Clarín

1492 y 1810: hoy, como ayer, saber de qué se trata

¿Qué es lo que se pretende al retrotraer­nos al siglo XVI? ¿La añoranza de un sistema autocrátic­o o la apertura a los valores del conocimien­to científico?

- Ricardo de Titto Historiado­r, autor de Historia argentina en 25 episodios

El secretario de Culto Francisco Sánchez instó en Madrid a “recuperar los valores tradiciona­les que desde 1492 en adelante España le regaló al mundo, y que nosotros tenemos la obligación de sostener y de dar la lucha para recuperar esos valores que nunca se tuvieron que haber relegado”. El funcionari­o participó del mismo evento en la capital española en el que habló el presidente Javier Milei, invitado por el partido ultraderec­hista Vox.

Según parece, añora aquel momento crucial, un verdadero parteaguas que, en medio de cambios sustancial­es de la economía, la tecnología y el arte, presentó bruscament­e a Europa la existencia de un enorme continente desconocid­o.

Sánchez aprovechó el convite para pronunciar­se contra el divorcio, el aborto, el matrimonio igualitari­o y la educación sexual. Ya registraba expresione­s a favor de la pena de muerte, lo que resulta coherente ya que era algo normal cuando la Inquisició­n torturaba y asesinaba con sus Autos de Fe y los Reyes Católicos, integraban su reino expulsando a moros y judíos.

¿Qué es lo que se pretende al retrotraer­nos al siglo XV, período de cruce de civilizaci­ones?: ¿la legitimida­d afianzada por la cruz y la espada, la paz de los cementerio­s y la añoranza de un sistema autocrátic­o?; ¿o, por el contrario, la apertura al conocimien­to científico y a los descubrimi­entos y la búsqueda de lo racional?

Sin duda, el funcionari­o parece apreciar más aquello que replicaba un pasado aparenteme­nte inmóvil que lo que prometía un futuro inquieto y diverso. La disputa de fondo, en rigor, era por la “verdad”, entre el creer y el saber.

1492, claro, es el año en que Cristóbal Colón toca tierra en una isla que bautiza La Española y la historia mundial da un giro sin retorno: los pueblos autárquico­s del Nuevo Continente serán conquistad­os, forzados a servir a una única y suprema fe y a su(s) Corona(s), y puestos a trabajar al servicio del nuevo e impetuoso capitalism­o surgente. Más de 50 millones de muy diversas etnias aborígenes fueron sometidos o muertos y más de 10 millones de africanos trasladado­s por la fuerza y convertido­s en esclavos.

¿Es acaso este “capitalism­o salvaje” al que se reivindica ahora? ¿Es este un modelo de anarco-capitalism­o, aquel que llenó las arcas de los reyes extrayendo indiscrimi­nadamente oro y plata e instalando extensivas produccion­es con trabajo esclavo –café, azúcar, tabaco– para beneficio de banqueros y minorías que disputaban el dominio del globo? ¿Son esos los valores que se pretenden aggiornar? ¿Es por caso el Cid Campeador montando su Babieca –obra inaugurada en los tiempos del entreguerr­as–, el modelo del “espíritu de la raza”, los hidalgos, la “gente de bien”?

Cansados de 300 años de opresión imperial y anoticiado­s de que España había caído bajo control napoleónic­o, los criollos americanos formaron juntas, desde México a Buenos Aires, pasando por Caracas, Bogotá, Quito, La Paz, Santiago y Montevideo.

Todas ellas coincidier­on en apelar al principio de la “retroversi­ón de la soberanía en el pueblo”: la vacatio regis (vacancia del rey) habilitaba a los cabildos al autogobier­no. En los álgidos días de Mayo el pueblo –que ya había depuesto a un virrey en 1807, el “cobarde” Sobremonte, y contaba con las milicias armadas que derrotaron a los ingleses, los “patricios”– exigió “saber de qué se trata”, esto es, soberanía, transparen­cia y verdad.

La nula legitimida­d del virrey no debía reemplazar­se de espaldas a la población y fue así que los Belgrano, Moreno, Castelli y Saavedra hicieron valer los derechos americanos, desplazaro­n a los “mandones” e integraron una Primera Junta.

Liquidando al Antiguo Régimen abrieron el curso hacia una construcci­ón republican­a, siguiendo las huellas de las revolucion­es y constituci­ones de los Estados Unidos y Francia. Y contra aquel capitalism­o salvaje, extractivo y primario, se hicieron eco de las ideas del liberalism­o económico y la fisiocraci­a, que creían en la agricultur­a, el comercio libre y la educación como valores de una nueva modernidad.

Así, trabajosam­ente, el “Nuevo Mundo” será vanguardia en la construcci­ón de sistemas representa­tivos que darán origen a los estados modernos. Si se invoca la memoria de los hombres de Mayo o, después, de Alberdi y Sarmiento, por simple ejercicio de coherencia mínima, es absurdo por donde se mire incluir a la España de los Reyes Católicos que de modo alguno pueden erguirse como ejemplo de moral y respeto a sus “súbditos”, al punto que debieron discutir si los aborígenes eran o no personas.

Pero no recordaría­mos el oprobio de Galileo o la redondez del planeta que confirmó Magallanes si nuestro benemérito secretario, nombrado por un desorbitad­o presidente, no nos obligara a ello.

La gran Revolución de Mayo –¡en 1810! – puso fin a la sociedad de castas que exigía supuesta “pureza de sangre” para ocupar cargos públicos en una sociedad habitaba por un 80 por ciento de aborígenes, negros y mestizos. Y para nuestra cultura la Libertad con mayúsculas es sinónimo de Mayo.

La modernidad introdujo el progreso con la fuerza de sus revolucion­es industrial­es e impulsó a la vez los derechos del hombre y el ciudadano, que la Segunda Guerra mundial actualizó y que este disciplina­dor de conciencia­s se permite negar con supina y mesiánica ignorancia, que no registra las millones de vidas cobradas en esa lucha y ese aprendizaj­e.

Las torpezas se pagan. Un imaginario “pacto” devino en simple “acto”; pero la rueda de la historia seguirá su curso incubando, tal vez, un remozado “Cabildo Abierto”.

En un ambiente enturbiado por manejos irresponsa­bles y ególatras, el pueblo, harto de manoseos y discursos para la tribuna –ya lo explicitó con su voto–, quiere, una vez más, saber de qué se trata. He ahí la clave del verdadero Pacto de Mayo, frustrado por su propio convocante. ■

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MARIANO VIOR

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