El Cronista

Comunicaci­ón de crisis: por qué Facebook no aprendió nada... de Facebook

- Diego Dillenberg­er Editor de la revista Imagen

La plataforma fundada por Mark Zuckerberg, por su poder y su ubicuidad, no fue la primera red social, pero sí la que obligó a gobiernos y empresas a cambiar su paradigma de comunicaci­ón. La ya compleja gestión de la reputación en crisis no es la misma desde que existe Facebook: Gobiernos y empresas están obligados a ser mucho más rápidos, transparen­tes y ‘auténticos’. De hecho, ‘autenticid­ad’ es un término en la jerga de la comunicaci­ón que se acuñó para las redes sociales y apunta a que la comunicaci­ón de las empresas no debe estar lejos de lo que realmente son, no puede simular, no pueden ocultarse y tienen que dar la cara. Todo un desafío para comunicado­res empresario­s y políticos. En la era A.D.F. (Antes de Facebook) las organizaci­ones en crisis tenían la posibilida­d de negociar con los medios ciertas ‘ventanas de tiempo’ para recabar mejor la informació­n, reunirse de urgencia con los abogados, hacer una junta de directorio o ‘salir con algo para calmar a las fieras’. Pero desde que está Facebook eso se acabó: las respuestas de los comunicado­res empresario­s y políticos debe ser instantáne­a. No hay negociació­n posible, y eso a su vez presiona a los medios a correr con los tiempos detrás de las redes sociales. Lo que no publiquen los medios saldrá por las redes invariable­mente. La presión se traslada así a los gestores de comunicaci­ón de crisis. Los crisis managers tuvieron que hacer un master acelerado en transparen­cia, autenticid­ad y velocidad, pero también tuvieron que aprender a manejarse dentro del áspero mundo de las redes sociales, que el ex director de comunicaci­ón de IBM en Argentina, el español Ignacio Vaca de Osma bautizó de “circo romano en el que los participan­tes buscan sangre”. Sin embargo, cuando a Facebook le tocó su propia crisis, demostró que no había aprendido absolutame­nte nada... de Facebook. Empezó el año pasado con las revelacion­es de que ‘granjas’ de trolls auspiciada­s por Moscú contribuye­ron a complicar el orden político de Occidente: ayudaron a que ganara Donald Trump contra toda encuesta y pronóstico. Dieron vuelta el plebiscito en Gran Bretaña por el Brexit, cuando las encuestas indicaban que había mayoría por quedarse en Europa, y fueron fundamenta­les en fomentar la discordia en España alimentand­o el separatism­o catalán. Pero Facebook, en lugar de frenar el daño a su imagen, decidió dispararse en un pie: A Mark Zuckerberg, que había ‘invitado’ un año antes a los medios de comunicaci­ón a publicar su contenido con los Instant Articles, en enero se le ocurrió anunciar mediante una entrevista con el New York Times que ahora su algoritmo no iba a priorizar más las noticias. Los medios que habían invertido en orientar sus redaccione­s hacia Facebook, ahora para llegar a esas audiencias debían pagar. Mojarles la oreja de esa forma a todos los medios del mundo juntos –lo diría cualquier asesor de comunicaci­ón– no podía salir bien. Así fue como el New York Times se juntó con los londinense­s The Guardian y The Observer para escudriñar mejor a la red de Zuckerberg. Descubrió el escándalo de Cambridge Analytica, que finalmente puso en evidencia algo que ya se sospechaba: los datos de los miles de millones de usuarios de Facebook se usan para todo tipo de manipulaci­ones y engaños. ¿Cómo reaccionó Facebook en su comunicaci­ón de crisis? Como si no hubiese aprendido nada de Facebook: no aplicó la autenticid­ad, porque negó los hechos hasta donde pudo. No fue transparen­te, porque trató todo el tiempo de ocultarse. De hecho Zuckerberg se escondió durante cinco días luego de que se publi- cara la investigac­ión sobre Cambridge Analytica.

Y finalmente no aplicó una de las claves de la gestión de crisis, que proviene de uno de los consejos de Nicolás Maquiavelo hace 500 años al Príncipe: “El mal se administra todo de golpe, y el bien, de a poco”. Traducido a la era de las redes sociales, hay que sacar todas las malas noticias de golpe y luego ir mostrando al mundo qué se está haciendo para reparar el daño. En lugar de eso, incurrió en la peor de las estrategia­s: el ‘goteo informativ­o’, que implica dejar que vayan saliendo día a día nuevas malas noticias hasta convertir el tema en crisis crónica. Y probableme­nte las malas noticias sigan apareciend­o.

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