“Aprendí a sentir las luces y eso se convirtió en algo mágico”
#Fátima Garro. Así, sólo con su nombre es como prefiere que la presenten. Y así se hará en esta nota. Sin preámbulos que tapen lo que ella verdaderamente es: una artista con cientos de proyectos y muchas ganas de concretarlos.
OJOS DE CIELO Su vida, su lucha
Fátima se inició en el mundo de la música a los ocho años y, paradóji‑ camente, fue “Ojos de cielo” la can‑ ción que la llevó a pisar por prime‑ ra vez un escenario. “Soy la oveja ne‑ gra de la familia”, explica la cantan‑ te y ejemplifica con decenas de anéc‑ dotas en las que ella aparece, de pequeña, contando chistes de Landriscina frente a amigos y fami‑ liares.
Con una guitarra usada y de la mano de su hermano mayor, a los nueve años empezó a tomar clases del ins‑ trumento en la iglesia de su barrio. “Yo aprovechaba que todos tocaban para cantar y ahí me di cuenta de que no era tan difícil”, cuenta entre risas. Fue justamente esa la edad en la que tomó la música como un estilo de vida y el motivo de todos sus sueños. Para Fátima, su discapacidad visual, con la que convivió desde las prime‑ ras horas luego de nacer, nunca fue un obstáculo ni tampoco una plata‑ forma para apoyarse. Se mueve con soltura arriba y abajo del escenario, en las calles, con las tecnologías. Aprendió a valerse por sí misma y a lograr que los demás descubran su valor por sobre su discapacidad. Fátima suele hacer chistes con su ceguera para romper el hielo, aunque también sabe poner los puntos cuan‑ do es necesario.
Una anécdota que describe con mucha gracia da cuenta de ello: “Cuando comencé los locutores me presentaban así: ʻEs una niña no vi‑ dente, especial, un ángel de luzʼ, y ahí decían mi nombre. En ese lapso no sabía si desmayarme o salir co‑ rriendo”, explica la artista. Lo que Fátima realmente intenta decir es que no se sentía bien con tanto pre‑ ámbulo que hablaba de lo que no podía hacer, que la ponía en un lugar que no era. “Con el tiempo empecé a hablar con los locutores y pedir‑ les que me presentaran por mi nom‑ bre, como lo hacían con todos los demás”, dijo.
Esta manera en la que aprendió a pararse frente al mundo no siempre fue bien recibida, incluso por algunas personas con discapacidad. “Muchos piensan que niego mi discapacidad o que me avergüenzo y no es así, lo que no quiero es que se ponga el foco sobre eso porque no es lo más impor‑ tante en mí”, asegura.
“Lo que más me gusta del escenario son las luces”, cuenta Fátima. Y es que aunque no puede verlas, apren‑ dió a sentir su calor y eso, como ella misma explica, se convirtió en algo mágico.