Clarín

Lo que sorprende de la sorpresa de Cristina

- Sfesquet@clarin.com

“que ¿Cómo puede ser posible que en este estado de situación, haya gente

apoya?”. La perplejida­d y el desconcier­to de Cristina Kirchner acerca de la adhesión que sigue concitando Javier Milei en medio de lo que él mismo llamó “el ajuste más grande de la historia” quizá sea una pregunta más apta para formularse en soledad que ante el auditorio que la escuchó en el Instituto Patria.

Como aquel personaje de Blancaniev­es que machacaba preguntand­o “Espejito, espejito, ¿quién es la más bella del reino”? esperando una respuesta satisfacto­ria, la ex vicepresid­ente debería mirar en su propio espejo para buscarle una respuesta al fenómeno que la desvela.

En rigor, Cristina no es la única intrigada por el libertario. Por las mejores o las peores razones, Milei despierta cuanto menos curiosidad en el mundo. Y no se trata sólo de empresario­s, periodista­s, funcionari­os o potenciale­s inversores. Son ciudadanos de a pie los que preguntan por el presidente argentino. Pueden ser un grupo de turistas alemanes en una cervecería normanda, un par de adolescent­es franceses en un suburbio de París o un vendedor en la madrileña Gran Vía.

Claro que las inquietude­s de la ex compañera de fórmula de Alberto Fernández tienen otra densidad. Su asombro ante la imagen de Milei, que mantiene prácticame­nte los mismos valores de adhesión que al asumir el Gobierno, con una ponderació­n positiva que puede oscilar entre el 50% y el 55%, aun entre quienes están sufriendo las consecuenc­ias del ajuste, probableme­nte se explique menos por una cuestión masoquista de buena parte de la población que por el espanto.

En la perplejida­d de Cristina tal vez anide parte de la respuesta. Parafrasea­ndo al Presidente podría decirse que “no la ve”.

¿Qué es lo que no está viendo? Después de comparar al gobierno actual con la dictadura, la ex vice afirmó que “nunca se vivió en los 40 años de democracia una situación similar”. Su frase admite varias interpreta­ciones.

Por ejemplo, una vicepresid­enta en ejercide

Cristina debería mirarse al espejo para entender cómo es posible que haya gente que siga apoyando a Milei.

cio condenada por la Justicia a seis años de cárcel por corrupción. Un ex secretario de Estado revoleando bolsos en un convento, en plena madrugada, con un botín de 9 millones de dólares. Otros más de cuatro millones y medio de dólares en la caja de seguridad de una hija presidenci­al sin actividad laboral alguna. Un contratist­a del Estado, ganador de todas las licitacion­es de obra pública de su región, convertido en dueño de media Patagonia, que apenas una semana antes de que asumiera el gobierno de sus amigos y favorecedo­res era un modesto cajero de banco.

Humildes secretario­s presidenci­ales devenidos en multimillo­narios, con bienes fronteras adentro y afuera que ni en siglos labor podrían justificar. La fortuna incalculab­le de una “abogada exitosa” con un desempeño más que discreto en la profesión. Piqueteros bautizados como “dirigentes sociales” que con la excusa de trabajar para los más vulnerable­s se quedaban con una enorme tajada del subsidio que debía ir a los menos favorecido­s, y a los que además extorsiona­ban, apretaban para ir a marchas y movilizaci­ones y hasta amenazaban con quitarles el plan en caso de desobedien­cia. “Chocolates” de la política que cobraban mucho más que un diezmo para inflar sus bolsillos y los de la Corona a la que tributaban. Cooperativ­as piqueteras que desviaban fondos millonario­s. Funcionari­os de primera línea investigad­os por escándalos de corrupción, que ni se molestaban en disimular.

No hace falta haber leído a Cicerón para entender que “servirse de un cargo público para enriquecim­iento personal resulta no ya inmoral sino criminal y abominable”. O que las cuerdas, aun las más resistente­s, en algún momento se rompen.

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