De refranes, magos y estafadores: el Banco Central se fortalece y las tarifas se aplanan
En la cuestión tarifaria, el argentinómetro acaba de medir nuevamente la vocación arraigada de muchos políticos y de algunos ciudadanos que por necesidad o ideología prefieren seguir los caminos del facilismo atándose al palo mayor de una pauta cultural compulsiva e histérica a la que se retorna siempre de modo circular, aun a riesgo de seguir cometiendo los errores que finalmente los mismos populismos, quienes siempre se presentan como salvadores, potencian para degradar todavía más a la sociedad.
En tanto, en el tema precios (y drenaje de dólares) hay por ahora una mayor tranquilidad, ya que el propio presidente de la Nación (y los mercados) han avalado de modo indubitable la jugada que hizo el titular del BCRA, Federico Sturzenegger, al poner una carta fuerte sobre la mesa (“vamos hacer lo que tenemos que hacer, que es subir la tasa de interés”). Por más que la independencia de la autoridad monetaria sea una rima siempre declamada, a nadie se le ocurre pensar hoy en la City que el jefe del Central gritó el lunes pasado ‘quiero retruco’ sin haber tenido el aval explícito de Mauricio Macri.
Lo cierto es que el Presidente y sobre todo su entorno, han debido rendirse ante la realidad de las advertencias que, ante la insistencia del ala política de establecer una pauta salarial más creíble a fines del año pasado, el funcionario expresó muchas veces sobre la inconveniencia de mover la meta. Ahora, al entorno presidencial no le ha quedado otra que reconocer aquellos reparos que, en alguna charla informal, un allegado a Sturzenegger reveló que él había seguido expresando “hasta el 27 (de diciembre) por la noche”.
Si el jefe del Central terminó teniendo razón sobre los ruidos que iban a sobrevenir, estallidos de incertidumbre que finalmente sobrevolaron todo el verano vía suba del dólar y su consecuente traslado a precios, hoy parece estar apostando al valor de su propia credibilidad (y al respaldo político) como garante de las metas de inflación y disciplinador del mercado. Será, en el peor de los casos, un remedio transitorio para avanzar hacia mejores vientos, aunque lo peor que podría ocurrirle al Gobierno en su conjunto es que se autoconvenza de que la amenaza de FS puede durar para siempre.
“No hay magia. Hoy, el ancla es el propio BCRA”, suelen decir quienes siguen de cerca el actual proceso, como una forma de reconocer que la autoridad monetaria ha vuelto al centro de la lucha contra la inflación, rol al que nunca le escapó Sturzenegger. Por otra parte, para darle mayor contundencia al trabajo ya se verá si el BCRA se mueve con todas las armas que un proceso de este tipo necesita o sea sumando esfuerzos conjuntos del resto del Gobierno desde otros flancos sensibles (política fiscal, financiamiento, de ingresos, etc.)
Tras haber conseguido cierta tranquilidad en el frente monetario, al menos hasta que se conozca el IPC de abril y hasta el de mayo, el más que sensible valor de los precios de los servicios públicos es el que ha liderado las preocupaciones económicas de estos últimos días, materia sobre la que se han subido demagógicamente muchos políticos interesados en mostrarse para sacar la cabeza del agua, tema que, a los tumbos, el Gobierno intenta corregir.
Sobre las tarifas (esencialmente las de gas, pero con extensión a todos los servicios), hubo mucho de cotillón el miércoles último a partir de un seudo-escándalo en el Congreso que sólo sirvió para llenar horas de televisión con poco y nada. El episodio vuelve a demostrar que la comunicación gubernamental hace bastante agua a la hora de dar explicaciones. Salen tarde y mal, cuando los opositores ya coparon todos los micrófonos.
Más allá de las dudas que dejó la actitud del diputado Alfredo Olmedo y la incalificable fotografía del jefe de la bancada del PRO, Nicolás Massot, quien jugó a favor del desconcierto que deseaba instalar la oposición, se dijeron y se repitieron muchas inexactitudes, como que ‘por un voto’ se perdió la oportunidad de mandar para atrás el tarifazo y que esto era una prueba inequívoca del poder de la oposición en su conjunto.
Hay que enfatizar que dichas afirmaciones, repetidas como loros a la hora de hablar de ‘fracaso‘ de la sesión, no algo novedoso sino parte natural de la conformación de la Cámara Baja, recinto adónde el oficialismo de Cambiemos está en franca desventaja frente a todos los opositores juntos: 91 a 166. Quién defeccionó, entonces, fue el bloque opositor y no es culpa del diputado Olmedo que haya habido únicamente 128 diputados sentados en sus bancas. Lo cierto es que de haberse logrado el bendito quórum, hubiese sido imposible también para los opositores llegar a los dos tercios de los presentes, número que se necesita para ganar una votación en una sesión especial.
Más allá de todo el ruido mediático sobre la fallida sesión, resulta más relevante para el análisis saber los por qué de la presión de los aliados del Gobierno (UCR y Lilita Carrió) para convencer al presidente Mauricio Macri que aplane el tarifazo. Algunos dicen que la diputada se adelantó a exponer sobre el tema conociendo la idea de los opositores de usar el tema tarifas como caballito de batalla y otros que, a la inversa, estos se enancaron en los planteos de los socios en Cambiemos.
La cuestión de las candidaturas para 2019 también pudo haber tenido que ver puertas adentro del radicalismo y por eso, los planteos generaron alguna incertidumbre, aunque finalmente gran parte de las observaciones fueron aceptadas por el Gobierno y las tarifas de los dos bimestres de mayor consumo (a partir de mayo de este año) se podrán posponer para 2019, mientras que no se tocará por ahora la tarifa social y se habrán de revisar las multas a las empresas para que sean efectivas.
Esta recurrente pasión cortoplacista de los argentinos casi ha borrado de la agenda otras discusiones centrales de la realidad económica que no se abordan, entre otros más que relevantes el de la deficitarias balanzas de intercambio. Tampoco se habla casi de la competitividad, como algo enfocado en la baja permanente de costos, la optimización de los recursos, la creatividad al servicio del crecimiento o el modo de hacer estables las condiciones para que las empresas generen otro círculo, éste de carácter virtuoso, que juegue a favor del empleo, la producción y, eventualmente, de las exportaciones. No llama la atención, entonces, que la peor noticia de la semana haya quedado aislada de los titulares periodísticos: la Ley de Financiamiento Productivo (ex de Mercado de Capitales) continúa sin ser aprobada.
Como contexto del nuevo rebrote de la pasión estatista que comparten casi todas las fuerzas políticas (y hasta muchos dentro del PRO), en tiempos en que las acusaciones de insensibilidad por el tema tarifas le han caído al Gobierno como garrote desde afuera y desde adentro de la coalición gobernante, el justicialismo busca el modo de remaquillarse para salir a la cancha en 2019 con ciertas chances, gracias a la intervención que ordenó la jueza federal y electoral María Romilda Servini de Cubría.
Y en cuanto a la actitud puntual del kirchnerismo, ninguneado por los conductores transitorios del PJ y a la espera de las apelaciones, no sólo ha criticado el tema tarifario del que alguna cuenta deberían dar como armadores de la bomba (que hizo perder además la ‘soberanía energética’), sino que tenido la bajeza de tratar de usar la muerte del colectivero Leandro Alcaraz como garrocha política, en una provincia que el justicialismo gobernó durante décadas.
Tanto las sentencias de carácter universal cuanto el refranero popular son muy elocuentes para caracterizar a quiénes por arrogancia suelen mirar la paja en el ojo ajeno, pero nunca la viga en el propio. En general, los políticos son portadores activos de este marketinero principio de no ponerse nunca la soga en el propio cuello, síndrome que, por bíblico, tiene más categoría que un simple aforismo, aunque el populismo K es ducho en esta teoría de eludir siempre las autocríticas y crear divisiones
Sin que se le mueva un músculo ante flagrantes mentiras o exageraciones, estos políticos siempre han sido bravos defensores del desaprensivo método de endilgarle al mundo sus propios errores, ya que la culpa siempre la han de tener los demás y nunca la mala praxis de sus propias consignas. Un refrán inglés que señala que las personas que viven en casas de cristal no deberían arrojar piedras es sucedáneo del dicho muy español que alienta a no escupir para arriba porque el que lo hace recibirá su merecido. Ahora, en estos temas de su estricta incumbencia (inseguridad y tarifas) ha tenido que hacer malabares, aunque no se inmuta y sigue dando batalla, mientras que desde el PJ intervenido les sugieren que busquen un paraguas mejor dentro de Unidad Ciudadana.