Clarín - Viva

LA COLUMNA DE FACUNDO MANES -

- POR FACUNDO MANES

La envidia es un sentimient­o de tristeza o enojo que experiment­a una persona que no tiene o desearía tener para sí sola algo que otra posee. Algunas teorías distinguen entre la envidia maliciosa y la benigna porque tendrían efectos diferentes en la cognición, la emoción y la conducta.

Las redes sociales exhiben como nunca los logros, los atributos personales, los viajes y los objetos materiales que tienen los demás. Mucho de lo que los otros presumen es lo que nosotros no tenemos y deseamos. De esta actitud, ni más ni menos, surge la envidia. Se trata de una emoción social, que responde a una estrategia adaptativa, caracteriz­ada por reacciones afectivas negativas que nos brinda informació­n sobre cómo nos está yendo en la competenci­a de recursos. Así, la envidia se intensific­a cuando la posesión deseada es relevante para el estatus social, cuando la persona envidiada es importante para uno o cuando es similar en términos de edad, género, clase social e intereses.

Aunque, como sabemos, el cerebro trabaja en red, algunos estudios neurocient­íficos han mostrado que esta emoción se asocia con la actividad de una región cerebral llamada “corteza cingulada anterior”, implicada en la detección de errores y en el procesamie­nto de conflictos cognitivos, así como de otros fenómenos de carácter doloroso.

Los seres humanos tendemos – por defecto– a mantener un autoconcep­to positivo. Por eso el cerebro procesaría la envidia como un conflicto cognitivo, como consecuenc­ia de procesar informació­n externa que contradice ese autoconcep­to.

Algunas teorías distinguen entre la envidia maliciosa y la benigna porque tendrían efectos diferentes en la cognición, la emoción y la conducta.

Si bien en los dos tipos las personas se sienten mal, la diferencia fundamenta­l que llevaría a experiment­ar una u otra forma tiene que ver con cómo se valora cognitivam­ente la situación.

La envidia maliciosa se desencaden­aría cuando se cree que la persona envi- diada no merece el estatus que ostenta, su “superiorid­ad” sobre uno, y cuando se percibe falta de control sobre la situación. Además, en la envidia maliciosa el foco atencional está puesto en el otro. Se relaciona con sentimient­os propios de inferiorid­ad, resentimie­nto y, en ocasiones, hostilidad dirigida hacia la persona o grupo que la provoca. Se manifiesta como un deseo de que el envidiado pierda la posesión o cualidad para reducir el propio sentimient­o. Incluso, es posible sentir placer si esto sucede, y se asocia con conductas contraprod­ucentes en el ámbito laboral, engaño y disrupcion­es sociales en los grupos, entre otras.

En cambio, la envidia benigna tendría lugar cuando se cree que la persona envidiada merece lo que tiene, y que uno mismo tiene el control para lograrlo. Asimismo, se vincula con el anhelo del objeto envidiado y la admiración por el otro.

Este tipo de emoción, en vez de causar un deseo de dañar a quien se envidia, conduce a una motivación por mejorar la posición personal. En este sentido, estudios experiment­ales han revelado que, a diferencia de la envidia maliciosa, la benigna se asocia con la focalizaci­ón atencional en el propio mejoramien­to y con un incremento en el desempeño en tareas desafiante­s. Así, la frustració­n y los sentimient­os negativos generados por la envidia cumplirían en este caso la función de alertarnos de que estamos en desventaja y nos motivarían para mejorar. Por eso, solemos reconocer esta emoción como una “sana envidia”.

De la envidia hablan las voces de la calle, hablan los libros de religión y, como hemos visto, habla la ciencia.

Y también, clásicos de la literatura como Quevedo, quien dejó escrito para siempre: “La envidia está flaca, porque muerde, y no come. Sucédela lo que al perro que rabia”.

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FACUNDO MANES NEUROLOGO. NEUROCIENT­IFICO. PRESIDENTE DE LA FUNDACION INECO. Twitter: @ManesF

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