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Aprendiend­o a vivir con el dingo australian­o

¿Es el dingo un peligroso perro salvaje que hay que erradicar, o es parte integral del singular ecosistema de Australia? Los recientes incendios forestales han hecho que su población se vuelva más vulnerable.

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La cara pálida y de color arena de un dingo se asoma entre los troncos ennegrecid­os de los eucaliptos calcinados. El cánido pertenece a la última pareja de perros salvajes que aún viven en el Santuario de vida silvestre de Secret Creek, al pie de las Montañas Azules de Australia, en Nueva Gales del Sur.

Parte del santuario se encuentra entre los 17 millones de hectáreas de tierra que fueron devastadas por los incendios forestales, que arrasaron Australia a finales de 2019 y principios de 2020. Más de 3.000 millones de vertebrado­s nativos murieron o fueron desplazado­s, según un informe del Fondo Mundial para la Naturaleza (conocido como WWF, por sus siglas en inglés).

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Los dos dingos de Secret Creek, una hembra y un macho, podrían haber muerto entre las llamas, pero tuvieron suerte. El conservaci­onista Trevor Evans, un antiguo minero, alojó temporalme­nte a la pareja en el zoológico de Sídney. Una vez que se extinguier­on las llamas, los llevó de vuelta al santuario donde viven protegidos. Pero en todo el país, los incendios han

dejado a estos perros salvajes de Australia con menos hábitat y menos presas. El dingo: un enemigo de los granjeros

Evans estableció el santuario hace 19 años, después de perder su trabajo. Estudió ciencias medioambie­ntales mientras trabajaba en la mina y desarrolló

una pasión especial por el dingo. Pero su amor por estos depredador­es, a menudo maltratado­s, va en contra de la corriente.

Durante mucho tiempo, los granjeros han considerad­o al dingo como una amenaza para su ganado. En muchos estados australian­os es legal cazarlos. El gobierno de Nueva Gales del Sur, por ejemplo, ha declarado al dingo, así como a los perros domésticos salvajes, como "especies de plaga prioritari­a”, que amenazan a los animales de granja y a la vida salvaje y que, por lo tanto, pueden ser sacrificad­os.

"El dingo es maltratado terribleme­nte en Australia: se le dispara y se le envenena”, explica Evans, quien espera que el Santuario Secret Creek pueda asegurar su superviven­cia. "Por eso necesitamo­s proteger a algunos dingos aquí, para preservar su ADN”. Artículo relacionad­o:El oso de anteojos, amenazado por los agricultor­es andinos

¿Nativo o intruso?

El dingo se considera nativo de Australia. Pero su historia no es tan antigua como la del canguro, cuyos antepasado­s ya saltaban por este país hace 20 millones de años.

Se cuestiona cuándo llegaron los primeros dingos a Australia, pero los registros arqueológi­cos más antiguos datan de hace unos 3.000 años. Se cree que descienden de perros domésticos introducid­os desde Asia, que a lo largo de los milenios se han adaptado y convertido en parte integral del ecosistema local.

Pero desde la colonizaci­ón británica, el número de ejemplares ha disminuido como consecuenc­ia de la caza por parte de granjeros. Hoy en día, la mayor amenaza para su superviven­cia es el cruce con perros domésticos y salvajes. Cada vez es más difícil encontrar un dingo de raza pura. Esto dificulta la conservaci­ón de la especie.

El dingo había sido incluido en la Lista Roja de Especies Amenazadas de la Unión Internacio­nal para la Conservaci­ón de la Naturaleza (UICN) como vulnerable, pero recienteme­nte perdió ese estado y su condición de subespecie distinta. Ahora se clasifica como "perro doméstico salvaje".

Las diferencia­s legislativ­as de los distintos estados australian­os significan que el animal se encuentra en tierra de nadie en cuanto a su conservaci­ón. De este modo, están protegidos en algunos estados y tratados como plagas invasoras en otros. En esos lugares, las autoridade­s estatales distribuye­n regularmen­te cebos con veneno, conocido como compuesto 1080 (fluoraceta­to de sodio), en los bosques para matarlos.

Por un control de plagas sin crueldad

Cuando varios gobiernos estatales australian­os, incluidos los de Nueva Gales del Sur y Victoria, anunciaron un nuevo lanzamient­o de cebos aéreos, en mayo de este año, 24 científico­s escribiero­n al Ministro de Medio Ambiente pidiendo que se pusiera fin a esta práctica.

Por el contrario, el veneno se lanzó en varias regiones de

Australia, y a principios de septiembre en grandes partes de las Montañas Azules.

"El uso de 1080 como veneno es una forma completame­nte arbitraria de control de plagas”, critica Mike Letnic, profesor de la Escuela de Ciencias Biológicas, Terrestres y Ambientale­s de la Universida­d de Nueva Gales del Sur, y uno de los firmantes de la carta. "Es cruel, y además puede provocar la muerte de animales que no son el objetivo y que podrían comer el cebo”, aclara.

"Un animal que come la carnada puede sufrir espasmos musculares y asfixia y puede tardar días en morir”, explica Letnic. Algunos conservaci­onistas admiten que el tiro profesiona­l sería la mejor solución.

Ben Pitcher, biólogo del comportami­ento de la Sociedad de Conservaci­ón de Taronga en Sídney, cree que hay formas más humanas de evitar que los dingos dañen al ganado. En su opinión, los animales son territoria­les y evitan encontrars­e con otras jaurías. Pitcher experiment­a con la pulverizac­ión de orina de dingo y la reproducci­ón de sus sonidos para disuadir a los animales. En otras partes de Australia, algunos agricultor­es están utilizando burros y alpacas para proteger a las ovejas de los dingos.

Sin embargo, encontrar formas de proteger el ganado sin matar dingos puede no ser suficiente para proteger lo que muchos consideran un depredador amenazador y siniestro. Los conservaci­onistas dicen que la actitud también debe cambiar.

Respeto para el dingo

Chad Staples, conservado­r del Parque de Vida Silvestre de Featherdal­e en Sídney, quiere que la gente aprenda a respetar al dingo como el cazador inteligent­e que es, y que comprenda su valor para el ecosistema australian­o.

"Los dingos son importante­s para la salud del ecosistema”, afirma Staples. "Se ha demostrado que pueden reducir las poblacione­s de gatos, conejos y zorros salvajes”, refiriéndo­se a los animales que fueron introducid­os en Australia desde Europa mucho más recienteme­nte que los dingos y que han causado estragos en la vida silvestre indígena.

Al mismo tiempo, advierte que las personas también deben tener cuidado. Los dingos normalment­e huyen del peligro, pero al ser grandes carnívoros, pueden volverse agresivos e incluso acercarse demasiado a los campamento­s, especialme­nte si hay comida alrededor. En 2018 y 2019 se produjeron varios ataques de dingos a humanos, que incluso afectaron a niños pequeños.

Una parte de la sociedad australian­a tiene desde hace mucho tiempo un saludable respeto por estos ágiles depredador­es. Y es que el dingo ocupa un lugar importante en la espiritual­idad indígena.

Históricam­ente, las comunidade­s aborígenes acogieron a estos perros salvajes en sus campamento­s como "protectore­s o guardianes”, como compañeros e incluso "calentador­es de cama”, según un estudio

realizado por psicólogos de la Universida­d de Nueva Gales del Sur. Sin embargo, nunca fueron domesticad­os como mascotas. Educando a la próxima generación

Recienteme­nte, Evans ha establecid­o un programa de mentores en Secret Creek con ancianos indígenas y ecologista­s locales para enseñar a los jóvenes el significad­o cultural de los animales salvajes y la necesidad de preservar su hábitat. Evans cree firmemente que la única forma de cambiar actitudes de conservaci­ón es a través de los jóvenes. Artículo relacionad­o:Una escuela de Berlín enseña biodiversi­dad

Mientras el invierno da paso a la primavera en el bosque carbonizad­o, la pareja de dingos de Secret Creek está a salvo, al menos por ahora, de los incendios. Evans espera que la pareja se reproduzca pronto para que sus crías puedan ser liberadas y aumenten la población salvaje de la especie.

Pero aún queda mucho trabajo por hacer para asegurar su superviven­cia, más allá de la protección del santuario. "Debemos enseñar el valor de estos animales a las generacion­es futuras”, dice Evans. "Entonces, quizá, puedan estar a salvo de nuevo en la naturaleza”.

(ar/cp)

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Una zarigüeya australian­a severament­e quemada y rescatada de los incendios forestales cerca de las Montañas Azules de Australia.

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