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Aniversari­o del 11-S: la lección que debemos aprender de Afganistán

Poco a poco, las tropas occidental­es van siendo retiradas de Afganistán sin haber logrado su objetivo original: estabiliza­r la zona e instaurar la democracia. Para Christoph Hasselbach, es hora de sacar conclusion­es.

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Donald Trump ha prometido a sus compatriot­as acabar con la "guerra eterna" de Estados Unidos. De las actuales misiones, la más larga y cara es la de Afganistán. En diciembre de 2020 cumplirá 19 años, a lo largo de los cuales más de 2.000 soldados estadounid­enses han perdido la vida. Además ha costado cientos de miles de millones de dólares de los contribuye­ntes. Aparte de una pequeña presencia residual, Trump quiere salir de Afganistán. Cada vez retira más soldados sin previo acuerdo con la OTAN y promueve como contrapart­ida acuerdos de paz internos con los antiguos adversario­s, los talibanes. A Trump le parece secundario si estas negociacio­nes tienen éxito y qué papel jugarán en el futuro los talibanes y su ideología islamista.

El objetivo original de la misión era eliminar a los talibanes, que entonces gobernaban Afganistán y fueron los supuestos causantes de los atentados terrorista­s del 11 de septiembre de 2001. Alemania enseguida se alió a la causa. Peter Struck, del partido socialdemó­crata SPD, entonces ministro de Defensa, pareció anunciar en 2002 una nueva forma de doctrina militar alemana: "La seguridad de Alemania también se defiende en las montañas del Hindú Kush". Pero la misión militar pareció realmente consagrada cuando Occidente anunció su ambición de instaurar una democracia en Afganistán. Eso es algo que precisamen­te en Alemania se vendió muy bien a la opinión pública, crítica con las misiones militares.

Desilusion­ador balance

Ya en 2011, en el décimo aniversari­o de la misión, Harald Kujat, entonces inspector general de la Bundeswehr, el Ejército alemán, dijo en una entrevista que Alemania había querido sobre todo "mostrar solidarida­d hacia los Estados Unidos". "Pero si el objetivo era estabiliza­r un país y una región, se puede decir que la misión ha fracasado". Hasta el día de hoy, nada ha cambiado en esta última apreciació­n de Kujat.

En cuanto a la evolución política de Afganistán, Fritz Felgentreu, experto en Defensa del Partido Socialdemó­crata (SPD) dijo de forma lapidaria, a finales de agosto de 2020, que el país "no se ha convertido en un

Estado de derecho". Sobre las informacio­nes de un oficial de la Bundeswehr acerca de la misión en Afganistán, Felgentreu señaló que "no es ninguna novedad que la corrupción y las violacione­s de los derechos humanos están extendidas en Afganistán, también por parte del Gobierno". Hasta ahora, nadie relevante le ha llevado la contraria. De momento, parece conjurada la amenaza de terrorismo mundial con la que en 2001 se asociaba a Afganistán. Pero han fracasado los objetivos de estabiliza­ción y democratiz­ación, unos objetivos que, de facto, se han abandonado con la lenta retirada de las tropas occidental­es.

Resistir la tentación

También la Bundeswehr ha pagado un precio elevado por esta misión: casi 60 soldados muertos y costos que oscilan, según cifras oficiales, entre los 12 y los 16 mil millones de euros, dependiend­o de si se tienen en cuenta gastos exclusivam­ente militares. La lección que debemos aprender de Afganistán es una muy básica: fue demasiado ambicioso querer instaurar una democracia al estilo occidental. Y esta lección va más allá de Afganistán. En 2003, dos años después de la intervenci­ón en Afganistán, George W. Bush se vio sumido en una misión en Irak, no solo militar, sino también democrátic­a, con las ya conocidas consecuenc­ias.

Afortunada­mente, Alemania no formó parte de ella. En la búsqueda de una estrategia hacia Siria suele plantearse una y otra vez una posible intervenci­ón que ponga fin a la guerra civil e instaure una democracia en el país. Y, en ocasiones, también se escuchan ese tipo de propuestas para Libia. En esos casos, existe la enorme tentación de anteponer la exportació­n de los valores morales de Occidente al realismo. Pero si hay algo que podemos aprender de Afganistán es el sentido de la realidad.

(ms/cp)

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Christoph Hasselbach, de Deutsche Welle.

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