Cuando el carácter lo es todo
Fue un emblema del cine argentino, pero también se destacó en teatro y televisión, y triunfó en España. Murió ayer, a los 81 años, en la clínica Favaloro.
“Las dos ramas de mi familia proceden de Italia. Mi apellido significa lobo en plural”, le gustaba decir para identificarse con un animal que siempre fue amado y odiado por el hombre. A los 81 años, Federico Luppi murió ayer a la mañana en el hospital de la Fundación Favaloro, como consecuencia de un coágulo que sufrió en abril, a raíz de un accidente doméstico.
A lo largo de su extensa carrera, el actor participó en casi 80 películas, una cuarentena de programas de televisión y otras tantas obras de teatro. Además, dirigió la película Pasos (2005), una producción española con actuación de Fabián Vena.
Federico José Luppi Malacalza -ése era su nombre completo- nació el 23 de febrero de 1936 en la ciudad de Ramallo, al norte de la provincia de Buenos Aires. Antes de dedicarse a la actuación, Luppi pasó por varios trabajos, desde empleado administrativo y corredor de seguros a obrero en un frigorífico.
“Yo trabajaba en el Banco Italia de La Plata. Por un chico, hijo de un búlgaro, me enteré de cuánto pagan la quincena en un frigorífico de Berisso. Así que me fui sin pensarlo. Era obrero de mameluco”, contó, en una entrevista que dio en Radio del Plata hace dos años. En aquellos años, ya hacía teatro independiente influenciado por las ideas marxistas. Paralelamente, se anotó en Bellas Artes y comenzó a estudiar escultura, pero el material de su arte no estaba hecho de piedra y cincel.
El cine fue su gran medio, que le valió la continuidad laboral y consagración. A mediados de la década del ‘60, debutó en la pantalla grande con Pajarito Gómez (Una vida feliz), una película de Rodolfo Kuhn sobre el ascenso y la caída de un cantante de la nueva ola de la música. En alguna oportunidad, le preguntaron cuáles fueron sus películas más emblemáticas, las imprescindibles en una carrera muy vasta. Luppi mencionó tres, de tres décadas diferentes: El romance del Aniceto y la Francisca (Leonardo Favio, 1967), La Patagonia rebelde (Héctor Olivera, 1974) y Tiempo de revancha (Adolfo Aristarain,
1981). En la lista, realizada de forma arbitraria y al azar en un programa de radio, la elección de la última es quizá la que más define su carrera. El director de ascendencia vasca encontró en Luppi al aliado perfecto para construir su cine político. Los papeles fueron variados, desde el asesino Mendizábal en Últimos días de la víctima al padre agrio y pesimista en Martín (Hache). En ésta última, tiene una recordada escena con Juan Diego Botto, que interpretaba a su hijo. “Cuando uno tiene la chance de irse de la Argentina, tiene que aprovecharla. Es un país donde no se puede ni se debe vivir. Te hace mierda. Es un país sin futuro, saqueado y depredado”, decía Luppi. Sobre esas tres grandes realizaciones y sus papeles temperamentales, alguna vez dijo:
“Son películas que siempre tienen que ver con el director y con el libro. El actor es intercambiable”.
Además de la sociedad con Aristarain, Luppi fue un frecuente colaborador del mexicano Guillermo del Toro, con quien trabajó en las películas La invención de Cronos, El espinazo
del diablo y El laberinto del fauno. En 2001, a raíz de la crisis económica y social de la Argentina, cambió su residencia y se fue a vivir a España. “Había hecho un par de películas interesantes y allá me conocían bastante”, recordó sobre los años de exilio en la península.
Nunca dejó de recordar el golpe duro que sufrió con el corralito y siempre habló con dureza de los funcionarios de ese entonces. “Con el corralito me pegaron muy duro. Tengo un sueño recurrente. Sueño que formo parte de un tribunal omnipotente, que juzga al ladrón, fascista y sinvergüenza de Domingo Cavallo”, manifestó el hombre, que siempre fue ami- go de los adjetivos de calibre grueso. En 2003, España le dio la ciudadanía; ayer los principales medios de ese país recordaron al actor “de tono áspero y avasalladora presencia”.
En 2004, se dio el gusto de cambiar de rol y dirigió la película Pasos. A lo largo de su carrera, ganó el premio Concha de Plata (Festival de San Sebastián) al Mejor actor por Martín (Hache) y seis veces el Cóndor de Plata. En el mundo de la televisión, su carrera también tuvo papeles recordados. Su debut fue en 1964 en El
amor tiene cara de mujer, una telenovela en la que compartió elenco con Norma Aleandro, Claudia Lapacó, Jorge Barreiro y Rodolfo Bebán, entre muchos otros. De todas formas, su sello quedó en ciclos unitarios, en los que pudo desarrollar sus personajes explosivos, como Alta Comedia, Ficciones, Atreverse, Trátame bien, Condicionados y En terapia, entre otros. Con fama de cabrón y de no callarse de nada -“soy un hombre grande y tengo derecho a decir mi verdad”, decía-, Luppi también fue un seductor a lo largo de su carrera. Se casó por primera vez a los 23 años; el matrimonio, del que nacieron sus hijos Gustavo y Marcela, duró poco más de un lustro. Luego mantuvo una relación de una década con la actriz Haydée Padilla, que en algún momento dijo que la maltrataba. En 2000, nació Leandro, su tercer hijo, fruto de una relación con la actriz uruguaya Brenda Accinelli. “Tuvimos sexo con la madre un fin de semana en Uruguay. A mi hijo le paso plata, pero no lo quiero conocer. Me siento estafado por ella”, dijo en una entrevista en 2013. Luego tuvo problemas legales por la cuota alimentaria del menor. En 2003, se casó con Susana Hornos, 37 años más joven que él, quien lo acompañó hasta su muerte y con quien compartía escenario en la obra
Las últimas lunas. Además, al actor Plata dulce se le atribuyeron romances con la cantante Cecilia Milone y las actrices Emilia Mazer y Andrea del Boca.
Algunos se lo adjudican a la ascendencia italiana y otros al puro temperamento. Lo cierto es que Luppi se parecía a sus personajes más vehementes. “En la dictadura, aprendí que callarte no es sinónimo de seguridad. Y empecé a decir las cosas. Cada vez que iba a la televisión y me encontraba con un chanta, le decía: ‘Usted es un chanta’. No decirle: ‘Usted falta a la verdad’, que es más elegante. Evitar el circunloquio, el floripondio, el lenguaje colateral... Y eso me empezó a dar un poco de tranquilidad de espíritu”.
Ese espíritu cabrón y peleador se apagó ayer en la Fundación Favaloro. Deja una larga filmografía para revisar y el carácter memorable de algunos personajes, hecho de desazón e insultos. ¿Quién no recuerda al fabricante de botiquines de Plata dulce? ¿Cómo olvidar esas ocho palabras? “Arteche y la puta madre que te parió”.
En la dictadura, aprendí que callarte no es sinónimo de seguridad. Y empecé a decir las cosas”.