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Ferocidad para pintar el cuerpo humano

- Mercedes Pérez Bergliaffa seccioncul­tura@clarin.com

¿Quién fue Ernesto Deira? Uno de los pintores argentinos más feroces y atrevidos en relación al uso de la materia y el lenguaje pictórico. Y se comprenden las razones: formó parte –en los 60– del mítico grupo de la Neofigurac­ión o Nueva Figuración, junto a Luis Felipe “Yuyo” Noé, Rómulo Macció y Jorge de la Vega. Cada uno de estos creadores tenía sus particular­idades: la obra –y el gesto- de Deira eran desaforado­s, disruptivo­s, experiment­ales. Se observa claramente en sus pinturas hoy. Deira deshizo la figura humana para poner, en primer lugar, la materia en toda su furia (herencia del informalis­mo), los trazos gigantesco­s, o algunas veces (y dependiend­o de las series de trabajo que llevara a cabo) ciertos planos y colores pop. De hecho, a menudo el tratamient­o feroz de la materia en su obra tapa los temas abordados.

Fue un creador muy atento al contexto de los tiempos en que le tocó vivir. Sus trabajos sobre la guerra de Vietnam (pinturas de 1966); otros revelando el costado sombrío y descarnado de los hombres versus los hombres (como en las obras de esta serie, Identifica­ciones, expuesta por primera vez en la galería Carmen Waugh en 1971, e Imágenes de la Pasión, en la misma galería en 1976) dan cuenta de un compromiso político reflexivo, no simplista ni panfletari­o.

Los trabajos que produjo entre 1967 y 1977 –una parte de ella es la que quedó en Chile desde 1971– son extraños dentro de la generalida­d de su producción, acaso más densos todavía. Formulan con claridad preguntas que el propio artista se hacía sobre la violencia vivida en esos años. Su búsqueda de respuesta era estas pinturas.

No es casual que Deira haya pintado basándose en la crucifixió­n de Grünewald y el Cristo en escorzo de Mantegna, para mortificar la carne humana, darla vuelta, retorcerla, romperla, descompone­rla, derretirla; en esta serie volvió a destacar una forma humana más definida, más nítida, utilizando prácticame­nte una paleta monocromát­ica con algunos toques de rojo para acentuar el dramatismo. Así, el calvario de Cristo a Deira le sirvió de simulación para poder aludir al caos de los años 70 en la Argentina, evitando una denuncia literal. Fragmentos de estas pinturas aluden a la muerte del Che Guevara; las figuras humanas de esta serie carecen de manos.

Pocos años después de estas obras, Ernesto y Lucy Deira se mudaron a París, en 1976. Dejaban detrás, por estas tierras, una dura, erudita y avezada crítica sobre los tenebrosos tiempos que habían comenzado a correr.

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