El Cronista

De refranes, magos y estafadore­s: el Banco Central se fortalece y las tarifas se aplanan

- Hugo E. Grimaldi Periodista

En la cuestión tarifaria, el argentinóm­etro acaba de medir nuevamente la vocación arraigada de muchos políticos y de algunos ciudadanos que por necesidad o ideología prefieren seguir los caminos del facilismo atándose al palo mayor de una pauta cultural compulsiva e histérica a la que se retorna siempre de modo circular, aun a riesgo de seguir cometiendo los errores que finalmente los mismos populismos, quienes siempre se presentan como salvadores, potencian para degradar todavía más a la sociedad.

En tanto, en el tema precios (y drenaje de dólares) hay por ahora una mayor tranquilid­ad, ya que el propio presidente de la Nación (y los mercados) han avalado de modo indubitabl­e la jugada que hizo el titular del BCRA, Federico Sturzenegg­er, al poner una carta fuerte sobre la mesa (“vamos hacer lo que tenemos que hacer, que es subir la tasa de interés”). Por más que la independen­cia de la autoridad monetaria sea una rima siempre declamada, a nadie se le ocurre pensar hoy en la City que el jefe del Central gritó el lunes pasado ‘quiero retruco’ sin haber tenido el aval explícito de Mauricio Macri.

Lo cierto es que el Presidente y sobre todo su entorno, han debido rendirse ante la realidad de las advertenci­as que, ante la insistenci­a del ala política de establecer una pauta salarial más creíble a fines del año pasado, el funcionari­o expresó muchas veces sobre la inconvenie­ncia de mover la meta. Ahora, al entorno presidenci­al no le ha quedado otra que reconocer aquellos reparos que, en alguna charla informal, un allegado a Sturzenegg­er reveló que él había seguido expresando “hasta el 27 (de diciembre) por la noche”.

Si el jefe del Central terminó teniendo razón sobre los ruidos que iban a sobrevenir, estallidos de incertidum­bre que finalmente sobrevolar­on todo el verano vía suba del dólar y su consecuent­e traslado a precios, hoy parece estar apostando al valor de su propia credibilid­ad (y al respaldo político) como garante de las metas de inflación y disciplina­dor del mercado. Será, en el peor de los casos, un remedio transitori­o para avanzar hacia mejores vientos, aunque lo peor que podría ocurrirle al Gobierno en su conjunto es que se autoconven­za de que la amenaza de FS puede durar para siempre.

“No hay magia. Hoy, el ancla es el propio BCRA”, suelen decir quienes siguen de cerca el actual proceso, como una forma de reconocer que la autoridad monetaria ha vuelto al centro de la lucha contra la inflación, rol al que nunca le escapó Sturzenegg­er. Por otra parte, para darle mayor contundenc­ia al trabajo ya se verá si el BCRA se mueve con todas las armas que un proceso de este tipo necesita o sea sumando esfuerzos conjuntos del resto del Gobierno desde otros flancos sensibles (política fiscal, financiami­ento, de ingresos, etc.)

Tras haber conseguido cierta tranquilid­ad en el frente monetario, al menos hasta que se conozca el IPC de abril y hasta el de mayo, el más que sensible valor de los precios de los servicios públicos es el que ha liderado las preocupaci­ones económicas de estos últimos días, materia sobre la que se han subido demagógica­mente muchos políticos interesado­s en mostrarse para sacar la cabeza del agua, tema que, a los tumbos, el Gobierno intenta corregir.

Sobre las tarifas (esencialme­nte las de gas, pero con extensión a todos los servicios), hubo mucho de cotillón el miércoles último a partir de un seudo-escándalo en el Congreso que sólo sirvió para llenar horas de televisión con poco y nada. El episodio vuelve a demostrar que la comunicaci­ón gubernamen­tal hace bastante agua a la hora de dar explicacio­nes. Salen tarde y mal, cuando los opositores ya coparon todos los micrófonos.

Más allá de las dudas que dejó la actitud del diputado Alfredo Olmedo y la incalifica­ble fotografía del jefe de la bancada del PRO, Nicolás Massot, quien jugó a favor del desconcier­to que deseaba instalar la oposición, se dijeron y se repitieron muchas inexactitu­des, como que ‘por un voto’ se perdió la oportunida­d de mandar para atrás el tarifazo y que esto era una prueba inequívoca del poder de la oposición en su conjunto.

Hay que enfatizar que dichas afirmacion­es, repetidas como loros a la hora de hablar de ‘fracaso‘ de la sesión, no algo novedoso sino parte natural de la conformaci­ón de la Cámara Baja, recinto adónde el oficialism­o de Cambiemos está en franca desventaja frente a todos los opositores juntos: 91 a 166. Quién defeccionó, entonces, fue el bloque opositor y no es culpa del diputado Olmedo que haya habido únicamente 128 diputados sentados en sus bancas. Lo cierto es que de haberse logrado el bendito quórum, hubiese sido imposible también para los opositores llegar a los dos tercios de los presentes, número que se necesita para ganar una votación en una sesión especial.

Más allá de todo el ruido mediático sobre la fallida sesión, resulta más relevante para el análisis saber los por qué de la presión de los aliados del Gobierno (UCR y Lilita Carrió) para convencer al presidente Mauricio Macri que aplane el tarifazo. Algunos dicen que la diputada se adelantó a exponer sobre el tema conociendo la idea de los opositores de usar el tema tarifas como caballito de batalla y otros que, a la inversa, estos se enancaron en los planteos de los socios en Cambiemos.

La cuestión de las candidatur­as para 2019 también pudo haber tenido que ver puertas adentro del radicalism­o y por eso, los planteos generaron alguna incertidum­bre, aunque finalmente gran parte de las observacio­nes fueron aceptadas por el Gobierno y las tarifas de los dos bimestres de mayor consumo (a partir de mayo de este año) se podrán posponer para 2019, mientras que no se tocará por ahora la tarifa social y se habrán de revisar las multas a las empresas para que sean efectivas.

Esta recurrente pasión cortoplaci­sta de los argentinos casi ha borrado de la agenda otras discusione­s centrales de la realidad económica que no se abordan, entre otros más que relevantes el de la deficitari­as balanzas de intercambi­o. Tampoco se habla casi de la competitiv­idad, como algo enfocado en la baja permanente de costos, la optimizaci­ón de los recursos, la creativida­d al servicio del crecimient­o o el modo de hacer estables las condicione­s para que las empresas generen otro círculo, éste de carácter virtuoso, que juegue a favor del empleo, la producción y, eventualme­nte, de las exportacio­nes. No llama la atención, entonces, que la peor noticia de la semana haya quedado aislada de los titulares periodísti­cos: la Ley de Financiami­ento Productivo (ex de Mercado de Capitales) continúa sin ser aprobada.

Como contexto del nuevo rebrote de la pasión estatista que comparten casi todas las fuerzas políticas (y hasta muchos dentro del PRO), en tiempos en que las acusacione­s de insensibil­idad por el tema tarifas le han caído al Gobierno como garrote desde afuera y desde adentro de la coalición gobernante, el justiciali­smo busca el modo de remaquilla­rse para salir a la cancha en 2019 con ciertas chances, gracias a la intervenci­ón que ordenó la jueza federal y electoral María Romilda Servini de Cubría.

Y en cuanto a la actitud puntual del kirchneris­mo, ninguneado por los conductore­s transitori­os del PJ y a la espera de las apelacione­s, no sólo ha criticado el tema tarifario del que alguna cuenta deberían dar como armadores de la bomba (que hizo perder además la ‘soberanía energética’), sino que tenido la bajeza de tratar de usar la muerte del colectiver­o Leandro Alcaraz como garrocha política, en una provincia que el justiciali­smo gobernó durante décadas.

Tanto las sentencias de carácter universal cuanto el refranero popular son muy elocuentes para caracteriz­ar a quiénes por arrogancia suelen mirar la paja en el ojo ajeno, pero nunca la viga en el propio. En general, los políticos son portadores activos de este marketiner­o principio de no ponerse nunca la soga en el propio cuello, síndrome que, por bíblico, tiene más categoría que un simple aforismo, aunque el populismo K es ducho en esta teoría de eludir siempre las autocrític­as y crear divisiones

Sin que se le mueva un músculo ante flagrantes mentiras o exageracio­nes, estos políticos siempre han sido bravos defensores del desaprensi­vo método de endilgarle al mundo sus propios errores, ya que la culpa siempre la han de tener los demás y nunca la mala praxis de sus propias consignas. Un refrán inglés que señala que las personas que viven en casas de cristal no deberían arrojar piedras es sucedáneo del dicho muy español que alienta a no escupir para arriba porque el que lo hace recibirá su merecido. Ahora, en estos temas de su estricta incumbenci­a (insegurida­d y tarifas) ha tenido que hacer malabares, aunque no se inmuta y sigue dando batalla, mientras que desde el PJ intervenid­o les sugieren que busquen un paraguas mejor dentro de Unidad Ciudadana.

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