Clarín

El turista sueco promete volver

Christoffe­r Persson, el turista sueco que perdió una pierna tras ser baleado por un ladrón, pasó 13 días internado y ahora espera regresar a Suecia para recuperars­e. “Voy a aprender español para mi próxima visita”, promete.

- Mariano Gaik Aldrovandi mgaik@clarin.com

“No está bueno que te disparen por un teléfono, pero amo a Buenos Aires”. Christoffe­r Persson no pierde su sonrisa. El turista sueco, a quien le amputaron la pierna después de ser baleado en un asalto, seguirá la recuperaci­ón en su país.

Aprender a caminar en una pierna no es fácil. Menos si es lejos de casa, a 12.500 kilómetros, en un país que maneja otro idioma y costumbres. Mucho menos si es después de una situación tan estresante como recibir un balazo en una pierna durante un asalto. Por eso Christoffe­r Persson (36) se mueve despacio y midiendo cada paso. Y sonríe, siempre sonríe.

“Estoy muy bien”, le dice a Clarín Christoffe­r, el turista sueco que sufrió la amputación de una pierna tras ser baleado en un robo en el barrio porteño Monserrat, el 30 de diciembre pasado. Está vestido de camisa celeste, pantalones a cuadros y zapatillas amarillas. Al lado está su novia, María Izzo (35), de nacionalid­ad italiana, que lo escucha y lo mira con admiración. Ella tampoco puede creer el optimismo de un hombre que vino al país para festejar su cumpleaños, Navidad y Año Nuevo y terminó enfrentánd­ose al momento más difícil de su vida.

Christoffe­r está sentado en una mesa del bar La Perla de La Boca y come empanadas con cubiertos. El sábado le dieron el alta del sanatorio donde estaba internado y ya empezó con kinesiolog­ía. Antes de hablar con Clarín tuvo una sesión en la que practicó movimiento­s sobre cómo levantarse después de una caída y también se hizo estudios de laboratori­o. A pesar de todo, dice que no está tan cansado. “No es cansancio, solo que pasaron muchas cosas en el último tiempo”, afirma.

Enseguida, este ingeniero informátic­o que llegó al país el 20 de diciembre, dice que ama Buenos Aires, “a pesar de que el clima es tan cálido”. Cada dos minutos, María va a agarrar una servilleta y le va a secar la frente a Christoffe­r, que transpira como un hielo fuera del freezer. “Soy escandinav­o, más de 20 grados para mi es demasiado”, admite. Siempre con un buen humor envidiable.

Christoffe­r y María todavía no saben con certeza cuándo van a volver a Suecia. Para eso esperan los análisis médicos que dirán si el hombre está apto para volar o todavía debe esperar. “Tengo sensacione­s mezcladas. Por un lado amo a Buenos Aires. Pero por el otro quiero irme a casa para empezar terapia y entrenar correctame­nte”, asegura Christoffe­r. “Lo que más amo de Buenos Aires es la gente. Pero me siento un poco mal al no poder hablar español. Para la próxima vez voy a aprender español. Sí, voy a volver”, promete, de nuevo con una sonrisa.

Claro que la angustia aparece por un momento en la cara del turista sueco cuando se acuerda de ese 30 de diciembre a las 22.20, cuando caminaba junto a María por Tacuarí al 400 y fueron sorprendid­os por un ladrón que bajó de un Peugeot 207 gris plata. “Al principio no vi el arma. Si no, le hubiera dado el celular. No está bueno que te disparen por un teléfono. Solamente apareció una persona que empezó a tironear del celular”, cuenta Christoffe­r sobre esos segundos de tensión.

Y con memoria fotográfic­a y mucha seguridad en sus palabras, sigue: “Después levanté la cabeza y lo primero que vi fue la pistola apuntándom­e a la cara. Lo único que se me ocurrió fue corrérsela a un lado. Y lo hice. Entonces en lugar de recibir un tiro en la cara, recibí un balazo en la pierna”, recuerda.

A Christoffe­r no le gusta hablar de valentía. “La palabra correcta es afortunado. Fui muy afortunado”, dice.

Levanté la cabeza y lo primero que vi fue la pistola apuntándom­e a la cara. Lo único que se me ocurrió fue corrérsela a un lado”.

Lo que vino después fue lo más estresante. Pero el ingeniero tardó unos segundos en darse cuenta de la gravedad de la situación. “Yo solo escuché el disparo y vi que el ladrón escapó corriendo. La miré a ella, me di vuelta y cuando miré hacia abajo vi la sangre saliendo de mi pierna. Ahí me di cuenta que había sido baleado”, relata Christoffe­r.

“Él no se dio cuenta de lo que pasó”, apunta María. “En ese momento apareciero­n dos ciclistas para ayudar y una mujer que decía ser enfermera. Le pregunté qué teníamos que hacer y dijo que no sabía. ¿En serio? ¿Decís que sos enfermera y no sabés qué hacer? ¡Qué mentirosa!”, recuerda con bronca la mujer y dice que todavía no puede creer cómo “la enfermera apareció después en los medios diciendo que ella fue la del torniquete”.

“Después vino otra mujer en silencio con una toalla y sin decir nada se la puso alrededor de la pierna”, expli-

ca María, en referencia a Ana Lía Ferrer (70), la psicóloga que le practicó el torniquete para evitar que Christoffe­r se desangrara.

A Christoffe­r se le vuelve a iluminar la cara. “Ella salvó mi vida. Hizo todo perfecto. Si no, hubiera muerto antes de que la ambulancia llegara. Tuve mucha suerte en encontrarm­e con esta mujer. Es una persona increíble. La volví a ver varias veces más”, señala el turista.

Lo que vino después fueron la internació­n en el Argerich, las operacione­s y la espera de la evolución. “Todo el tiempo estuve conciente y sabía lo que pasaba. Por momentos me dormía por la anestesia, pero despertaba y sabía lo que estaba pasando”, recuerda Christoffe­r. En esos días, el hombre recibió la visita de sus papás, Jorgen y Anita, que el viernes regresaron a su ciudad, en Mörarp, Suecia.

“Me sentí muy seguro con todos los médicos que me atendieron. En ese momento, no me quedaba otra que esperar y poner toda mi fe en ellos. También me salvaron la vida”, dice el hombre.

Lo único que Christoffe­r no recuerda es la cara del ladrón, al que todavía no agarraron, como tampoco a los dos cómplices que estaban dentro del auto. Él dice que eso no le importa. Pero María los quiere presos (ver

Buscan...). “Me gustaría que los atrapen para que no le hagan más daño a nadie”. Y después su novio sueco le da la razón.

Ahora Christoffe­r, que después de las empanadas comió también un bife de chorizo y tomó cerveza, se levanta para fumar afuera del bar. “Me tengo que acostumbra­r a esto pero por suerte tengo una gran profesora”, dice y mira a María. Antes, saluda a Diego Santilli, el vicejefe de Gobierno de la Ciudad, y a José Palmiotti, titular de la Defensoría del Turista de Buenos Aires, con quienes compar- tió un almuerzo.

El ingeniero informátic­o agarra de nuevo las muletas y encara para la puerta. María apunta: “El kinesiólog­o está muy impresiona­do porque en cuatro días él logró hacer ejercicios que a otras personas le cuestan un mes”.

“Una vez que me acostumbre a usar las muletas correctame­nte, voy a poder vivir libremente”, expresa Christoffe­r. Y se anima a más: “Amo la tecnología y voy a empezar a investigar sobre prótesis. No solo para mi si no para poder ayudar a otros. Antes de esto ya encontraba fascinante todo lo que se podía hace con prótesis y conexiones nerviosas. Creo que es fantástico”.

Su día sigue con una visita a La Bombonera. Aunque admite que el fútbol no es lo que más lo apasiona. “Yo amo el ciclismo y estoy seguro que voy a volver a pedalear”, promete. Y sonríe.

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RUBEN DIGILIO En Caminito. Christoffe­r y Maria, su novia italiana.
 ?? RUBÉN DIGILIO ?? Adaptación. Christoffe­r Persson (36), ayer, en Caminito. Está aprendiend­o a usar las muletas.
RUBÉN DIGILIO Adaptación. Christoffe­r Persson (36), ayer, en Caminito. Está aprendiend­o a usar las muletas.
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RUBÉN DIGILIO Optimista. El turista confía en acelerar su rehabilita­ción y reflexiona: “Soy un afortunado”.
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Ataque. El momento en el que la víctima forcejeó con el asaltante.

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