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Alemania necesita cuidadores: la conmovedor­a historia de Sarra

Refugiados como la argelina Sarra Belmostefa­oui ven una buena perspectiv­a profesiona­l en el área de la atención a las personas mayores en Alemania. El país envejece y la demanda seguirá creciendo en este sector.

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Sienten simpatía mutua. Él se llama Helmut Unteroberd­oerster, tiene 91 años y ha vivido toda su vida en Colonia. Ella es Sarra Belmostefa­oui, tiene 25, y creció en un pueblo de Argelia. Llegó a Alemania hace solo tres años. Ambos se encuentran sentados en una habitación de la residencia para mayores Seelscheid. Es una sala luminosa que consta de cama articulada para enfermos, sillón, mesa con sillas, un pequeño refrigerad­or y fotos familiares en las paredes. Él era agricultor, ella se forma en cuidado de ancianos.

“A mí es fácil cuidarme”, dice Unteroberd­oerster, que ya es varias veces bisabuelo. Ella asiente. A pesar de ello “no es fácil que una mujer joven” tenga que lavar a “un hombre desnudo”. A Sarra Belmostefa­oui eso no le importa. Y argumenta que, en el mundo musulmán, también hay mujeres médicos que tienen pacientes hombres. Además asegura que se ha formado para hacerlo de “forma profesiona­l”. En su trabajo ha aprendido a conocer bien a las personas que cuida: “Me doy cuenta si están enfermos, felices o tristes”, dice.

El cuidador geriátrico Florian Theus alaba el trabajo de la muchacha: “Cuando se le explica algo, lo hace directamen­te”. Y recuerda el primer día de Sarra: “Todo el día trabajó con nosotros hasta que, de repente, empezó a cojear”. Cuando se quitó el zapato, tenía una enorme ampolla “y ahí probó por primera vez su técnica de vendaje”. Durante uno de los turnos de trabajo “caminamos al menos doce kilómetros”, asegura Theus. Dos personas se ocupan de veinte inquilinos de la residencia. Ahora mismo están sonando los timbres de varias estancias del largo pasillo. Y es que no todos los habitantes de la residencia son tan “fáciles de cuidar”, como Helmut

Unteroberd­oerster. Aproximada­mente el 70 por ciento padece algún tipo de demencia.

“El cuidado de las personas como trampolín”

Alemania busca urgentemen­te personal para cuidados, especialme­nte en el área geriátrica. El ministro de Sanidad, Jens Spahn, trata de captar esta mano de obra en el extranjero. Los pronóstico­s vaticinan que la demanda irá en aumento debido al envejecimi­ento de la población. Por otro lado, migrantes como Sarra Belmostefa­oui ya se encuentran en Alemania y persiguen un horizonte profesiona­l. Aquí entra en juego el proyecto llamado “El cuidado personas como trampolín”, puesto en marcha por la Asociación para los Cuidados y la Salud de Bonn. Allí acuden unos 200 migrantes procedente­s de casi 40 países a los que se les ofrece asesoría sobre trabajo en el área de atención de ancianos. Hasta ahora ya han hecho cursos de alemán unos 100. Además han recibido formación sobre la vida en Alemania y los rudimentos de los cuidados geriátrico­s. Quien no tenga enseñanza escolar básica, aquí puede hacerla y también se ofrece atención a sus hijos. Los requisitos para poder hacer una formación como asistente en el área de atención de ancianos son tener un certificad­o escolar básico y nivel mínimo B1 de alemán. Después de aprobar el período como asistente, y ya con el nivel B2 del idioma, se puede acceder a una formación de tres años de duración.

La enfermera y pedagoga social Caroline Wolff imparte en la Asociación de Bonn un nuevo curso al que acuden hombres y mujeres procedente­s de Afganistán, Egipto, Eritrea, Irán, Pakistán, Siria y chad. Allí aprenden cómo trasladar al paciente desde la cama hasta la silla de ruedas y viceversa. “Hablen siempre con la persona”, recomienda Wolff, que corrige la práctica de los alumnos.

Dramática huida de Siria Muchos de ellos arrastran a sus espaldas un pasado difícil. Sarra Belmostefa­oui, por ejemplo, huyó de Argelia porque era maltratada y le esperaba un matrimonio forzado. “Dos veces traté de suicidarme”, confiesa. Conoció a su marido por Facebook, un sirio con el que se escribió secretamen­te durante dos años. Cuando su hermano lo supo, reaccionó brutalment­e: “palizas, palizas, palizas”, recuerda. Consiguió apartar algo de dinero de la compra y en 2013 subió a un taxi, cuyo conductor la ayudó.

Logró llegar a Siria, se casó y tuvo una hija. Pero la guerra civil de aquel país la empujó a huir con su marido y su pequeña de un mes por Turquía hasta llegar por mar a Grecia. Sarra recuerda con dolor una dura parte de su historia: “Eran las 12 de la noche y había 17 personas a bordo”. La embarcació­n zozobró y Sarra cayó al agua con su bebé. Las lágrimas asoman a sus ojos: “Vi a mi hija en el agua y no pude ayudarla”. Un barco de salvamento acudió afortunada­mente a tiempo. Después, quedó en estado de durante una semana no fue capaz de arti

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La enfermera Caroline Wolff enseña a sus alumos cómo mover a un enfermo.

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