LOS MARES DEL SIGLO XXI
EL FIN DE LA INMENSIDAD
Al principio, los mares asustaban por su inmensidad, ya que nada genera más miedo que lo que escapa a nuestro entendimiento. También, por lo que ocultaban y a veces dejaban ver: monstruos marinos que la imaginación y los relatos orales agigantaban. Más acá en la historia, los mares fueron una excusa para la aventura y, sobre todo, una herramienta fundamental del capitalismo (los imperios se construyeron a partir de la conquista del agua). El hombre, de a poco, redujo la inmensidad que lo abrumaba y develó los misterios oceánicos, al punto que Charlie Marlow, el marino de El corazón de las tinieblas ( la extraordinaria novela de Joseph Conrad, publicada en 1899), añoraba su infancia, cuando el mapa estaba lleno de espacios en blanco. Ciento veinte años después, los mares son un reproche de la conducta humana. El relato apocalíptico que más adeptos tiene en el siglo XXI, se sabe, no es el bíblico sino el ecológico, y los ambientalistas aseguran que en el Pacífico Norte flota una isla de desperdicios plásticos que tendría, como mínimo, el doble de la superficie de la provincia de Buenos Aires, deuda carísima que alguna generación futura deberá cancelar. Pero al menos hoy, en esta región y en esta época, los mares son un consuelo al calor y un espacio de descanso familiar para las personas que pueden, con mayor o menor dificultad, costearse unas vacaciones. Y hasta conservan cierta ilusión democrática: las olas bañan todos los pies, al menos por ahora.