El manual de Patricia Highsmith para escribir thrillers y policiales
Se reedita “¿Cómo se escribe un libro de suspenso?”, inhallable desde hace varios años, en el que la gran autora estadounidense comparte sus secretos.
Hay ciertos escritores a los que se menciona mucho y se los lee poco, como Borges, Proust, Joyce, por ejemplo. Y hay autores que la gente ha leído sin saberlo, que conoce sin haber tenido uno de sus libros en las manos, que experimentó sin conocer su identidad. Patricia Highsmith entra en esta categoría.
Extraños en un tren es uno de los thrillers más famosos de la historia del cine. Tira a mamá del tren, inspirada en la película de Hitchcock, fue un clásico de los ‘80 (la actriz Anne Ramsey se parece notablemente a Highsmith: mirada de buitre, contextura y voz de osa a punto de atacar). Y las andanzas de Tom Ripley han vuelto con una serie asombrosa, Ripley, de una producción estilística impecable y un blanco y negro definitivo.
Pero acaso, lo que convierte a Highsmith en escritora universal sea ese tema tan infinito, humanista y existencialista: la culpa, uno de los grandes elementos en su imprescindible obra. Y en este sentido hay que decir que la nueva edición y traducción de ¿Cómo se escribe un libro de suspenso?, afortunadamente miente: decir que Highsmith es una escritora de suspenso es cierto, pero hay más: sus libros tienen textura estilística, profundidad psicológica y legibilidad hipnótica. Este ensayo trata de eso.
Y no solo finalmente se consigue un volumen inhallable desde hace varios años, sino que esta nueva edición también cuenta con una nueva traducción latinoamericana. La importancia de la palabra no es un detalle menor: este libro es para atesorar en la biblioteca junto a El simple arte de matar y los concisos consejos de Raymond Chandler (“En caso de duda o página en blanco, haga entrar a un hombre por la puerta con una pistola en la mano”) o el ya famoso Mientras escribo, de Stephen King.
Highsmith pertenece a esa clase única de escritores de policial, noir o suspenso, eruditos y populares, sofisticados y best sellers, que han compartido con los lectores o aspirantes a escritores su conocimiento sobre los procesos del thriller.
Siendo zurda pero obligada por sus maestros a escribir con la derecha, la primera pasión de su infancia atribulada fue el dibujo, actividad que ejercitaba con la mano izquierda. Quizás debido a su brutal sarcasmo e ingenio, la colección de relatos Pequeños cuentos misóginos comienza con el cuento La mano: “Un joven le pidió al padre la mano de su hija y la recibió en una caja; era su mano izquierda”.
Y a pesar de ser etiquetada como misántropa (ha escrito una formidable colección de cuentos titulada Crímenes bestiales, narrada desde la primera persona de los animales), es necesario reconocer que el comienzo de este tipo de manual de escritura, elaborado por una de las autoras que mejor ha explorado la mente psicopática (sin Tom Ripley, probablemente los asesinos seriales como Patrick Bateman o Dexter no existirían), es sorprendentemente dulce y poético.
Highsmith describe en el capítulo Reconociendo una idea que identifica a las ideas por la exaltación que le provocan, y pueden surgir de apenas una línea en un poema. Como menciona un poco antes, puede ser una imagen simple: un niño que se tropieza y deja caer su helado, un hombre que roba compulsivamente algo de una frutería que podría pagar.
Narra el proceso de las ideas, la labor de agrandarlas, hasta encontrar una segunda idea, una vuelta de tuerca para sus nunca mejor nombrados “héroes-criminales”. Aunque desconfía de las ideas contadas por terceros, al mismo tiempo, evoca una anécdota de Henry James: cuando alguien le relataba una historia, el escritor solía interrumpirla después de unas pocas palabras, prefiriendo dejar el resto a su propia imaginación.
Highsmith no confía tanto en los “trucos” (reservados más para los relatos breves que para las novelas) para crear un buen relato de suspenso, sino en el poder que puede tener una experiencia.
Es probable que el corazón del libro sea el apartado Criminales queribles: “Lo único que sugiero es que al héroe-asesino se le atribuya la mayor cantidad de cualidades agradables: generosidad, bondad con algunas personas, afición a la pintura, la música, o la cocina”. Hannibal Lecter explicado a los niños.
No existen fórmulas definidas: los argumentos pueden ser espejados, con coincidencias o casualidades. Esta escritora estadounidense, que incursionó en las novelas pulp mientras se adentraba en el existencialismo francés, explica su caja de ritmos literarios con comienzos lentos o aceleraciones, como se ve en el principio de El cuchillo, y muestra desconfianza hacia el sensacionalismo fácil. Es ejemplar en este sentido que comparta el porqué de fragmentos descartados en algunos de sus libros.
Highsmith aborda con meticulosidad aspectos como la extensión, el equilibrio, el ritmo, el tono, el argumento, la trama y los puntos de vista, utilizando su propia obra como ejemplo. Su paleta es amplia, vívida en colores, contra el aspecto dark del personaje huraño y solitario creado alrededor de ella: puede inspirarse en la pintura de Renoir o en poemas de Tennyson.
Casi al final, emerge una increíble y pequeña Patricia de nueve años. Una de las escritoras más importantes de la posguerra en Estados Unidos rememora el inicio de su vocación a través del pedido de su maestro: el consabido tema de la composición “Cómo pasé mis vacaciones de verano”.
El recitado, papel en mano frente a toda la clase, evoca Highsmith, prometía ser atroz. Sin embargo, la futura escritora evitó actividades ordinarias y relató el viaje con sus padres a unas cuevas. Describió ese mundo subterráneo y dejó que el final de la cueva fuese aún un misterio: “Cuando llegué a este punto, la atmósfera de la clase se había transformado. todos habían empezado a escuchar porque estaban interesados. De pronto me había vuelto ‘entretenida’ y a la vez estaba compartiendo una emoción personal. Era una suerte de magia”.