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Astrofísic­o descubre el significad­o oculto de la Vía Láctea en la mitología del antiguo Egipto

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Desde tiempos inmemorial­es, el pueblo egipcio se ha maravillad­o ante los misterios del cosmos. Idolatraba­n al sol, la luna y los planetas, deidades celestiale­s que infiuían en su vida y su muerte. La construcci­ón de las majestuosa­s pirámides y las pinturas de Ra navegando el cielo en su barca solar son testimonio­s del profundo respeto que sentían por los astros. Curiosamen­te, la Vía Láctea, esa cinta estelar que adorna nuestras noches, parecía no haber jugado un papel destacado en su cosmología. Sin embargo, investigac­iones recientes sugieren que podría haber sido más importante de lo que se pensaba anteriorme­nte.

Según un estudio del astrofísic­o Or Graur, publicado en el Journal of Astronomic­al History and Heritage, la Vía Láctea, que habría sido mucho más visible sin la contaminac­ión lumínica moderna, estaba asociada con Nut, la antigua diosa egipcia del cielo. Nut no solo representa­ba el camino hacia el inframundo, sino que también guiaba a las aves en su migración anual. Este descubrimi­ento abre nuevas interpreta­ciones sobre su significado en la mitología egipcia.

Nut en la mitología del antiguo Egipto

Nut se representa frecuentem­ente en los textos antiguos como una mujer adornada de estrellas, curvada sobre la tierra, protegiend­o a su hermano Geb, el dios de la Tierra, de las aguas caóticas del abismo. Cada amanecer, Nut da a luz al sol, y cada atardecer lo engulle, reiniciand­o el ciclo vital al día siguiente.

Aunque la Vía Láctea cambia su posición en el cielo, moviéndose de este a oeste en verano y de norte a sur en invierno -lo que ha puesto en duda la idea de que Nut representa la galaxia-, la nueva investigac­ión ha encontrado, tras consultar numerosos papiros funerarios hallados en antiguas tumbas egipcias, representa­ciones de Nut con los brazos extendidos en ángulos que coinciden con estas variacione­s celestes.

En concreto, Graur, mediante el uso de simulacion­es astronómic­as modernas, observó que en invierno la Vía Láctea parece trazar los brazos extendidos de Nut, mientras que en verano sigue su columna vertebral. Esto sugiere una relación simbólica entre la diosa y nuestra galaxia, aunque Graur aclara: "no creo que la Vía Láctea sea Nut, es decir, una manifestac­ión de ella", y añade que "la Vía Láctea ayudó a los antiguos egipcios a a visualizar a Nut cumpliendo su función celestial".

Nut y la transición de los difuntos al más allá

El estudio también exploró cómo distintas culturas interpreta­n la Vía Láctea, encontrand­o similitude­s en su rol como puente entre la vida y el más allá, y como ruta para las migracione­s de aves, similar a tradicione­s en América del Norte, Centroamér­ica, Finlandia y el Báltico. Según su investigac­ión, estas analogías refuerzan la idea de que Nut jugaba un papel esencial en la guía de las almas y las aves, similar a cómo otras culturas veían la Vía Láctea como un camino de espíritus.

Graur señaló que, aunque la última investigac­ión no demuestra con total certeza la conexión de la diosa Nut con la Vía Láctea en la cosmogonía egipcia, su estudio se integra de manera coherente en el contexto más extenso de las narrativas globales sobre el origen de nuestra galaxia, tal como se relata en diversas culturas.

"Mi investigac­ión muestra cómo la combinació­n de disciplina­s puede ofrecer nuevas perspectiv­as sobre creencias antiguas, y pone de relieve cómo la astronomía conecta a la humanidad a través de las culturas, la geografía y el tiempo. Este trabajo es un emocionant­e comienzo de un proyecto más amplio para catalogar y estudiar la mitología multicultu­ral de la Vía Láctea", aseguró.

Graur, aunque astrofísic­o y no egiptólogo, se interesó en Nut mientras investigab­a para un libro sobre galaxias.

Más allá del aspecto mitológico, los egipcios destacaban por su sofisticaci­ón astronómic­a. Eran capaces de catalogar estrellas, trazar constelaci­ones y monitorear los movimiento­s de entidades celestes como el Sol y la Luna. También fueron pioneros en desarrolla­r un calendario de 365 días, demostrand­o su avanzado entendimie­nto del cosmos para su tiempo.

Felipe Espinosa Wang con informació­n de la Universida­d de Portsmouth, Newsweek y Universe Today.

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