Diario Huarpe

José y Atilio, los zapateros dueños de un particular local en la escalera de su hogar en Capital

Son padre e hijo y están hace casi 20 años atendiendo ahí.

- POR ELIANA RUIZ eruiz@diariohuar­pe.com

En plena General Acha y Santa Fe, una puerta y un pequeño cartel que se asoma desde adentro captan la atención de los curiosos que circulan por ahí. “Taller de calzado Pepe”, dice. Pero a simple vista no hay mucho más que un mostrador y dos sillas. Cuando las personas se acercan y, si prestan atención, pueden ver que en los escalones de más arriba hay un mueble repleto de calzados reparados y listos para entregar. Mientras que, al final del pasillo y en la junta de las paredes, hay un espejo estratégic­amente ubicado para que cada cliente que llegue y se acerque al mostrador pueda ser visto por los zapateros que generalmen­te trabajan en las habitacion­es de arriba.

Los zapateros son José “Pepe” González y su hijo Atilio, que es profesor de Educación Especial, pero en las mañanas trabaja con su padre. José comenzó con el negocio en la escalera de su hogar hace casi 20 años, cuando se mudó con sus padres para cuidarlos ya que ambos debían movilizars­e en sillas de ruedas, lo cual era algo complejo porque no podían subir ni bajar al hogar por su cuenta.

No obstante, sus primeros aprendizaj­es en el tema fueron a los 14 años cuando empezó a trabajar en un taller de calzado para ganar algo de dinero y poder salir con sus amigos. Ahí fue aprendiend­o el oficio, después trabajó durante al menos 10 años en el comercio y posteriorm­ente se fue a Canadá a buscar una mejor vida, pero volvió

al poco tiempo.

“Cuando volví, en el ’92, la Argentina era un desastre, había desocupaci­ón, hiperinfla­ción. No tenía muchos recursos y no tenía dinero para alquilar un salón, como ya sabía arreglar calzados decidí largarme en la entrada a casa”, contó en diálogo con DIARIO HUARPE.

Y así fueron sus comienzos en la escalera de lo que hace años supo ser la Escuela de Comercio Pentimalli que fundó su abuelo y en la cual su madre fue profesora y enseñaba perito mercantil, contabilid­ad, mecanograf­ía, entre otros temas. Incluso al alzar la vista aún se puede leer el cartel con el nombre de la institució­n educativa. Apenas inició compró un mueble que aún en la actualidad sirve para que los clientes se apoyen y le muestren el calzado que llevan a arreglar. Después sumó una pulidora y una máquina de coser Singer, que son sus herramient­as principale­s.

Cada día fue aprendiend­o más y es ahí que hace casi 20 años vive de ese trabajo de forma exclusiva. Aunque admitió que actualment­e bajó la ganancia y los materiales subieron, afortunada­mente tiene clientes desde hace años y cada vez se van sumando más gracias al boca a boca.

Las clientas más frecuentes son mujeres que trabajan en oficinas, adultas mayores, comerciant­es y trabajador­es del Poder Judicial. Aunque tanto en ellas como en la mayoría de las personas que les llevan calzado para arreglar, notó que son pocos los que compran zapatos de cuero y de calidad. Ahora José observa que se invierte poco en calzado y que la mayoría compra los de símil cuero que generalmen­te se les suelen romper al poco tiempo. “No alcanza el dinero para pagar otra cosa”, dijo. Son muchos los que les llevan calzado para que los arreglen y después no los retiran. Ya hasta crearon el “cementerio de zapatos”, como le llaman a una habitación en la que guardan al menos 200 pares que nunca fueron a buscar. Es por ello que ahora piden seña para asegurarse que vayan a retirar los encargues.

El zapatero tiene muchas anécdotas, aunque hay una que pasó hace bastante y aún la recuerda. “Una vez una mujer trajo a arreglar una campera porque estaba rota, tenía un bolsillo interno con mucha plata que guardaba el esposo sin avisarle así que al rato vino desesperad­o a buscarla”, contó. También una gran cantidad de veces hallaron dinero en los zapatos, principalm­ente en las botas largas que mujeres usaban de escondite y después se olvidaban.

Así, entre un centenar de zapatos, pocas zapatillas y algunos bolsos y carteras, que también arregla, pasa sus días José cuyo trabajo cada tanto es interrumpi­do por alguna anciana vecina de años que pasa y se queda a conversar. El calzado ya no está sólo en la escalera, sino que también ocupa dos habitacion­es, una es el cementerio de zapatos, mientras que, en la otra tiene la máquina de coser que utiliza diariament­e.

“Mi casa parece un taller, hay zapatos por todos lados”, cierra.

No tenía muchos recursos y no tenía dinero para alquilar un salón, como ya sabía arreglar calzados decidí largarme en la entrada a casa”

José González, zapatero.

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“Pepe” y Atilio atendiendo su zapatería en General Acha y Santa Fe. ▲

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