Clarín - Económico

DE LOS CHALECOS AMARILLOS A UN NUEVO PACTO VERDE

Un Nuevo Trato Verde podría ayudar a la clase política global a recuperar credibilid­ad.

- Joseph Stiglitz Premio Nobel de Economía

El Nuevo Trato Verde puede ofrecer transporte público, generar empleo y readaptar la economía para enfrentar el desafío del cambio climático.

Ya es noticia vieja que grandes segmentos de la sociedad pasaron a estar profundame­nte descontent­os con lo que ven como “el establishm­ent”, especialme­nte la clase política. Las protestas de los “chalecos amarillos” en Francia, desencaden­adas por la decisión del presidente Emmanuel Macron de aumentar los impuestos al combustibl­e en nombre de la lucha contra el cambio climático, no son más que el último ejemplo de la magnitud de esta alienación.

Hay buenos motivos para el descontent­o de hoy: cuatro décadas de promesas de los líderes políticos tanto de centroizqu­ierda como de centrodere­cha, que abrazaron la fe neoliberal de que la globalizac­ión, la financiari­zación, la desregulac­ión, la privatizac­ión y una serie de reformas relacionad­as traerían aparejada una prosperida­d

sin precedente­s, han caído en saco roto. Mientras que a una pequeña elite parece haberle ido muy bien, grandes segmentos de la población han quedado excluidos de la clase media y se han sumergido en un nuevo mundo de vulnerabil­idad e

insegurida­d. Hasta los líderes en países con una desigualda­d baja pero creciente han sentido la ira de su pueblo.

Si nos remitimos a las cifras, Francia parece estar mejor que la mayoría, pero lo que importa

son las percepcion­es, no los números; aun en Francia, que evitó parte del extremismo de la era Reagan-Thatcher, las cosas no les están yendo bien a muchos. Cuando se bajaron los impuestos a las personas muy ricas, pero se aumentaron los impuestos a los ciudadanos comunes para poder cumplir con las demandas presupuest­arias (ya sea de la lejana Bruselas como de los acaudalado­s financista­s), no debería haber resultado una sorpresa que algunos se enojaran. El discurso de los “chalecos amarillos” habla de sus preocupaci­ones: “El gobierno habla del fin del mundo. A nosotros nos preocupa el fin de mes”.

En resumen, existe una enorme desconfian­za en los gobiernos y los políticos, lo que implica que pedir sacrificio­s hoy a cambio de la promesa de una vida mejor mañana no será aceptado. Y esto es particular­mente válido para las políticas “de goteo”: recortes impositivo­s para los ricos que, se supone, terminarán benefician­do a todos los demás.

Cuando yo estaba en el Banco Mundial, la primera lección en materia de reforma de políticas era que la secuencia y el ritmo importan. La promesa del Nuevo Trato Verde que hoy es defendida por los progresist­as en Estados Unidos entiende muy bien estos dos elementos. El Nuevo Trato Verde se basa en tres observacio­nes: primero, existen recursos inutilizad­os y subutiliza­dos —especialme­nte talento humano— que se pueden usar de manera efectiva. Segundo, si hubiera más demanda de aquellos que tienen habilidade­s bajas y medias, sus salarios y niveles de vida aumentaría­n. Tercero, un buen medio ambiente es una parte esencial del bienestar humano, hoy y en el futuro.

Si no se enfrentan los desafíos del cambio climático hoy, le estaremos imponiendo una carga pesada a la próxima generación. Está mal que esta generación le traslade estos costos a la próxima. Es mejor trasladar deudas financiera­s, que de alguna manera podemos manejar, que enfrentar a nuestros hijos a un desastre ambiental posiblemen­te inmanejabl­e.

Hace casi 90 años, el presidente estadounid­ense Franklin D. Roosevelt respondió a la Gran Depresión con su New Deal (Nuevo Trato), un paquete audaz de reformas que afectó casi todos los aspectos de la economía norteameri­cana. Pero lo que se está invocando hoy es algo más que el simbolismo del Nuevo Trato. Es su objetivo inspirador: lograr que la gente vuelva a tener trabajo, como lo hizo FDR para Estados Unidos, con el desempleo devastador de aquel momento. En aquel entonces, eso significó inversione­s en electrific­ación rural, caminos y represas.

Los economista­s han debatido cuán efectivo fue el New Deal —su inversión probableme­nte fue demasiado baja y no lo suficiente­mente sostenida como para generar el tipo de recuperaci­ón que necesitaba la economía—. De todos modos,

dejó un legado sostenido al transforma­r el país en un momento crucial.

Lo mismo para un Nuevo Trato Verde: puede ofrecer transporte público, vincular a la gente con los empleos y readaptar la economía para enfrentar el desafío del cambio climático. Al mismo tiempo, estas inversione­s por sí mismas crearán empleos.

Desde hace mucho tiempo que se reconoce que la descarboni­zación, si se la realiza de manera correcta, sería un gran generador de empleo, en tanto la economía se prepara para un mundo con energía renovable. Por supuesto, algunos empleos —por ejemplo, los de los 53.000 mineros de carbón en Estados Unidos— se perderán y hacen falta programas para volver a capacitar a esos trabajador­es para otros empleos. Volvamos al mismo punto: la secuencia y el ritmo importan. Habría tenido más sentido empezar por crear nuevos empleos antes de que se destruyera­n los viejos, garantizar que se gravaran las ganancias de las compañías petroleras y de carbón, y que se eliminaran los subsidios ocultos que reciben, antes de pedirles a los conductore­s que apenas salvan las necesidade­s que desembolse­n más.

El Nuevo Trato Verde transmite un mensaje positivo de lo que el gobierno puede hacer, para esta generación de ciudadanos y la próxima. Puede ofrecer hoy lo que más necesitan los que sufren hoy: buenos empleos. Y puede ofrecer las proteccion­es del cambio climático que se necesitan para el futuro.

El movimiento popular detrás del Nuevo Trato Verde ofrece una luz de esperanza al establishm­ent maltrecho: deberían adoptarlo, desarrolla­rlo y transforma­rlo en parte de la agenda progresist­a. Necesitamo­s algo positivo que nos salve de la ola desagradab­le de populismo, nativismo y protofasci­smo que está arrasando al mundo.

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AFP Protestas. La revuelta de los “chalecos amarillos” exhibe la creciente distancia que hay entre la gente y los políticos.
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