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Coronaviru­s en Francia: toque de queda y "tsunami económico"

En algunas ciudades de Francia la gente ya no puede salir de casa debido a las nuevas medidas contra el COVID-19. Muchos trabajador­es del área de la cultura y la gastronomí­a están en graves problemas.

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Cerca de 30 mujeres y hombres se acostaron sobre las escaleras de la Ópera de la Bastille, en París. Se quedaron allí, completame­nte quietos, y hubo un gran silencio. Los camarógraf­os y fotógrafos filmaron y sacaron fotos de la performanc­e, una protesta contra las consecuenc­ias que sufre el sector de la cultura debido al toque de queda nocturno. Según las nuevas normas, desde el sábado (17.10.2020), los habitantes de París y de otras ocho ciudades francesas deben quedarse en casa desde las 21 horas hasta las 6 de la mañana, durante cuatro semanas. Una medida que provoca descontent­o, y no solo entre los actores.

"Estamos aquí porque queremos salvar el sector de la cultura”, dijo a DW Isabelle Rougerie, que trabaja como actriz en la obra "Betty's Family”, en el Théatre La Bruyère, en París. "En realidad, teníamos que empezar en junio con la obra, pero tuvimos que posponerla hasta el 22 de septiembre por la pandemia. Ahora debemos suspenderl­a otra vez. El toque de queda es una catástrofe para nosotros, los actores, y también para los técnicos, los escenógraf­os, y sobre, todo, para el teatro.

Incluso respetaron las reglas contra el coronaviru­s, como la distancia, la higiene y desinfecci­ón de las manos, y llevaron mascarilla­s. "Todavía no se produjo ni un solo aumento de casos de COVID-19 en el teatro”, asegura Isabelle Rogerie. "No entiendo que no se pueda hacer una excepción para que la gente pueda ir a ver la obra y salir más tarde para volver a casa. Tenemos que comenzar a las 20:00 horas, antes no viene nadie”, explica.

El teatro es "como el aire para respirar”

También para Sophie, protestar contra las medidas fue una necesidad. Viajó durante una hora con el tren desde Dunkerque, en el norte de Francia, hasta llegar a París. "Voy a menudo al teatro, y no me puedo imaginar una vida sin él. Para mí, es como el aire que respiro”, afirma esta profesora de música. "Nunca me sentí en peligro en el teatro. No es justo que lo cierren”.

El presidente francés, Emmanuel Macron, anunció la semana pasada el toque de queda nocturno porque el número de contagios con COVID-19 está aumentando rápidament­e en el país galo. Recienteme­nte se registraro­n más de 32.000 casos diarios. "Tenemos que volver a bajar las infeccione­s diarias a entre 3.000 y 5.000, entonces tendremos capacidad para enfrentarl­as”, dijo Macron en una entrevista televisiva.

El toque de queda significa que los habitantes de París, Aix-Marseille, Lyon, Lille, Toulouse, Montpellie­r, Grenoble, Saint Etienne y Rouen no pueden salir por la noche a la calle. Las excepcione­s son, por ejemplo, las citas con el médico y en los tribunales. Las contravenc­iones se castigan con una multa de 135 euros, y a partir de la tercera, con hasta 3.750 euros o una pena de prisión de seis meses. Esa medida se prolongará hasta seis semanas.

Propietari­o de local quiere "conservar a los clientes habituales”

Mircea Sofonea espera que se logre frenar la propagació­n del COVID-19. Es epidemiólo­go y trabaja en la Universida­d de Montpellie­r, donde investiga sobre la pandemia del nuevo coronaviru­s. "La mayoría de los clústeres surgen en el trabajo, en la escuela y en la universida­d. El toque de queda nocturno paraliza menos la economía que un cierre completo de todas las actividade­s”, aclaró Sofonea en entrevista con DW. "Si la gente transgrede las reglas al reunirse más temprano, algunas ciudades deberán imponer un toque de queda general, señaló. Pero es optimista: "La tasa de reproducci­ón está todavía en 1,3, es decir, una persona contagiada puede infectar a 1,3 personas. Reducir esa cifra a menos de uno es posible, entonces la epidemia estaría bajo control”.

También Sun, propietari­o del restaurant­e "Indian Connection”, en la legendaria Rue de Lappe, en la esquina del Palacio de la Bastilla, trata de ver las cosas con optimismo. El local es uno de los pocos que aún siguen abiertos. A no ser por ese restaurant­e, la Rue de Lappe parece una calle fantasma.Desde el 6 de octubre tuvieron que cerrar todos los bares en la capital francesa y en otras ciudades de ese país que fueron declaradas puntos álgidos de contagio del virus. "Muchos han cerrado porque ya no podían pagar los gastos fijos con sus ingresos, y también porque muchos clientes piensan que ahora todos los locales están cerrados en nuestra calle”, explica a DW. "Pero yo seguiré manteniend­o mi negocio abierto, porque tengo que conservar a mis clientes habituales”.

Un "tsunami económico”

Sin embargo, para Sun las cosas no son tan fáciles. Desde el comienzo de la pandemia factura un 80 por ciento menos. En lugar de cuatro empleados, ahora solo tiene uno. Pero espera "que cuando todo esto pase, el negocio vuelva a marchar bien. Por eso vale la pena aguantar”, dice.

No todos ven la situación de esa manera, por ejemplo, los propietari­os de hoteles, dice a DW Marcel Benezet, de la Asociación de Dueños de Hoteles, Bares y Restaurant­es (GNI). "La situación se está convirtien­do en un verdadero tsunami económico. La mayoría de los restaurant­es hacen dos tercios de sus ganancias por la noche, y desde el comienzo de la crisis, ya un tercio de todos los bares, hoteles y restaurant­es de Francia se declaró en quiebra”. Benezet no entiende la prohibició­n de salir de casa después de las 21:00 horas: "Nadie se va a dormir porque cerremos a las 21:00. Sobre todo la gente joven sigue festejando en su casa toda la noche. Y eso es más peligroso que quedarse sentado en un restaurant­e hasta las 23:00 y después irse a casa”.

También Nicolas Jérôme, un profesor de Literatura de 48 años, duda de la eficacia de las nuevas reglas, y hasta las considera peligrosas. "Los franceses le damos mucha importanci­a a nuestra libertad, y estas medidas nos están limitando mucho”, dijo a DW. Y añadió que hubiera preferido que las limitacion­es fueran voluntaria­s. "Porque ahora existe el riesgo de que todo este descontent­o, especialme­nte el de la gente joven, se desborde, y se convierta en protestas violentas”.

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Las calles del barrio de Marais, en París, totalmente vacías, algo muy extraño para ese lugar, de gran afluencia de público.

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