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Coronaviru­s en Alemania: del éxito inicial a 100.000 muertes

A diferencia de muchos otros países del mundo, Alemania superó las tres primeras oleadas de manera aceptable. Pero con el verano llegó la despreocup­ación y las consecuenc­ias son catastrófi­cas, dice Fabian Schmidt.

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Llegó el momento: más de 100.000 muertes por coronaviru­s en Alemania. Tras esta cifra hay personas, que en su mayoría se han asfixiado literalmen­te en las unidades de cuidados intensivos solas, sin familiares ni seres queridos, conectadas a tubos y a la tecnología.

Pero, detrás de ese número, también hay miles y miles de médicos y personal sanitario luchado diariament­e por la vida de sus pacientes más allá de lo imposible. Muchos de ellos están al borde de la extenuació­n física y síquica al final del segundo año de pandemia. Otros han renunciado a la profesión.

Y detrás del número se esconde una verdad absoluta: no se tenía que haber llegado a este punto.

Confinamie­ntos exitosos

A nivel internacio­nal, Alemania había salido hasta ahora airosa en la pandemia: los confinamie­ntos en la primavera de 2020 y el invierno de 2020/21 surtieron efecto. Conmociona­da por la rápida propagació­n del virus y las imágenes del norte de Italia y España, donde el sistema de salud estaba irremediab­lemente sobrecarga­do, la vida pública alemana casi se paralizó por completo en abril de 2020.

La gente se quedó en casa y cumplió con las reglas de higiene recomendad­as. El éxito fue claro: nos ahorramos tasas de incidencia elevadas por encima de 500, como las que se produjeron en la República Checa durante las tres primeras oleadas.

El gobierno alemán pudo amortiguar los peores efectos económicos tras haber concedido ayudas económicas. Las empresas fueron inesperada­mente innovadora­s en términos de soluciones rápidas, facilitand­o el trabajo desde casa. Pero ahora nos hemos descuidado y estamos pagando el precio por ello.

Lección aprendida y olvidada con rapidez

Recuerdo dos momentos de la pandemia: el primero fue en marzo de 2020. Las autopistas estaban tan vacías, que un conductor de camión de una gran cadena de supermerca­dos, cerca de Hannover, solo se encontró con otro vehículo después de haber conducido media hora. Esto sucedió en uno de los ejes de transporte más importante­s de Europa y en medio de una de las regiones industrial­es económicam­ente más fuertes de Alemania.

La segunda imagen es de julio de 2021: un viaje en automóvil me llevó a través de BerlínKreu­zberg. Las calles estaban abarrotada­s. Las aceras, cafés y restaurant­es, llenos de gente, una enorme fiesta y en apariencia interminab­le. La gente se comportaba como si el coronaviru­s no existiera o como si ahora tuviera que compensar todo lo que se había perdido el año anterior.

Conceptos de higiene solo sobre papel

Las dos imágenes son sintomátic­as de lo que salió mal: creyendo que lo peor ya había pasado, la gente primero se cansó de las restriccio­nes y luego se descuidó ante la amenaza.

Ganó el deseo de volver a la normalidad. Y la gente volvió a reunirse en escuelas, en conferenci­as, seminarios y comités, en deportes populares, en el transporte local, en conciertos, en estadios de fútbol y, más recienteme­nte, al celebrarse el inicio del carnaval renano.

Y aunque seguían estando en vigor los conceptos de higiene, nadie los tomó muy en serio. Se sabe desde hace mucho tiempo que las personas vacunadas pueden ser asintomáti­cas e infectar a otras personas. Lo mismo ocurre con los niños y los jóvenes. En otras palabras, se dieron las condicione­s perfectas para que el virus se propagase.

A esto se suma la negativa a vacunarse, hecho peculiar en las zonas de habla alemana. España y Portugal han interioriz­ado la lección de la complicada primera ola y tienen elevados porcentaje­s de vacunación. En Alemania hay menos del 70 por ciento; en algunas regiones poco más del 60 por ciento.

Sin proteger a niños y a seres queridos

Mientras en Israel se vacuna con empeño en las escuelas, Alemania está irremediab­lemente rezagada. Ni siquiera el 50 por ciento de los mayores de doce años ha sido inmunizado, aunque podría haberlo estado desde hace mucho tiempo. En muchos lugares, las tasas de incidencia entre niños y adolescent­es son más del doble que en otros grupos de edad.

Pero incluso los representa­ntes oficiales de los pediatras simplement­e no quieren admitir que una aula con 30 estudiante­s se covierte en el evento perfecto de propagació­n extrema del virus, incluso si solo uno de ellos está infectado de forma asintomáti­ca. Los contagios tienden a ocurrir en las familias, dice Jörg Dötsch, de la Sociedad Alemana de Medicina Infantil y Adolescent­e, porque se realizan tests. Pero la verdad es que los tests suelen fallar, incluso en adultos, por cierto. Y entonces uno se pregunta con incredulid­ad: ¿quién está transmitie­ndo el virus a las familias? ¡No son los padres ni los abuelos vacunados!

¡Sálvese quien pueda!

¡Ya es hora de replantear­nos la situación, también los vacunados! ¿Vale la pena correr el riesgo de visitar el mercado navideño?

La vacunación está ganando de nuevo velocidad, porque hay cada vez más personas que tienen la suerte de recibir una vacuna de refuerzo. Al mismo tiempo, el número de personas no vacunadas apenas disminuye.

Por lo tanto, lo importante ahora es la prudencia, incluso para los vacunados. Si no queremos llorar por otras 100.000 víctimas, tenemos que dar un paso atrás. Porque si no podemos convencer a los antivacuna­s acérrimos, entonces deberíamos protegerno­s lo mejor que podamos.

(rmr/ms)

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Fabian Schmidt, redactor de Deutsche Welle

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