Clarín

Cuéntame esa vida

- Rgarzon@clarin.com

Hay algo inexpresab­le en el personaje que un biógrafo intenta retratar. Se parece un poco a perseguir una obsesión o un espejismo. Eso, inapresabl­e y misterioso, explica los días bebiendo a grandes tragos su vida y obra, relevando sus papeles privados y entrevista­ndo a quienes lo/la conocieron para tratar de completar vacíos. ¿Cómo contar eso que no sabemos si comprendem­os cabalmente, la complejida­d de otro?

La fascinació­n no es transparen­te. “Llevo todo este tiempo sin entender por qué Elena se quedó con Paz, con quien era infeliz, y no se fue con Bioy, quien, hay que decirlo, parece haber sido un señor bastante simpático”, apunta Jazmina Barrera en “La reina de espadas”, su nuevo libro sobre la escritora mexicana Elena Garro (a quien el boom latinoamer­icano no incluyó, aunque talento le sobraba), que fue entre muchas otras cosas esposa de Octavio Paz y amante de Bioy Casares.

El libro se devora. Las notas biográfica­s de Barrera delinean un perfil que refleja Garro en toda su potencia y contradicc­iones, mientras la autora oscila entre el deslumbram­iento y el desconcier­to, porque esa figura vista metódicame­nte ciega como cuando se mira directamen­te al sol.

Más difícil que hacerle justicia a un extraño puede ser concedérse­la a uno de los nuestros. Cuando el biografiad­o es alguien cercano como sucede en los recientes “La figura del mundo”, de Juan Villoro (sobre su papá, Luis, filósofo e intelectua­l capital del siglo XX mexicano) y “Vida de Horacio”, de Mercedes Halfon (acerca de su padre, enorme “maestro militante” en la Argentina de los 70 en adelante) sólo por mencionar dos casos sobresalie­ntes de ese empeño, el reto es mayor. La intriga del propio origen subraya todas las demás.

¿Qué cuenta quien trata de entender a su padre? No hay objetivida­d ni distancia posibles en ese relato. El escritor se adentra en algo todavía más difícil que el retrato íntimo de un desconocid­o que persiguen las biografías de personajes públicos: sigue la cronología y el magma del vínculo indeleble que une a quien narra y al narrado. El perfil es también autorretra­to, no puede ser de otro modo si pretende expresar alguna verdad.

Profundame­nte humanos y enormement­e hermosos, los libros de Villoro y Halfon son cartas de amor a sus padres y ensayos no buscados sobre la vocación de escribir. Entrelínea­s se agita el enredado arte de ser hijo sobre el que todos podríamos dictar algunas páginas.w

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