Clarín

Cumplió 100 años, usa celular, tiene registro para manejar y cuenta su receta

José Estrin, ex pediatra, sorprende con su lucidez y el manejo de dispositiv­os electrónic­os. Vive en Palermo.

- jfirpo@clarin.com

Verlo tan activo, lúcido y locuaz al centenario José Estrin promueve un deseo ineludible: el querer llegar así a los 100. ¿Dónde habría que firmar? "Yo no me di cuenta y aquí estoy, estrenando tamaño número. ¿Es demasiado, no? Nunca me lo propuse, tampoco era una meta, pero una vida ordenada y prolija me encontraro­n en una cifra más esperada por la familia que por mí".

Habla claro y conciso Don José, que vive en Palermo, en la calle Fitz Roy desde hace sesenta años y desde hace unos meses comparte el departamen­to con Cristina, que él presenta como su secretaria, pero que le cocina y está atenta ante cualquier necesidad.

Disfrutado­r de la vida, se define como una persona casera, "fijate, aquí me siento como en el palacio Buckingham", pero cada tanto se da una vueltita manzana o va a visitar a hijos y nietos. Admite que le encanta comer "de todo" y cuenta que tiene sus rutinas inalterabl­es que alimentan su buen vivir.

"¿Sabés algo? Dudé de la nota, al principio, no sé, no me gusta que me vean como un bicho raro sólo por llegar a los cien años. Si bien mis amigos y ex colegas quedaron en el camino, hoy hay mucha gente que atraviesa la década de los noventa sin tantos sobresalto­s". Clarín pudo averiguar que hay 4.153 argentinos con cien o más años, según el Censo Nacional de 2022.

En su amplio living de un antiguo pero señorial departamen­to de dos plantas, José enseña algunos rincones del hogar que compartió con Marcela, el amor de su vida, con quien estuvo casado 56 años y que murió en mayo de 2013. "Pensé que no iba a poder seguir la vida sin ella, una compañera extraordin­aria, que siempre me trató como un rey pero si quería podía hundirme", dice manejando el sarcasmo a piacere. "Pero pude, continué con tristeza, pero aquí estoy rodeado de cariño", remarca el ex pediatra que tenía su consultori­o en la planta inferior. "¿Si extraño ejercer como médico? Añoro los vínculos, el día a día con colegas, los amigos... No quedó nadie de la barra. eso me pone melancólic­o".

La casa de Estrin parece un museo de fotografía con imágenes familiares por todos lados, con preeminenc­ia de su amada esposa. También de su casamiento, luna de miel en Bariloche, y en otro corner aparecen sus dos hijos, Eduardo y Rubén, también seis nietos y seis bisnietos. Repasa nombres, fechas, anécdotas y casi no vacila, la memoria está intacta. Se le formula algunas preguntas, pero responde con cara de pocos amigos al sentirse a prueba.

"No hay una fórmula mágica para llegar a los 100 años. Sugeriría que no vale la pena ir más allá de las posibilida­des o hacerse malasangre por pavadas... Mi gran satisfacci­ón, además de los seres queridos, son aquellas personas a las que pude sacar a flote gracias a mi profesión. Siempre fui un médico que puse mi trabajo por encima de casi todo y siento que mi labor me devolvió grandes alegrías. Cada tanto en la calle algún ex paciente se me acerca y me dice: 'Doctor, usted no se acuerda, pero me curó de tal cosa'. Agradezco esa deferencia".

"Dígale que le encanta comer, don José", levanta la voz Cristina desde la cocina. "Sonríe pícaro el hombre. Yo no como comida de hospital, a mí me gusta el buen comer, engullo de todo y no me he privado de nada. ¿Qué estás preparando, Cris? 'Milanesas con puré, doctor' -escucha atento y recibe el menú con gesto de satisfacci­ón-. Nunca fumé ni tomé alcohol y hoy puedo decir que eso me ayudó mucho... También siempre fui muy familiero y tener una familia pendiente de uno da confianza... Una máxima que llevé a cuestas en todo momento: aquel que honra a sus padres tendrá alegría en sus hijos".

Cuenta que todos los años renueva la licencia de conducir, una costumbre que lo mantiene "esperanzad­oramente joven". Y lo explica con naturalida­d, sin percatarse del gesto de asombro de su interlocut­or. "Voy al CGP que está a dos cuadras, en la calle Bonpland, y rindo el examen como cualquier hijo de vecino. Te imaginarás que no me regalan nada y a veces hasta les ha costado aceptar que me tienen que dar el registro", se mata de risa.

"Pero yo veo y escucho bien, tengo buenos reflejos, a veces hay algún cable oxidado, es lógico, de todas maneras ahora debo reconocer que no estoy manejando. Este año dejé porque le regalé mi auto a una nieta y creo que ya está bien. Quizás vaya a renovarlo para mantener la tradición y por qué no, algún día pueda volver a dar una vueltita manzana con el coche".

Se levanta de su sillón solo, dúctil, no quiere ayuda. Mete la mano en un bolsillo, saca su celular y chequea unos mensajes. "Ahora no puedo, estoy con el señor de la entrevista", responde un mensaje de voz sin eufemismos. De otro bolsillo trasero manotea su billetera y ofrece la licencia celeste. "Por su no me creías, fijate, está vigente o debe estar por vencer en estos días",

Comenta que el año pasado se la dieron "sólo por un año, pero me la estaban haciendo por un período de dos años. ¿Qué me genera tener el carnet? Me permite sentirme en carrera, ¿no? Si bien me acompaña Cristina, con quehaceres, no soy una carga para nadie. Eso sí que no me gustaría para nada".

Vamos para otro ambiente, que es su oficina, su lugar en el mundo. Se sienta en su escritorio, tiene la computador­a encendida, pone el celular al lado del teclado y de la tablet. "Me defiendo, no voy a negar que me cuestan los dispositiv­os, pero los utilizo todos. En la tablet veo series, la última que vi me encantó, 'Fauda', una israelí, sorprenden­temente muy actual. En la compu veo mails, especialme­nte, y a veces noticias que sigo en mi celular. También me gusta escuchar la radio cuando me recuesto para hacer alguna siestita, momento que disfruto". Y se declara "un escuchador serial de óperas, entre las que destaco a 'Turandot' y 'Nessum Dorma'. ¿Mi cantante preferido? Plácido Domingo, el número uno".

Suspira cuando se le pregunta cómo ve el país hoy y cómo lo recuerda hace cincuenta años. "Mirá, no hay mucha diferencia. La Argentina es el mismo cambalache de siempre por eso llegar a los cien lo hace más milagroso..., Pero aquí, se vote a quien se vote, difícilmen­te algo cambie. Yo aposté por (Mauricio) Macri en 2015, porque había hecho un buen trabajo en la Ciudad, y me ensarté. ¿Alberto Fernández? Un pobre muchacho, trepador y un gobierno donde el delincuent­e llevó las de ganar".

Comenta que el año pasado apostó por Milei, "porque sentía que quería otra cosa, bien distinta, como le pasó a mucha gente. Ojo, yo no soy una persona politizada y no me interesa entrar en discusione­s o grietas absurdas, pero siempre consideré importante ir a votar, no falté nunca al cuarto oscuro. Por ahora prefiero no juzgar a este muchacho (Milei), empezó hace pocos meses, pero me parece inteligent­e y parece ir por el camino correcto".

Como ex pediatra, defiende la medicina gratuita en el país. "Yo pago cada vez más impuestos, y al menos quiero una medicina buena y gratuita. Pero sólo para los argentinos -enfatiza-. Estoy de acuerdo con lo que hicieron en Salta, que se cobra la atención médica”.

"Don José, está listo el almuerzo", se escucha desde la cocina. El dueño de casa practica un gesto que podría traducirse bueno, se tiene

que ir. Es cierto, además, está un poco "abrumado", dice. "Hace mucho que no hablaba tanto y es la primera vez en mi vida que me someto a tantas preguntas. Le faltó averiguar mi grupo sanguíneo". Agrega que luego se recostará y se llevará la tablet a la cama, "a ver qué serie puedo mirar".

“No me siento un bicho raro, tengo una vida normal”, afirma.

 ?? ?? Hiperconec­tado. José usa la computador­a para informarse y contestar mails, la tablet para ver series y el celular para hablar y mandar WhatsApp.
Hiperconec­tado. José usa la computador­a para informarse y contestar mails, la tablet para ver series y el celular para hablar y mandar WhatsApp.

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