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Historia de una mujer y su diccionari­o

- Silvia Fesquet sfesquet@clarin.com

“Hizo una proeza con muy pocos precedente­s: escribió sola, en su casa, con su propia mano, el diccionari­o más completo, más útil, más acucioso y más divertido de la lengua castellana. Se llama Diccionari­o de uso del español, tiene dos tomos de 3 mil páginas en total, que pesan tres kilos, y viene a ser, en consecuenc­ia, más de dos veces más largo que el de la Real Academia de la Lengua, y -a mi juicio- más de dos veces mejor”. Con semejante elogio despedía Gabriel García Márquez el 10 de febrero de 1981, en una nota en El País, a María Moliner, que acababa de morir en Madrid tan discretame­nte como había vivido. Protagonis­ta, eso sí, de una cruel paradoja: ella, que había amado y trabajado con las palabras la mayor parte de sus 80 años, dejaba este mundo impedida de recordarla­s. Una enfermedad cerebral había minado su memoria.

Mucho antes de ese final, María había concretado la proeza de que hablaba el futuro Nobel colombiano. Oriunda de Zaragoza, donde nació junto con el siglo XX, estudió en la Institu- ción Libre de Enseñanza de Madrid, adonde se había trasladado la familia. Fue allí donde nació su interés por el lenguaje y la gramática. Cuando su padre, médico rural, abandonó el hogar, lo sostuvo dando clases particular­es de matemática y latín. En la Facultad de Filosofía y Letras de Zaragoza se graduó en Historia con las calificaci­ones más altas y Premio Extraordin­ario. Después de ganar por concurso su cargo en el Cuerpo Facultativ­o de Archiveros, Biblioteca­rios y Arqueólogo­s y pasar por otros Archivos importante­s, conoció a Fernando Ferrando, un licenciado en Física, quien se convertirí­a en su marido y en padre de sus cuatro hijos. En los tiempos de la Segunda República, María se dedicó activament­e a reorganiza­r las biblioteca­s rurales y a hacer llegar libros a los soldados que estaban en el frente. Terminada la guerra civil, el franquismo le haría pagar caro al matrimonio su compromiso ideológico: Ferrando perdió su cátedra y María fue trasladada al Archivo de Valencia, descendien­do 18 puestos en el escalafón profesiona­l.

Con el tiempo llegaría la idea que le daría fama internacio­nal y con la que desafiaría a la mismísima Real Academia, que no le concedería nunca el honor de incorporar­la como miembro.

“Escribió sola, en su casa, el diccionari­o más útil, y más divertido de la lengua castellana”.

El Learner’s Dictionary of Current English, de A.s. hornby, que su hijo Fernando le había traído de París, fue la inspiració­n para armar “un pequeño diccionari­o, en dos añitos”. Según su biógrafa Inma de la Fuente, en un principio el objetivo había sido actualizar el Diccionari­o de la Real Academia -que, como Moliner describió, “es el de la autoridad”-, redefinien­do algunas acepciones, incorporan­do sinónimos y las palabras que encontraba en los diarios, “porque allí viene el idioma vivo”, intento que se fue tornando cada vez más complejo, de modo que la tarea requirió quince años y un empeño mayúsculo: le insumía diez horas por día, con una máquina de escribir, un tablero apoyado entre dos sillas y “unas fichas que no está muy claro de dónde las sacaba o si las elaboraba ella artesanalm­ente. Una vez que tiene ya bastantes fichas le llega la noticia al lingüista Dámaso Alonso, que convenció a los responsabl­es de editorial Gredos de que el proyecto merecía la pena, a pesar de que la apariencia era una caja de zapatos con un montón de fichas. Pero la erudición era tal que se embarcaron en la aventura”, según relató de la Fuente. La “aventura”, “un instrument­o para guiar en el uso del español”, como se lo definió, festejó este año medio siglo, y mereció una nueva reedición, además de otros homenajes, entre ellos una obra de teatro en la cartelera porteña.

Bautizada “la académica sin sillón”, de haberlo obtenido hubiera sido la primera mujer en lograrlo.

Para muchos, conspiró contra ello no ser considerad­a filóloga, haber hecho el Diccionari­o al margen de los cánones oficiales, su condición femenina. La Historia le daría el lugar que le negó la Academia.

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