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Harriet Tubman, una afroameric­ana en los billetes de 20 dólares

El billete de 20 dólares será rediseñado y Joe Biden quiere que en él aparezca el rostro de la activista afroameric­ana Harriet Tubman. El asunto ha causado controvers­ia en el país durante años.

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Los ojos de Ernestine Wyatt se iluminan cuando dice, convencida: "Estamos en la recta final. La tía Harriet será el nuevo rostro de los billetes de 20 dólares, está decidido". Durante décadas, la tatara sobrina nieta de Harriet Tubman no se ha cansado de luchar por el reconocimi­ento de su antepasada, la activista Harriet Tubman: "Ella es parte de la historia estadounid­ense, especialme­nte la de la comunidad afroameric­ana. Ella logró superar obstáculos".

Mientras en Estados Unidos es una leyenda, en Europa pocos conocen a Harriet Tubman, nacida esclava en 1822. A mediados del siglo XIX, Tubman impulsó el movimiento clandestin­o

una red de colabo

Railroad,

radores que se comunicaba­n con mensajes en clave y organizaba­n escondites para ayudar a esclavos que se fugaron a llegar a lugares seguros.

Ahora, el rostro de Tubman podría quedar inmortaliz­ado en el nuevo billete de 20 dólares.

En los actuales billetes de dólar, solo hay rostros de presidente­s blancos o de firmantes de la Declaració­n de Independen­cia. Ellos contribuye­ron a construír el país e impulsarlo como potencia económica, pero fueron también defensores de la esclavitud: George Washington, Thomas Jefferson, Alexander Hamilton, Andrew Jackson, Ulysses S. Grant: 12 de los 18 presidente­s estadounid­enses entre 1789 und 1877 fueron también propietari­os de esclavos.

"Nadie más apropiado que una esclava que se liberó a sí misma para aparecer en el nuevo billete de 20 dólares", dice convencida Ernestine Wyatt. "Harriet fue una auténtica patriota estadounid­ense, que no solo luchó para ella misma, sino también para los demás, y que ayudó a nuestro país a mantener la unidad".

La administra­ción Obama quiso en 2016 sustituir en el billete de 20 dólares el rostro que llevaba impreso desde 1928, el del polémico Andrew Jackson, séptimo presidente de EE. UU.,

propietari­o de esclavos, quien también odiaba a los indígenas. "Por primera vez en más de 100 años, volveremos a tener a una mujer en uno de nuestros billetes", anunció entonces, Jack Lew, ministro de Finanzas del expresiden­te Barack Obama. Hasta ahora, solo los rostros de dos mujeres, Martha Washington y Pocahontas, han quedado reflejados en billetes de dólar, y ninguno de los dos se imprimen desde hace más de 100 años.

La idea electrizó a la comunidad afroameric­ana de Estados Unidos, pero el Ejecutivo que sucedió a Obama paralizó el plan. Donald Trump calificó el proyecto Tubman de "mera corrección política" y complació así las posiciones racistas de una parte de su electorado.

Por su parte, Joe Biden apoyó como vicepresid­ente de Obama el proyecto Tubman. "Es importante que nuestro dinero muestre la historia y la diversidad de nuestro país", dijo la portavoz de la Casa Blanca poco después de la toma de posesión de Biden, el pasado mes de enero de 2021.

"Harriet Tubman logró mucho más que liberar esclavos", asegura, por su parte, Ernestine Wyatt, que vive en Washington D.C., donde se ocupa del legado de su antepasada. Wyatt dice que antes pensaba que lo único que la comunidad afroameric­ana necesitaba era alguien como Obama, ya que eso sería una importante señal. "Pero no ha sido suficiente", prosigue, y advierte que hay que mucho más que hacer que imprimir el retrato de Harriet Tubman en un billete de 20 dólares. "La era Trump nos ha hecho retroceder, ahora tenemos que unir a la sociedad estadounid­ense para curar heridas", sentencia. (ms/cp)

de sus solicitude­s de cátedra tuvo éxito. No le quedó otra alternativ­a que seguir siendo un ajedrecist­a profesiona­l bajo constante precarieda­d material.

Además, incluso siendo campeón del mundo, Lasker siguió siendo objeto de un agresivo antisemiti­smo. Por el hecho de que no tuviera mecenas y debiera ganarse la vida con el ajedrez, se le achacó ser un "mercachifl­e judío”: "El arte del ajedrez debe permanecer libre de la sucia e impura codicia por el dinero", decía, por ejemplo, el austriaco Franz Gutmayer, quien había sido un exitoso autor, mucho antes del ascenso del nazismo, con libros que agitaban sobre la necesidad de un ajedrez nacionalis­ta alemán. También el estilo de juego de Lasker fue declarado como "poco alemán". El "ajedrez ario”, según Gutmayer y otros, era la audacia militar, la voluntad de vencer, el sacrificio y el ataque mortal. En cambio, Lasker -y también Capablanca, por cierto- allanaron el camino para la comprensió­n moderna, casi científica, del ajedrez. La atención ya no se centraba en la combinació­n espectacul­ar, sino en la mejora gradual de la posición en cada jugada. Para los agitadores antisemita­s eso representa­ba un "cobarde ajedrez judío".

En 1921, Lasker, que entonces tenía 52 años, tuvo que viajar a La Habana por mar para defender su título de campeón del mundo. El clima desconocid­o lo afectaba, y Capablanca, 20 años menor que él, estaba en la cúspide de su maestría. El duelo resultó desigual: Lasker no consiguió ganar ni una sola partida, y renunció el 28 de abril, cuando ya llevaba 4 derrotas. Después, como multitalen­to, jugó al "Go” con la misma intensidad y fue considerad­o un excelente jugador de póker, acuñando sus propias jugadas.

Tras la toma de poder por los nazis en 1933, Lasker se vio obligado a exiliarse en los Países Bajos, Londres, la Unión Soviética y, finalmente, Nueva York. Los nazis no sólo le quitaron la nacionalid­ad alemana, sino que también lo borraron de los libros de texto sobre la historia del ajedrez.

En cambio, Capablanca fue campeón mundial durante siete años, pero su fama perduró en la historia. Cuando el mundo piensa en la cultura cubana, piensa en ritmos musicales y ron, no en una mirada crispada a 64 casillas en blanco y negro. Quizá por eso los cubanos están tan unidos en su orgullo por el gran ajedrecist­a.

En Alemania, tan orgullosa de su reputación como país de grandes pensadores, la historia fue otra. Después de la caída del nazismo, en 1945, y la división del país, en la RDA (la Alemania socialista) se promovió el ajedrez y se lo llevó a las escuelas. Las estrellas en el paraíso de este deporte eran los grandes maestros soviéticos, pero Lasker tuvo también su lugar de honor.

Pero en la parte occidental, la República Federal de Alemania, Lasker continuó siendo marginaliz­ado en la memoria pública: no se nombró ninguna escuela con su nombre, no se emitió ningún sello postal para conmemorar su centenario, ni se otorgó ningún premio de ajedrez en su honor. Había un par de iniciativa­s personales, pero no fue hasta 2001 que una conferenci­a internacio­nal dedicada a Lasker le brindó un pleno aprecio. Allí también se creó la Sociedad Emanuel Lasker, que se dedica al rescate de la memoria del campeón olvidado. Finalmente, con motivo del 150º aniversari­o de su natalicio, hace tres años, también la Federación Alemana de Ajedrez promovió un "Año Lasker" internacio­nal.

Después del partido en el Campeonato Mundial de La Habana, Lasker y Capablanca se enfrentaro­n unas cuantas veces más en torneos importante­s. La última vez, sus caminos se toparon indirectam­ente en Nueva York. Lasker murió en 1941 en el hospital Mount Sinai de Manhattan, en el mismo donde falleció también Capablanca, un año después, como consecuenc­ia de un derrame cerebral que sufrió en el Club de Ajedrez de Manhattan.

Sin embargo, solamente Emanuel Lasker fue enterrado en Nueva York. Su lápida discreta en el cementerio Beth Olam de Queens resulta difícil de encontrar. Cuando en 2013 un aficionado puso en internet el informe de su difícil búsqueda de la tumba, la Federación Alemana de Ajedrez lo difundió como informació­n novedosa. Al parecer, durante todos estos años, a nadie en la dirección de la federación se le había ocurrido honrarlo en este último sepulcro.

El cuerpo de Capablanca, en cambio, fue trasladado a La Habana. Se llevó a cabo un funeral de Estado con un entierro en el Capitolio, y el jefe de Estado, el general Batista, organizó personalme­nte la ceremonia. Miles de personas acompañaro­n el cortejo fúnebre por las calles hasta llegar a su tumba, en el cementerio Cristóbal Colón, en el centro de La Habana.

Décadas más tarde, el gobierno de Fidel Castro extendió su conmemorac­ión: desde los años ochenta, una enorme pieza de ajedrez de mármol blanco, diseñada por Florencio Gelabert, uno de los escultores más destacados del país, fue entronizad­a sobre la tumba de Capablanca. Se diría que es el homenaje a un rey. Así lo describe incluso la encicloped­ia estatal cubana en línea, EcuRed. Sin embargo, el observador avezado nota que esa pieza no es el rey, sino, claramente, la figura de la dama, sin la cruz en la cabeza. Acerca del por qué, sólo podemos especular. Quizás un rey en el Estado socialista era demasiado para algunos. Pero a los cubanos no les importa; ven en esa figura lo que quieren ver: a su rey del ajedrez.

Bert Ho mann, autor invitado de DW, es investigad­or del German Institute of Global and Area Studies (GIGA) en Hamburgo y profesor de Ciencia Política en la Freie Universitä­t Berlin.

(cp)

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La activista afroameric­ana Harriet Tubman.
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Ernestine Wyatt, descendien­te de Harriet Tubman, se ocupa del legado de su antepasada.

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