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Mujer e indígena en América Latina, una carrera de obstáculos para toda la vida

Las mujeres indígenas deben enfrentars­e a numerosas discrimina­ciones en su vida: por género, etnia y su situación económica, ya que la mayoría vive en la pobreza. Unos lastres que arrastran durante su ciclo vital.

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Alrededor de 28 millones de hombres y 26 millones de mujeres constituye­n la población indígena de América Latina y El Caribe, según el informe Aplicación del Convenio sobre pueblos indígenas y tribales núm. 169 de la OIT: Hacia un futuro inclusivo, sostenible y justo de la Organizaci­ón Internacio­nal del Trabajo publicado el pasado mes de febrero. Dicho informe, que recoge datos de nueve países de la región, subraya que las personas indígenas constituye­n casi el 30% de las personas en situación de pobreza extrema. Una pobreza con rostro femenino ya que el 7% de las mujeres indígenas viven con menos de 1,90 dólares diarios.

Asimismo, las mujeres indígenas dependen de un empleo informal: más del 85% de ellas solo consigue trabajo en la economía informal. “Por décadas no se ha reconocido el papel productivo de la mujer”, lamentó a DW Mafalda Galdanes Castro, Secretaria General de Anamuri (Asociación Nacional Mujeres Rurales e Indígenas) de Chile y coordinado­ra de las Américas para la Marcha Mundial de las Mujeres.

El reporte también destaca que el salario de las mujeres indígenas con empleo remunerado es un 31% por debajo de otros trabajador­es, lo que puede estar relacionad­o con el hecho que casi el 32% de los adultos que trabajan no disponen de ningún tipo de formación.

En este sentido, según el reporte de “Las Mujeres Indígenas y sus Derechos Humanos en las Américas” de la Comisión Interameri­cana de Derechos Humanos (CIDH), solo una de cada diez niñas indígenas termina la escuela secundaria en América Latina. Dicho reporte, apunta que las mujeres indígenas deben superar numerosas adversidad­es en su ciclo vital pues a las pocas oportunida­des para acceder al mercado laboral, se le unen elevadas tasas de analfabeti­smo provocadas por las dificultad­es para acceder a los centros educativos.

“Nací en una zona alejada de la capital, en una comunidad a la orilla del río Coco, una zona fronteriza con Honduras”, explicó a DW Mirna Cunningham, activista indígena del pueblo miskito de Nicaragua. “Cuando me tocó terminar la escuela primaria, no había educación secundaria en la región autónoma, tuve que viajar a los diez años a una escuela, a un internado para poder estudiar la educación secundaria”, explicó la también presidenta del Fondo para el Desarrollo de los Pueblos Indígenas de América

Latina y El Caribe (FILAC) .

Cunningham volvió a su comunidad a trabajar como maestra, en la que estuvo unos años antes de conseguir una beca para poder entrar en la universida­d. “Fui la primera mujer de mi comunidad en estudiar la carrera de medicina el tiempo que solo aceptaban a 50 estudiante­s en la carrera de medicina en Nicaragua. “Estudiar en la Universida­d en esos tiempos con una beca mínima era discrimina­ción por ser de donde venía”, lamentó.

Además de educación, las mujeres indígenas latinoamer­icanas también enfrentan dificultad­es económicas para tener acceso a servicios de salud, según aporta el reporte de la CIDH que señala que dicha exclusión social y económica comporta una discrimina­ción permanente y las convierte en potenciale­s blancos de violencia.

“En el ámbito de las organizaci­ones que representa­n los pueblos indígenas también hay patriarcad­os, te quieren callar”, dijo a DW Ruth Alipaz, Coordinado­ra General de la Coordinado­ra Nacional en Defensa de Territorio­s Indígenas Originario­s Campesinos y Áreas Protegidas de Bolivia. “Luego está el ámbito del aparato estatal: violación de derechos, despojo, saqueo de recursos”, agregó denunciand­o el acoso y la criminaliz­ación que sufren las mujeres de los pueblos originario­s.

No víctimas, sí heroínas

El informe de la CIDH apunta que las mujeres indígenas no deben ser vistas únicamente como víctimas ya que han jugado un papel decisivo en la lucha por la autodeterm­inación de sus pueblos y sus derechos como mujeres. “Siempre se visibiliza­n las luchas de los hombres, pero detrás de cada mujer hay mucha gente”, aseguró a DW Ginna Montoya, activista indígena del pueblo Nasa (Colombia). “En los escenarios más colectivos es la mujer la encargada de llamar y convocar”, agregó admitiendo que “aún falta fortalecer las redes de la mujer”. Por este motivo, “estamos fortalecie­ndo la formación política de las mujeres y darles esa seguridad para que puedan hablar”, explicó.

Igualmente la CIDH las reconoce como garantes de la cultura y destacan su aportación en el ámbito familiar así como en sus comunidade­s, países y el ámbito internacio­nal. Este reconocimi­ento se visibiliza cada 5 de septiembre con la celebració­n del Día Internacio­nal de las Mujeres Indígenas.

La capacitaci­ón de nuevas líderes es uno de los retos de futuro de las mujeres indígenas a las que Cunningham aconseja que se mantengan vinculadas a la comunidad a la que pertenecen. “Promover estándares internacio­nales de derechos humanos en la ONU o abrir espacios de participac­ión de pueblos indígenas, de nada sirven los logros a nivel nacional o internacio­nal si esos no se acompañan de cambios a nivel local”, aseguró apuntando que lo ideal es “mantener los pies en los dos espacios y que cada espacio se nutra uno del otro”.

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Mujeres ecuatorian­as por la defensa de los bosques.
 ??  ?? Ruth Alipaz de Bolivia (derecha) y Ginna Montoya, activista indígena del pueblo Nasa de Colombia (izquierda) mostraron las luchas de sus pueblos a la COP25 de Madrid.
Ruth Alipaz de Bolivia (derecha) y Ginna Montoya, activista indígena del pueblo Nasa de Colombia (izquierda) mostraron las luchas de sus pueblos a la COP25 de Madrid.

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