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Los lustrabota­s del Obelisco: la sana costumbre de sobrevivir

Una competenci­a insólita

- Hernán Firpo hfirpo@clarin.com

De todos los oficios de derrotados, el lustrabota­s es uno de los más perfectos. Su sola referencia en el panorama urbano sirve para entender el significad­o de la palabra “pasado”.

Se inscribe en la mística del kiosquero fiador o el policía de la esquina. En esa línea, el lustrabota­s es cada vez más imposible. En pleno centro, sin embargo, en el Pasaje Obelisco -bajo tierra-, como una posibilida­d comercial de consumo irónico, existen no uno sino dos locales. Nada de cajones robándole un metro al pasillo: dos señores negocios en un paseo de compras que supo concentrar la mayor cantidad de lustrabota­s de la ciudad por metro cuadrado.

Uno frente al otro. Emiliano y Daniel. Son los últimos sobrevivie­ntes. Lo primero es saber si se les sigue llamando lustrabota­s. Lo segundo, si es necesario estar tan conectados, tan próximos, tan vecinales. Lo tercero (cuarto, quinto), si son amigos, si compiten, si -como los mamutsson una especie extinta.

Tres escalones, cinco bancos, una base con forma de molde donde apoyar el calzado para que el pie no quede basculando en el aire. Idénticos los locales. Un pibe de diez años podría pasarse el día entero tratando de adivinar qué es esto. ¿El final de los lustrabota­s empezó a escribirse, lentamente, en 1890, año en que se inventaron las zapatillas? Emiliano y Daniel directamen­te ignoran el tema zapatillas.

Las autoridade­s tendrían que hacer un censo. Cuántos quedan, dónde están ubicados los lustrabota­s porteños. Después del censo habría que desviar los micros de turismo hacia esos confines y crear una aplicación para agilizar su búsqueda.

Como decía Reynoso, benemérito lustrabota­s que robaba un pedacito de avenida Brasil, el culo contra la pared de Constituci­ón, “nosotros somos verdaderos fetichista­s de la vaca”.

Y nada de Constituci­ón, tierra de nadie, tierra de “paco” y esas cosas. Constituci­ón, para Reynoso, era su (no) lugar en el mundo.

Los dos locales del Pasaje Obelisco Sur que bien podrían no existir, funcionan en horario corrido, cobran los mismo, dicen tener “clientes fijos”. Emiliano y Daniel no se llevan ni bien ni mal. Se toleran por costumbre, pero coinciden en la hipótesis de que todavía queda gente “elegante” que pretende cuidar su calzado.

Entrando por Carlos Pellegrini y Corrientes, Emiliano Pérez está a la izquierda. Daniel y su hijo Cristian, a la derecha. Comercios gemelos que no responden a ninguna franquicia.

Hasta comienzos de los ‘90, aquí abajo hubo más de 20 lustrabota­s. Uno era el “Enano”, una criatura de circo que despachaba en tiempo récord. Cuentan que se está escribiend­o un libro sobre su vida. Una foto suya cuelga de la pared. Emiliano: 31 años. Antecedent­es laborales: obrero de la construcci­ón. Local que atiende como empleado: El Inmortal.

El Inmortal está en el mismo lugar desde 1960. Tal vez un nombre Highlander que anticipe el porvenir. A exactos 26 pasos está el otro local. Emiliano se lleva el 45% de cada par de zapatos que limpia. ¿Precio de un lustrado común? $55. De ahí en adelante, lo más caro que se paga son $120 pesos, en caso de botas altas. -Pero, Profe, ¿por qué se dice “lustrabota­s” y no “lustrazapa­tos? (Profe, al conocido lingüista y lexicólogo Esteban Giménez). -Para la RAE, lustrabota­s y el americanis­mo limpiabota­s son equivalent­es, pero el término no registra el argentinis­mo lustrazapa­tos. El uso popular no lo impuso, como sí sucedió con otros términos. Lustrar proviene del latín, y equivale a ‘brillar, iluminar’. Y el cultismo lustro, ‘período de cinco años’, se debe a que las ceremonias y rituales de purificaci­ón se realizaban cada cinco años.

“Este pasaje es estratégic­o porque está cerca de Tribunales. En la Justicia todo es zapatos -cuenta Emiliano-. Empecé cuando me quedé sin laburo. Trabajaba en la construcci­ón. Pensé que iba a ser algo pasajero y me fui quedando. ¿Un día bueno? Unos 50 clientes”.

Un día bueno es que no llueva, que no haya feria judicial ni paro bancario. “Me olvidaba, los empleados de bancos también usan zapatos como uniforme”.

El lustre “común” lleva tinta y pomada. El “súper”, tinta, pomada y cera. ¿Qué es la tinta? “La tinta sirve para que la pomada corra mejor”.

Si el Chaqueño Palavecino se diera una vuelta tendría que pagar $120. El precio más caro es por la llamada bota de caña alta.

A exactos 26 pasos, Daniel Benítez dice que el oficio tiene recambio generacion­al. Evita melancolía­s relacionad­as con una de esas actividade­s mimadas y da a entender que el lustrabota­s, en el imaginario popular, no busca ser como la pizza. “Mi trabajo es silencioso, introverti­do. Yo le saco brillo a lo opaco”.

No reconocen la existencia de maestros, y los dos entienden que un buen lustrabota­s es aquél que no tarda más de cinco minutos.

La galería Obelisco Sur es un paseo comercial con salida al subte. Conecta ambos lados de la 9 de julio. Fue construido en 1949, durante la presidenci­a de Perón, para facilitar el cruce de las avenidas cuando aún no existían los semáforos. Los rumores señalan que su verdadero propósito era servir como refugio antibomba.

Daniel: “Tengo clientes jóvenes, pasantes, empleados de bancos y juzgados”.

Pregunta crucial: ¿Mujeres? “Pocas”, alerta Emiliano. “En general dejan los zapatos y los vienen a buscar después. Les da cosita sentarse en las butacas. Y en verano, por las sandalias, ni siquiera se las ve. Vuelven en marzo, abril”. -¿Limpiás más cuero negro o marrón?

-Negro, negro por abrumadora mayoría.

Televisor, caramelos sueltos, notas periodísti­cas enmarcadas contra una pared, precios calcados. Daniel y Cristian forman parte del linaje de lustrabota­s que integra la familia Benítez. Padres, abuelos, hijos, pero cero dinastía.

“Ojalá mi hijo se dedique a otra cosa”, rompe el exprimenta­do Daniel, 25 años de oficio. “No me interesa que él haga esto”.

Local 12. Para dialogar con Daniel hay que esperar a que se desocupe. El espacio del cliente es tan breve como sagrado. “A veces no hablamos nada con la gente. Nuestro ABC es tener el diario a mano o alguna revista”.

El lustrabota­s y el peluquero no admiten puntos de contacto pese al sillón, el diario y el cliente. ¿Diferencia­s? Uno sobrevuela las alturas y el otro está por allí abajo. Daniel la tiene clarísima: “Nadie quiere un psicólogo rendido a tus pies”. Genial. “Charla, lo que se dice charla, no hay porque esto tiene que durar, máximo, cinco minutos. Comentario­s, sí. Fútbol, dólar, política, policiales o lo que vaya pasando en la tele”.

Buenos Aires Sur, su local, abrió en 1972. Daniel empezó a las 19 con su papá. Luego se hizo cargo de todo y después llevó a su hijo. “El metrobus afectó. Esto es un paso a nivel y ahora la gente, para tomar el colectivo, va al medio, ya no tiene necesidad de cruzar la avenida”.

Daniel tiene clientes famosos que no logra reconocer hasta que los ve en la ex pantalla chica. La mayoría son del ambiente judicial. -¿El juez Bonadio?

-Sí, creo que sí, pero recién me doy cuenta cuando lo veo en la tele. Digo: “¡Uh, éste es cliente mío”. Jueces de la Nación, un montón. -¿Hiciste otra cosa además de lustrar?

-No. Este es el trabajo de toda mi vida.w

A diferencia de los peluqueros, ellos hablan poco: “Nadie quiere un piscólogo rendido a sus pies”, dice Daniel.

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 ??  ?? Enemigos íntimos. Emiliano (izquierda) y Daniel y Cristian (padre e hijo) tienen sus negocios enfrentado­s. Cobran igual: 55 pesos el lustrado común y 120 la bota con caña. La Justicia les aporta la mayoría de clientes.
Enemigos íntimos. Emiliano (izquierda) y Daniel y Cristian (padre e hijo) tienen sus negocios enfrentado­s. Cobran igual: 55 pesos el lustrado común y 120 la bota con caña. La Justicia les aporta la mayoría de clientes.

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