La ganadora del Booker Internacional y su añoranza de Alemania Oriental
Con “Kairós”, la alemana Jenny Erpenbeck ganó ayer el premio al mejor libro traducido en el Reino Unido e Irlanda, en el que Selva Almada era finalista.
Jenny Erpenbeck, que ahora tiene 57 años, tenía 22 en 1989, cuando el Muro de Berlín se agrietó por accidente y luego se derrumbó. Estaba en una “salida de chicas”, dijo, así que no se enteró de lo que había pasado hasta la mañana siguiente. Cuando un profesor lo comentó en clase, se volvió real para ella.
El país que conoció, la República Democrática Alemana o Alemania Oriental, sigue siendo un escenario crucial para la mayor parte de su impactante y precisa ficción. Su obra, que ha crecido en agudeza y fuerza emocional, combina las complicaciones de la historia alemana y soviética con la vida de sus personajes, incluida la de sus propios familiares, cuyas experiencias resuenan con el pasado como música contrapuntística.
Su última novela traducida al inglés, Kairós (Anagrama) le dio notoriedad, al punto de que ayer ganó el Premio Booker Internacional. Su anterior novela, Yo voy, tú vas, él va (Anagrama) es la conmovedora historia de un solitario profesor de Alemania Oriental a la deriva en la Alemania unida, que encuentra paralelismos con los emigrantes africanos que han sobrevivido a un viaje por mar para encontrarse también a la deriva en Alemania.
En 2017, James Wood, crítico de The New Yorker, consideró que Yo voy, tú vas, él va estaba infravalorada y predijo que Erpenbeck ganará el Premio Nobel.
Durante una entrevista en su departamento berlinés, repleto de libros, donde vive con su marido austríaco, director de orquesta, Erpenbeck habló de su vida en la Alemania del Este. Dijo que los alemanes occidentales no comprendían en absoluto a los orientales: los menospreciaban, los trataban con condescendencia y a menudo los ignoraban. Incluso en películas respetadas como La vida de los otros, todo se reduce a los clichés hiperbólicos de un Estado totalitario.
De hecho, dijo, había un “tipo de libertad” en Alemania Oriental, donde la ideología de la igualdad significaba menos estrés, competencia y codicia, y donde comparativamente había poco por lo que luchar en una sociedad que tenía pocas opciones de consumo.
“Hay algunos tipos de libertad que no esperarías tener rodeada de un muro, pero también es una libertad no estar obligada a exponerte y gritar todo el tiempo lo importante que sos y lo que has alcanzado, para venderte”, explicó.
Creció en Berlín; estudió teatro y música. Antes de ir a la universidad, trabajó como encuadernadora, lo que la obligaba a tomar el tranvía para ir a trabajar todos los días a las 6 de la mañana.
“Aprendí mucho para toda la vida”, dijo, “para hacerme una idea real de lo que significa trabajar con las manos y lo dura que es la vida cuando te levantás temprano a la mañana”. Llegó a ser directora de ópera antes de que la repentina transformación de su mundo la convirtiera en escritora, contó. Le costaba entender las implicancias de perder un modo de vida y un sistema de creencias al que sus abuelos y padres habían dado tanto.
“El fin del sistema que conocía, en el que crecí, me hizo escribir”, dijo. La rapidez del cambio le enseñó “lo frágiles que son los sistemas”. Afirmó: “Te deja una profunda desconfianza en todos los sistemas”.
Muchas vidas se quebraron y “se cortaron muchas biografías a la vez, de modo que podías hacer una comparación, algo que es un regalo para un escritor”.
Después de la caída del muro y de que Alemania Occidental absorbiera a la Oriental, aquella trató a sus ciudadanos como hermanos menores en bancarrota, descarriados y tontos, dijo. La República Federal de Alemania ofreció a cada alemán oriental 100 marcos para iniciar su vida de consumo occidental. Erpenbeck señaló enojada que nunca había aceptado el dinero. “No soy una mendiga”, dijo.
Sus padres y abuelos eran intelectuales del partido. Su abuela, Hedda Zinner, era judía y antifascista. Se hizo comunista en 1929 y se fue de Alemania a Viena y Praga en cuanto Adolf Hitler fue elegido. Fue actriz, luego periodista y novelista. Con su marido, Fritz Erpenbeck, emigró a la Unión Soviética en 1935, donde pasó doce años antes de regresar a la nueva Alemania Oriental tras la guerra, para construir un estado socialista.
Eso les dio derecho a una casa en una calle reservada a partidarios destacados del nuevo Estado. En 1980, Zinner recibió la condecoración más importante del país, la Orden de Karl Marx.
Las experiencias de su abuela influyeron profundamente en la novela de Erpenbeck El fin de los días, publicada en castellano por Edhasa en 2016. “Ella tenía la idea de que podíamos hacer nuestro este país de una buena manera, cambiar el socialismo desde adentro, en lugar de cambiarlo desde afuera como parte de la oposición”, dijo Erpenbeck sobre su abuela. Dentro de la familia, “había muchas críticas al sistema, pero no era que fuéramos a abandonar el país o a tirar una bomba en algún lugar”.
El arte debe ser libre para explorar lo que está oculto o es vergonzoso, afirmó. Le preocupan los esfuerzos por juzgar el pasado a través de las lentes políticas e ideológicas actuales. La intimidación de los escritores, la censura de la literatura de otras épocas y la nueva forma de “lenguaje exigido” le recuerdan al estalinismo, dijo.
“La gran diferencia -agregó- es que no te meten en la cárcel por lo que decís. Pero hay ciertas frases que no pueden decirse sin un ataque agresivo de los medios”.