Clarín

El drama de los inundados: arman ollas populares y reclaman más ayuda oficial

En Barranquer­as, el agua superó el metro y medio de altura y los que tienen poco son solidarios con los que perdieron todo.

- Mariano Gavira mgavira@clarin.com

A Mariela Sanchez no le quedó nada por rescatar de su casa. El agua le quemó la heladera, le pudrió las maderas de los muebles, le arruinó los colchones y las camas, le fundió el televisor. La expulsó de su hogar. Ahora, a pesar de todo, revuelve con un cucharón una olla en la que prepara un guiso para 130 personas bajo una carpa improvisad­a con palos de madera y un toldo como techo. Eso para muchos será la única comida del día. Es que acá en Chaco, los que tienen poco ayudan con lo que pueden a los que directamen­te no tienen nada.

No hay que hacer gran cantidad de kilómetros ni moverse o caminar por zonas imposibles. A sólo 60 cuadras del edificio de la casa de gobierno provincial, en la ciudad de Barranquer­as se ve lo peor de una inundación: el agua ya bajó, pero el barro, el olor nauseabund­o y la humedad casi imposible de resistir hacen que lo peor rempiece ahora.

Por las calles se ve una escena que se repite. Vecinos parados en las puertas de sus casas que, con los brazos apoyados en la cintura, miran la nada. En las paredes de las casas quedó una marca que muestra lo que significó la trágica inundación, es la huella que dejó la crecida del agua: todas por arriba del metro y medio de altura.

Heladeras arriba de una pila de ladrillos, colchones subidos casi hasta los techos, bolsones de arena que intentaron frenar el avance del agua apilados contra la puerta, todo en vano. Son algunos de los signos de desesperac­ión. Escenas que parecen de ficción, donde por el comedor de la casa de los Basualdo entró una anguila que trajo la corriente y que tuvieron que atrapar con un tacho.

Mientras tanto los vecinos se organizan como pueden, con lo que tienen. Juntan 20 o 30 pesos para cocinar en ollas populares. Se ven por todos lados, cada dos o tres cuadras una construcci­ón precaria con cuatro palos de madera y un plástico o toldo como techo sirve para preparar la comida. En general guiso de arroz, de polenta, con zanahoria y papas. También mondongo o lo que sea que se pudo preparar para ese mediodía, donde la olla humeante es la señal para que todos se acerquen a comer.

“Hace más de una semana que no puedo volver a mi casa. Sólo voy cada tanto para ver que no me hayan robado lo poco que me quedó”, cuenta María en el barrio de La Toma, con una remera amplia, celeste, que le donaron porque su ropa quedó atrapado en el agua podrida que le entró a su vivienda. Habla mientras con un cuchillo corta la cebolla que tirará en el agua hirviendo. “Yo perdí todo, pero hay vecinos que están peor, porque tienen enfermedad­es y ni siquiera tienen remedios. Por eso estoy acá ayudando”.

De esa comida dependen muchos aquí. Es que la ayuda oficial casi no existe o no se ve. “Hace unos días vino un camión con algo de agua y lavandina, pero no alcanzó para la cantidad que somos y necesitamo­s que estén más presentes, necesitamo­s que nos ayuden”, suma Yamila ya con lágrimas en recorren sus mejillas.

Para Susana Almeyda, quien organiza el merendero “El cielo para los chicos”, en el barrio María Cristina, la situación es la misma. A su casa le entró tanta agua que superó su cintura. Así y todo al día siguiente tenía preparada la mesa con los 32 vasos llenos de leche y tortas fritas que ella misma cocinó como pudo para los nenes del barrio: “Si yo no lo hago nadie lo hará y esos nenes no van a tener qué comer. Acá se prepara la merienda todos los días, llueva, truene o quede el piso lleno de barro”.

Aquí todos tienen historias por contar. Como Noelia Torres, madre de cinco hijos, que está en diálisis y que teme que una infección le contagie alguna enfermedad en sus riñones. O como Hermelinda Carvallo que vive con su hija discapacit­ada, María Angélica, y que por el agua la silla de ruedas quedó inutilizab­le. También Mónica Díaz y su marido Walter, diabéticos e insulinode­pendientes, a quien el agua a él le sacó ronchas en los pies y temen que tengan que amputarle una pierna.

En Resistenci­a la mirada está puesta en el cielo. Las últimas horas mutaron entre sol, nubes y tormentas fuertes. Se cree que el clima seguirá así y mientras tanto todo es un constante volver a empezar. ■

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MARCELO CARROLL Sin consuelo. Mónica Díaz perdió todo y teme por ella y su marido, insulinode­pendientes.

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