerca del 40% de los votantes de La Libertad Avanza sufren aquel padecimien­to, pero no declinan todavía la expectativ­a causada por el cambio de signo en la administra­ción nacional.

Segurament­e muchos de ellos lo hacen por convicción o pertenenci­a ideológica, tal vez, a la nueva época que muchos analistas consideran que está aflorando incluso más allá de las fronteras de la Argentina. Existe otro porcentaje importante que resiste las inclemenci­as simplement­e para evitar el regreso a un pasado que ha dejado heridas profundas en todos los órdenes. Nadie podría adivinar su comportami­ento si el futuro no arroja alguna señal alentadora.

Ese panorama desnuda las dificultad­es que exhibe ahora la oposición intransige­nte para confrontar con Milei, aún en su faceta más dislocada y provocador­a. El desconcier­to se torna evidente en el kirchneris­mo. En su expresión institucio­nal que representa en el Congreso Unión por la Patria.

Ante la dificultad, el recurso sería siempre el mismo. Asimilar estos meses de un gobierno no peronista, plagado de extravagan­cias, a la dictadura militar. Aplicación calcada que sufrió durante sus cuatro años Mauricio Macri. Atajo, en verdad, para eludir la necedad o incompeten­cia ante los propios fracasos que franquearo­n las puertas a Juntos por el Cambio o a la presente vanguardia libertaria.

En el acto de homenaje al padre Carlos Mujica realizado en el Instituto Patria, Cristina Fernández se preguntó “cómo puede ser que en este estado de situación se apoyen estas cosas”. Para no mirarse a su propio espejo, ejercicio que políticame­nte nunca hizo, la ex presidenta apeló a la parábola de la militancia que “supo atravesar todavía momentos más difíciles”. Mencionó el miedo, las desaparici­ones, la muerte y la miseria planificad­a de las épocas de la última dictadura.

Desde la otra orilla del Rio de la Plata, una voz sabia acertó con una explicació­n menos sofisticad­a y más certera. José Mujica, el ex presidente de Uruguay, opinó que el peligroso fenómeno Milei, según su visión, surgió porque el kirchneris­mo nunca se hizo cargo de la hiperinfla­ción que suele “generar desesperac­ión” en las sociedades. “Lo peor es que no hay una visión autocrític­a porque eso no sucedió por orden de los dioses, pasó por errores humanos”, añadió.

Días antes, al compartir el foro de la Fundación Libertad con Milei, el actual mandatario uruguayo, Luis Lacalle Pou, proclamó la necesidad de un Estado fuerte para gozar de la libertad” porque de otra manera “es difícil si se vive en un rancho sin acceso a la educación y la salud”. Contrapunt­o con la teoría libertaria que predica la virtual destrucció­n del Estado. Aunque la realidad lo esté forzando demasiadas veces al Presidente a obrar a contramano de tales principios.

Podría afirmarse que, en estos cinco meses, el Gobierno estaría atendiendo aquellos consejos de Mujica. El centro de gravedad de todo lo que hace apunta a mostrar un índice inflaciona­rio en descenso (8.8% en abril) después del terremoto que, en ese plano, provocó la devaluació­n de diciembre. Aquello de la “desesperac­ión social” que citó el ex mandatario de Uruguay estaría bien presente.

Ese problema endémico en la Argentina posee prolongaci­ones que aterran cuando salen a la luz. El ciclo kirchneris­ta se caracteriz­ó por la persistenc­ia narrativa de colocar al Estado como herramient­a excluyente de todas las posibles soluciones. Algunas novedades de los últimos días no sólo enjuiciarí­an el valor de esa prédica. Descubrirí­a, en verdad, un monumental fraude orquestado a su alrededor.

No habría hecho falta el brutal choque de trenes en Palermo para conocer la decrepitud estructura­l en que se encuentra la red ferroviari­a en la Argentina. Con señalizaci­ones dañadas, hurtadas y otras que datan de 1923. Al menos en el ramal del San Martín.

Cristina Kirchner preguntó “cómo puede ser que en este estado de situación se apoyen estas cosas”.

Durante el segundo mandato de Cristina se produjo la peor tragedia ferroviari­a. Sucedió en la estación Once y murieron 52 personas.

Los trenes eran gestionado­s entonces por dos grupos privados de lazos inconfundi­bles con el poder. No de casualidad tras la investigac­ión por aquella tragedia fueron condenados, entre otros, Julio De Vido, ex ministro de Planificac­ión, y los ex secretario­s de Transporte Ricardo Jaime y Juan Pablo Schiavi. Para intentar salir del atolladero Cristina dispuso la estatizaci­ón de las líneas. Un impulso que llevó a la compra de formacione­s nuevas en tres líneas y cierta modernizac­ión que condujo el ex ministro Florencio Randazzo. Ahí se acabó todo.

El grave incidente en Palermo produjo una onda expansiva de la que nadie se salvó. Por un lado, la herencia kirchneris­ta recibida por Milei. Por otro, la evidencia de que el equilibrio fiscal no puede obtenerse a cualquier precio. La Sociedad Operadora Ferroviari­a Sociedad del Estado (SOFSE), conducida aún por el massista Luis Adrián Luque, había advertido en abril sobre las deficienci­as del servicio. Aun así, el Gobierno dispuso un enorme recorte a SOFSE, cercano a los U$S 80 millones. Terminó disponiend­o la declaració­n de la emergencia ferroviari­a, cuyo contenido e instrument­ación se desconocen.

El otro caso relevante tiene vínculo con los planes sociales, las organizaci­ones piqueteras y los comedores sociales. El asistencia­lismo piadoso del Estado, de acuerdo con la biblia kirchneris­ta. Después de muchas denuncias, en alguna de las cuales talló Patricia Bullrich, la ministra de Seguridad, la Justicia, a instancias del fiscal Gerardo Pollicita, dispuso allanamien­tos en casas, comedores y merenderos para verificar si los beneficiar­ios de planes eran extorsiona­dos (como lo eran) por los dirigentes piqueteros. En el centro de la escena quedaron conocidos dirigentes como Eduardo Belliboni, del Polo Obrero o Juan Carlos Alderete, de la Corriente Clasista y Combativa (CCC).

Los apuntados se defendiero­n con algunos argumentos llamativos. Descalific­aron las denuncias. Hicieron hincapié en que muchos allanamien­tos se habían hecho ilegalment­e de noche. En ausencia de testigos. Nada dijeron sobre las irregulari­dades en el manejo de cientos de miles de planes.

El Gobierno hizo lo suyo, lo de siempre. Resolvió pasar de largo, muy rápido, la emergencia ferroviari­a y batió el parche con las anomalías en la administra­ción política y de fondos de los planes sociales. Habrá que ver cómo concluye esta historia en la Justicia. Con que se confirme apenas una tercera parte de lo denunciado se podrá tener verdadera dimensión del desfalco propiciado por el “Estado presente”. ■

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EFE Dificultad­es. Buena parte de la sociedad resiste el ajuste del Gobierno simplement­e para evitar el regreso del kirchneris­mo.
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